/ domingo 9 de agosto de 2020

[Video] El viejo Tampico, del asombro al olvido

El lenguaje arquitectónico de un Tampico que se va

Como escenario de un momento perdido en el tiempo, grandes edificios asoman su majestuosidad, algunos entre ventanas rotas y paredes desgastadas. Ahí están las poderosas El Águila, Mexican Petroleum, Oil Fields e Internacional Petroleum, Lucey Manufacturing Corporation of Mexico; así como la primera fábrica de Coca-Cola en el país y las oficinas de la segunda aerolínea de América.

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Considerado uno de los patrimonios arquitectónicos más importante del noreste de la república, el casco antiguo de Tampico tuvo un esplendor particular en las primeras décadas de 1900, cuando las empresas más importantes en el ámbito mundial tuvieron una sede en la ciudad llamada en ese tiempo la “Nueva York mexicana”.

Te puede interesar: [Video] Tampico, un siglo de melodías

En 1855 en Tampico residían 250 ibéricos, cinco ingles es, quinientos estadounidenses, veinte alemanes y 110 franceses, que hacían un total de 925 individuos, todos clasificados como comerciantes, cifra ya elevada de extranjeros para una aldea de solo cuatro mil habitantes, que se multiplicaría exponencialmente empezando el siglo XX.

Y sería a la llegada de las petroleras, a partir de 1900, cuando se dispararía una bonaza económica sin precedentes que dio lugar a construcciones inverosímiles, las cuales agruparon estilos arquitectónicos traídos de todo el mundo y que hace de esta zona vieja del puerto un catálogo único de diseños inmobiliarios en México.

La ciudad aumentó de ocho mil habitantes en 1890 a 23 mil 400 en 1910 y para la década de los años de 1920 era ya la exorbitante cifra de 90 mil residentes. El ajetreo de las calles iba del hotel Imperial al restaurante chino Ciudad de Pekín; del Café Luisiana, el Café de la Ópera, el bar Palais Royal o el Bristol, a las tiendas El Comanche, El Águila, La popular, Ultramarinos Ordorica y muchas otras de todos los giros imaginables.

Para ese tiempo las sedes de las empresas petroleras estaban rodeadas de lujosos edificios de oficinas como El Autrey, donde se instaló la Compañía Mexicana de Transportación Aérea, que fue la primera línea de aviación de México, la segunda de América y la cuarta del mundo; y de viviendas como El Aragón, que alojaron a generaciones de familias.

Fue en ese momento, el boom del petróleo, cuando todo cambió; las grandes construcciones fueron transformando al puerto en una moderna metrópoli donde se alzaban rascacielos, como el edificio “Brito”, estructuras formidables como el edificio Águila y grandes hoteles como el Imperial y el Ribera. Sin embargo, esta llamarada que se dio al ritmo de la extracción del crudo se apagó al extinguirse el furor del “oro negro”.

“Todo se fue como llegó: repentinamente, en un abrir y cerrar de ojos. Pero la arquitectura tampiqueña del auge petrolero no es menor ni merece la indiferencia a la que está sometida, es indispensable su urgente revaloración y efectiva salvaguarda”.

Señala Carlos Alejandro Lupercio Cruz, investigador que realizó “La Arquitectura Posrevolucionaria del Noreste de México”, donde menciona que diversos edificios de Tampico tienen un carácter histórico y aunque solo quedan las sombras de ese Tampico demencial e inusitado del boom petrolero, su legado es imprescindible.

Las ventanas hoy están rotas y las puertas niegan lo que esconden, pero en su fachada queda un brillo que, resistiendo el olvido, cuenta una y otra vez la historia de una ciudad que fue muchas al mismo tiempo y que ahora solo puede hablarnos con su lenguaje arquitectónico, que tiende más a sugerir que a definir una época.

Como escenario de un momento perdido en el tiempo, grandes edificios asoman su majestuosidad, algunos entre ventanas rotas y paredes desgastadas. Ahí están las poderosas El Águila, Mexican Petroleum, Oil Fields e Internacional Petroleum, Lucey Manufacturing Corporation of Mexico; así como la primera fábrica de Coca-Cola en el país y las oficinas de la segunda aerolínea de América.

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Considerado uno de los patrimonios arquitectónicos más importante del noreste de la república, el casco antiguo de Tampico tuvo un esplendor particular en las primeras décadas de 1900, cuando las empresas más importantes en el ámbito mundial tuvieron una sede en la ciudad llamada en ese tiempo la “Nueva York mexicana”.

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En 1855 en Tampico residían 250 ibéricos, cinco ingles es, quinientos estadounidenses, veinte alemanes y 110 franceses, que hacían un total de 925 individuos, todos clasificados como comerciantes, cifra ya elevada de extranjeros para una aldea de solo cuatro mil habitantes, que se multiplicaría exponencialmente empezando el siglo XX.

Y sería a la llegada de las petroleras, a partir de 1900, cuando se dispararía una bonaza económica sin precedentes que dio lugar a construcciones inverosímiles, las cuales agruparon estilos arquitectónicos traídos de todo el mundo y que hace de esta zona vieja del puerto un catálogo único de diseños inmobiliarios en México.

La ciudad aumentó de ocho mil habitantes en 1890 a 23 mil 400 en 1910 y para la década de los años de 1920 era ya la exorbitante cifra de 90 mil residentes. El ajetreo de las calles iba del hotel Imperial al restaurante chino Ciudad de Pekín; del Café Luisiana, el Café de la Ópera, el bar Palais Royal o el Bristol, a las tiendas El Comanche, El Águila, La popular, Ultramarinos Ordorica y muchas otras de todos los giros imaginables.

Para ese tiempo las sedes de las empresas petroleras estaban rodeadas de lujosos edificios de oficinas como El Autrey, donde se instaló la Compañía Mexicana de Transportación Aérea, que fue la primera línea de aviación de México, la segunda de América y la cuarta del mundo; y de viviendas como El Aragón, que alojaron a generaciones de familias.

Fue en ese momento, el boom del petróleo, cuando todo cambió; las grandes construcciones fueron transformando al puerto en una moderna metrópoli donde se alzaban rascacielos, como el edificio “Brito”, estructuras formidables como el edificio Águila y grandes hoteles como el Imperial y el Ribera. Sin embargo, esta llamarada que se dio al ritmo de la extracción del crudo se apagó al extinguirse el furor del “oro negro”.

“Todo se fue como llegó: repentinamente, en un abrir y cerrar de ojos. Pero la arquitectura tampiqueña del auge petrolero no es menor ni merece la indiferencia a la que está sometida, es indispensable su urgente revaloración y efectiva salvaguarda”.

Señala Carlos Alejandro Lupercio Cruz, investigador que realizó “La Arquitectura Posrevolucionaria del Noreste de México”, donde menciona que diversos edificios de Tampico tienen un carácter histórico y aunque solo quedan las sombras de ese Tampico demencial e inusitado del boom petrolero, su legado es imprescindible.

Las ventanas hoy están rotas y las puertas niegan lo que esconden, pero en su fachada queda un brillo que, resistiendo el olvido, cuenta una y otra vez la historia de una ciudad que fue muchas al mismo tiempo y que ahora solo puede hablarnos con su lenguaje arquitectónico, que tiende más a sugerir que a definir una época.

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