La Huasteca comprende un mosaico cultural que conjuga la cosmogonía de los pueblos de origen náhuatl y teenek que habitan este territorio, así como las creencias y costumbres traídas del viejo mundo. Esta riqueza material como inmaterial se manifiesta en la actualidad en la celebración del Día de Muertos.
Suscríbete a la edición digital de El Sol de Tampico aquí
De esta manera, la relación del hombre con la muerte adquiere matices y singularidades en cada localidad. De ahí que, en los municipios de Tempoal, Tantoyuca e inclusive Huejutla utilicen el término Xantolo para referir a estas festividades, aunque también se le denomina Día de Todos los Santos y los Fieles Difuntos, la cual fue introducida por los frailes españoles durante la época colonial y adoptada por los pueblos de origen náhuatl, quienes conjugan la liturgia cristiana con la cosecha del maíz y el culto a los muertos.
“Xantolo para los indígenas comprende una red de relaciones de reciprocidad entre el mundo físico y extrafísico, vinculado a los ciclos. En este sentido la ofrenda a través de alimentos y danzas se convierten en símbolos de comunión con las fuerzas de la esfera sobrenatural poblada de santos, vírgenes, difuntos y otras entidades con el fin de recibir o agradecer dones y favores de estos” dice Luis
Enrique Pérez, cronista de Pánuco
Es por ello que para algunas comunidades culturales de la Huasteca, el preámbulo a la festividad del Día de Muertos inicia con la primera ofrenda, el 29 de septiembre que a su vez coincide con la celebración católica de San Miguel Arcángel y con el cual se hace una ofrenda en las milpas para agradecer a la tierra la primera cosecha del maíz tierno (elote) de la temporada.
Esta costumbre de ofrendar se retoma el día 1 y 2 de noviembre, el primer día dedicado a los santos católicos y a las almas de los niños, mientras que el día 2 de noviembre se dedica a los difuntos adultos.
Para ello, la población indígena como mestiza elabora altares de vida en sus hogares, construyendo un arco de varas flexibles (como el bejuco) que se cubre con follaje fresco de estribillo, adornándolo con flores de cempasúchil y mano de león.
“Este arco por un lado representa la puerta, el umbral entre este mundo y el más allá. Del arco se cuelgan frutos de la temporada como limas, naranjas a veces pan y galletas; una alegoría a la bóveda celeste, al universo mismo que los pueblos mesoamericanos interpretaban para marcar los tiempos, las estaciones y los ciclos de vida”, dio a conocer Luis Enrique Pérez.
OFRENDA ANCESTRAL
La ofrenda se complementa con la luz de velas como veladoras, así como alimentos y bebidas preferidas de los difuntos, dice Esther Pecero del Ángel, del ejido Las Chacas, de Pánuco, Veracruz; alimentos que se preparaban con la antelación necesaria.
“Mi madre se preparaba con antelación, el día 30 de octubre horneaba pan todo el día, exquisitos pemoles y empanadas de maíz rellenas con conserva de camote o calabaza. El día primero sacrificaba cuatro pollos del patio para hacer tamales para las almas de los chiquitos y el día dos hacia tamales de puercos con chilpan y zarabando. Antes de comer, primero ofrendaba en el altar los tamales y otros guisados bien calientitos porque los difuntos aspiran el aroma que despiden los alimentos, por eso el arco se forra de estribillo y cempasúchil por su fragante aroma”.
Así mismo, esta fiesta se reviste de algarabía con los sones tradicionales y el zapateo de la viejada, una representación de los vivos, pero también de los difuntos que regresan a la tierra para alimentarse de los aromas que provienen de las ofrendas.
Esta danza se ejecuta en cuadrillas de hasta 80 parejas, integradas preferentemente por hombres que se travisten de personajes de la comunidad como la embarazada, la quinceañera, la novia, el vaquero, la curandera, el diablo y la misma muerte, aunque también pueden incluir algún personaje público.
De esta manera, al son de la jarana, la quinta huapanguera y el violín la cuadrilla es arreada por el vaquero, bailando de casa en casa, donde levantan ofrenda del altar o bien reciben una gratitud monetaria del casero.