Primera de tres partes
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Marcos, el personaje de discurso elocuente que con una máscara de estambre gritó al mundo el reclamo de justicia por parte de los indígenas de México, no nació pobre en una selva. Rafael Sebastián Guillén Vicente surgió de una familia de clase media alta en medio de un clima caluroso en la tierra huasteca del puerto de Tampico.
El subcomandante tampiqueño, hombre blanco, armado y vestido como un militar rudimentario, emergió entre la sorpresa y la confusión cuando el primero de enero de 1994 los mexicanos despertaron con la noticia de que en Chiapas un grupo denominado Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) se había levantado en armas contra el gobierno de Carlos Salinas de Gortari.
“De qué tenemos que pedir perdón, de qué nos van a perdonar, de no morirnos de hambre, de no callarnos en nuestra miseria, de no haber aceptado humildemente la gigantesca carga histórica de desprecio y abandono; de habernos levantado en armas cuando encontramos todos los otros caminos cerrados”, decía en ese entonces el denominado subcomandante Marcos, hombre llegado del norte a cimbrar el sur de México.
Guillén Vicente este 19 de junio cumple 64 años, su domicilio familiar está en la colonia Petrolera un sector residencial de Tampico, es el cuarto de ocho hijos del matrimonio conformado por María del Socorro Vicente y Alfonso Guillén, quienes eran propietarios de la Mueblerías Guillén, conocida en Tampico como “la del crédito humanitario”.
Los que lo recuerdan narran que Rafael nació en la antigua Beneficencia Española, aquella que está cerca de la avenida Hidalgo; siempre fue valiente y unido como lo demuestra una fotografía en poder de EL SOL DE TAMPICO, donde un pequeño Rafa posa juntos con sus hermanos bajo la sombra de un enorme árbol.
Se formó en colegios particulares como el Félix de Jesús Rouger y el Instituto Cultural Tampico (ICT), este último una institución jesuita que, aseguran, dejó una profunda huella en él.
“Era muy él, muy independiente, brillante, declamador, muy buen orador; en clase con Rubén Núñez de Cáceres teníamos que pasar a dar discursos, a orar, poemas y etcétera, Rafael era muy bueno, tenía un humor muy especial, era gracioso”, declaró a EL SOL DE TAMPICO, Jorge Nieto, compañero de Marcos en el ITC.
El basquetbol y el cine eran su pasión, el primero practicándolo en el parque de su misma colonia y el segundo, un gusto que disfrutaba generalmente a solas en el extinto Cinemas Gemelos de este puerto.
Los pasos del guerrillero zapatista iniciaron en la colonia Pescadores, un sector marginado situado a unos tres kilómetros de la zona centro de Tampico, a un lado de la laguna Chairel, sitio al cual por parte Instituto Cultural fue llevado a hacer servicio comunitario en varias ocasiones y donde junto con sus compañeros construyó una pequeña capilla que hoy en día curiosamente se llama “San Rafael”.
“Era gente humilde, gente pobre, gente ruda, gente sencilla, gente trabajadora, gente desconfiada y gente que ante algunos reaccionaban con violencia, a algunos se les veía que vivían en tensión extrema, conflictos familiares, vicios, alcohólicos”, recordó Theo Venegas, otro compañero de aquella generación setentera que usaba el cabello largo, los pantalones acampanados y escuchaban a Bee Gees.
“En ese ambiente nosotros pudimos sentir que la necesidad era hacerlos sentir que le interesaban a alguien, grupito de cinco a 10, empezamos a visitar las casitas a platicar con ellos para que nos conocieran”, agregó.
Max Appedole, también compañero de Rafael, coincidió que el convivir con la gente de este lugar los acercó a la realidad de muchas familias mexicanas.
“Ahí iniciamos el proyecto de hacer una huella, una huella pequeña pero grande para nosotros; se hizo una pequeña capilla y programas para ayudar a las personas de esa zona que en aquella época estaban en condiciones muy difíciles”, apuntó.
“Ahí participábamos varios, bastantes compañeros y ahí estaba Rafael que era muy entusiasta en eso, le gustaba mucho y dedicó el resto de su vida a seguir en ese camino”, agregó quien conoció esos inicios y la sensibilidad social generada en el subcomandante.
Los caminos de los jóvenes se separaron, Rafael Guillén Vicente decidió migrar de Tampico para estudiar Filosofía en la UNAM y algunos de sus amigos volvieron a pensar en él cuando en televisión observaron al elocuente y divertido guerrillero zapatista que declaraba la guerrilla al gobierno federal; les era familiar, cercano, se parecía a Rafael.
“Él, con el pasamontañaa y dije pues ‘blanco, blanco y de ojos azules no es’, luego cacarizo y narizón, dije ’se me hace que es Rafael’, lo llegué a comentar, ya después salió que era Rafael Guillén Vicente”, destacó Jorge Nieto.
“Eso me hizo entender -que era Marcos- y acordarme que sí, que sus pláticas tenían mucho que ver sobre problemas del país, problemas de la humanidad, injusticia, materialismo y las grandes pugnas entre capitalistas, comunistas y la hipocresía de muchos”, sostuvo Theo Venegas.
Appedole incluso reconoció en un manifiesto zapatista el discurso redactado por Guillén cuando eran niños, con el que le había ganado un concurso en oratoria.
“Publican el manifiesto zapatista, como en el cuarto renglón yo ya sabía que era Rafael, ya no lo terminé de leer; en los nacionales de los jesuitas él y yo éramos super rivales, entonces, en una de las contiendas usó esas mismas frases, yo dije ‘este es Rafael’. No me atreví a hacer comentario alguno a nadie, por qué, pues porque andaba el gobierno desatado”, expresó Max.
La voz del subcomandante Marcos sonaba en todos los medios: “Quién tiene que pedir perdón y quién puede otorgarlo, los que durante años y años se sentaron frente a una mesa llena y se saciaron mientras con nosotros se sentaba la muerte tan cotidiana, tan nuestra que acabamos por tenerle miedo”.
Mientras, en Tampico, los que conocieron a Rafael Sebastián poco a poco iban descubriendo el rostro detrás del estambre, ayudados por la mirada expresiva, penetrante y serena, así como la ideología de lucha por la igualdad infundida desde su infancia y adolescencia en este puerto de Tamaulipas.