Apenas pinta el alba con los rayos del sol estrellándose en las calles de los mercados porteños y Joaquín Ramírez Nava ya arrastra en su “diablito” más de 60 kilogramos de bultos de papa, cebolla y chile para abastecer los tendajones de la vital zona comercial de la ciudad.
Es de los ejemplos olvidados en esta pandemia y hoy nuestros #HéroesReales, como otros 70 cargadores, desafían la emergencia sanitaria, porque no tienen más opción para llevar alimento diario a casa.
Lleva su cubrebocas en el bolsillo del pantalón y asegura que sí se cuida del contagio en su labor diaria en un punto comercial considerado de alto riesgo por la gran movilidad de personas que concurren de la localidad y la región huasteca para vender y comprar alimentos y perecederos.
Él no se considera héroe, ni nada extraordinario, solo ha salido a trabajar hasta los días más amenazantes de la pandemia, a cumplir con el oficio que escogió hace más de 25 años y que ha llevado a cabo en tiempos de tormentas, fríos intensos o inundaciones.
“Aquí como somos más de 70, antes estábamos congregados en un sindicato, pero ahora somos trabajadores libres y en este tiempo de cuarentena nadie se quedó en casa, pues de otra forma no comemos y solo nos encomendamos a Dios para no enfermar”, expresa el hombre con 47 años de edad.
Mientras ocurre la entrevista, es incesante el ir y venir de sus compañeros en el crucero de las calles Héroe de Nacozari y Olmos, llevando a cuestas sacos de alimentos para mascotas, taras y cajas con verduras u otros productos, sin que dejen de ser presionados por automovilistas abrumados y urgidos por salir de las arterias ahogadas en el caos vial perenne en esa zona de los mercados.
Dice que su jornada comienza a las 6 de la mañana y cesa hasta las 3 o 4 de la tarde, llevando a casa 150 o 200 pesos.
Él radica con su familia y cuatro hijos en el sector Adriana González de Hernández de Ciudad Madero, mejor conocido como "El Chipús", donde fue reinstalado por el Gobierno municipal tras habitar una invasión en terrenos junto al Libramiento Poniente.
Si antes la vida del cargador era difícil, hoy con la pandemia es mucho más, no solo para Joaquín, sino para decenas de hombres de la tercera edad, la mayoría de ellos enfermos y olvidados por los programas sociales, sin servicio médico, jubilación o ingresos suficientes para guarecerse en casa, mientras desaparece la amenaza de enfermar de coronavirus.
“Aquí hacemos equipo, compartimos el trabajo para ganar unos cuantos pesos”, aunque en estos tiempos de Covid-19 todo es más complejo, porque los últimos domingos no han podido salir a “cascarear” porque no hay “micros”, pues el servicio de transporte público permanece suspendido, menciona mientras toma fuerza para arrastrar su incansable diablito de metal.
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