Era septiembre de 1939 cuando los navíos cargueros “Phrygia”, “Idarwald”, “MS Rhein” y “Orinoco”, de origen alemán, recibieron por cable la orden de permanecer en Tampico hasta nuevo aviso. Las tensiones de la Segunda Guerra Mundial habían crecido y se temía que cañoneros ingleses y holandeses, que ya patrullaban el océano Atlántico, los hundieran.
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La orden de quedarse en puerto fue recibida con gran alegría por parte de la tripulación, pues de este modo no arriesgaban su vida por atravesar el mar para volver a Alemania, sin embargo, en noviembre los capitanes alemanes recibieron órdenes superiores de salir de Tampico.
Y en la noche del 15 de noviembre los barcos se desplazaron sobre el Pánuco, el “Orinoco” no pudo hacerlo porque “coincidentemente” habría sufrido una avería, meses después los propios tripulantes confesaron haber destruido una pieza de la maquinaria.
En esa ocasión el “Phrygia”, al parecer fue autodestruido por órdenes de su capitán ante la amenaza de un cañonero estadounidense que les salió al paso, regresando los otros dos buques a Tampico.
El 29 de noviembre volvieron a salir el “Idarwald” y el “MS Rhein”, esta vez alcanzando mar abierto, quedando el “Orinoco” en una zona del puerto, ubicada cerca la “Puntilla”, pues no había manera de que zarpara sin la refacción que le faltaba y toda su tripulación estaba en calidad de refugiados de guerra, iniciando así un drama para que no fueran deportados a la Alemania nazi.
Pronto el barco se convirtió en una parte más de la ciudad, al estar por varios meses en el puerto, punto donde se desarrollaban bailes y otras actividades; sus tripulantes se hicieron vecinos de los tampiqueños de ese sector de la colonia Morelos y Cascajal, departiendo con los porteños a la espera de su destino.
Richard Kober, maquinista del “Orinoco”, conoció a Mercedes Huerta Sosa durante esos primeros días de incertidumbre. Ella vivía cerca de esa parte del río conocida como “Paso Real”, donde estaban los marineros alemanes, trabajaba en los mercados de Tampico, en un comedor con su mamá y la relación entre ellos fue dándose entre historias de viajes y del terror de la guerra.
“Ella, que tenía más o menos 16 años, se enamora del alemán y termina viviendo en unión libre con Richard, naciendo de esa relación cuatro hijos Anita, Lottie, Ricardo y Luis Kober Huerta, sobre el tiempo, me dice mi abuela que mi abuelo duró como un lapso de ocho a nueve años en Tampico y finalmente son trasladados a la Ciudad de México”.
Señala Fortunato Contreras Kober, nieto del tripulante alemán Richard Kober e hijo de Lottie, comentando que “hubo una batalla legal porque México terminó requisando el barco. Durante el tiempo que estuvo en la capital del país, entre litigios de consulados, mis abuelos se escribían cartas, para conocer como estaba su familia en Tampico y como pasaba sus días él en la capital”.
Añade que los constantes vaivenes de las autoridades, que hostigaba a los refugiados, y la catástrofe que origino el Ciclón Hilda terminaron haciendo que Mercedes y Richard perdieran contacto, sacando adelante a pesar de todas las adversidades su abuela a su familia, a quienes su vecindario apodaba “los alemanes”.
Comenta que Anita, la más grande de la familia, “hizo su vida en la Ciudad de México y una de sus hijas estudio Turismo, gracias a ello tuvo un viaje en un crucero y conoció en un consulado de Australia a una persona que al contarle la historia del abuelo le comentó que él conocía a una familia Kober de Hamburgo, Alemania, ciudad de donde provenía Richard Kober”.
Y después de dos años mi prima por fin conoce a la familia directa de mi abuelo, agrega, “ellos no conocían la historia de su pariente, lo que había pasado en Tampico y la familia que tuvo en este puerto, pues a ellos le habían informado que toda la tripulación del Orinoco había muerto y fue una gran sorpresa el saber que no solo había sobrevivido un tiempo, sino que tenía una familia mexicana”.
“Ahora con las redes sociales y con la comunicación que hay tenemos un acercamiento con la familia que vive en Hamburgo, pero además existen más familiares que viven en Rusia, aunque los hermanos de mi abuelo ya fallecieron, los primos que viven allá están entusiasmados de venir a México a conocer a esta parte de la familia y solo estamos esperando a que la pandemia lo permita para conocernos”, expone.
El barco Orinoco tuvo su historia de guerra, pero su tripulación de alguna manera, a pesar de todas las dificultades que pasaron, pudieron dejar una huella y transformar una situación hostil en una donde el amor y la alegría por vivir venció a la adversidad de su tiempo.