Pánuco, Ver.- Mezcal de vida y muerte, amor y añoranza a los ausentes, conjunción de los vocablos castellano xanto (santo) y del náhuatl olo (abundancia) es el Xantolo.
El Día de Muertos en la Huasteca es una tradición de gran arraigo en las comunidades de origen indígena como mestizo, particularmente en Pánuco esta fiesta toma forma los días 1 y 2 de noviembre a través de las ofrendas en los altares, así como la música y danza de la Viejada.
Esta danza se recrea en cada colonia del municipio, preparada con antelación por jóvenes y adultos que integran la cuadrilla o comparsa, ensayan y confeccionan su vestuario para ocultar su identidad y de esta forma, según la leyenda, burlar a la muerte.
El zapateado es fundamental y va acorde con la jarana, la guitarra quinta y el violín, dotación de instrumentos necesaria para la ejecución de los sones como “La polla pinta”, “El piojo y la pulga”, “Los enanos”, entre otros.
En Pánuco existen veintiún comparsas entre la zona rural y urbana, cada una despliega su visión de la muerte a través de sus máscaras de madera y atuendos tan sencillos como vistosos.
Cuatro son los personajes imprescindibles por su simbolismo: la embarazada que representa la tierra y por tanto el inicio de la vida; el vaquero que simboliza el agua, elemento necesario para el desarrollo de la vida mediante la agricultura y la ganadería; el diablo es el fuego, la lucha entre el bien y el mal; y la muerte que indica el aire recordándonos el último aliento de nuestra existencia en este plano terrenal.
Esta danza tiene un origen sincrético originado por la colonización de esta zona, nos relata Luis Enrique Pérez, cronista municipal de Pánuco, quien asegura que “con la fundación española de Santiesteban del Puerto (hoy Pánuco) en el año 1522, se propicia un encuentro de tres culturas que van a determinar nuestra identidad como huastecos”.
Por una parte, tenemos la herencia de los pueblos indígenas que hasta la fecha pueblan esta región, refiriéndome a las comunidades nahuas, tepehuas, otomíes y teenek, cuya ritualidad se fusiona con las creencias del catolicismo traído por los españoles y, desde luego, la presencia africana que es evidente en el traje de “tiritas” de tela que por cierto es muy característico de las comparsas rurales de Pánuco”.
ENTRE SONES Y MÁSCARAS
En términos coreográficos la danza inicia con un son de entrada donde los bailadores, con el cuerpo flojo, conforman dos filas paralelas para alinearse con su respectiva pareja.
Tanto el valseado como el zapateado que componen la coreografía se enriquecen con giros cruzados entre las parejas o sobre el propio eje del bailador; cada son tiene sus propios pasos.
Mientras la cuadrilla baila, el diablo acecha a su alrededor azotando un chicote y el vaquero cuida y guía a la comparsa en su transitar de casa en casa. Para cerrar su presentación se toca un son de salida.
LA INFLUENCIA MODERNA
Aunque no hay un fecha exacta sobre el origen de esta danza, lo cierto es que en la actualidad se pueden apreciar otras influencias en los vestuarios provenientes de la cultura masiva.
Representaciones de personajes mitológicos o de ficción que el cine hollywoodense ha puesto de moda, como gnomos, elfos o payasos diabólicos que adaptan al imaginario local.
En este contexto, las máscaras de madera que usan los bailadores se convierten en auténticas obras de arte popular, los artesanos se esmeran en los detalles y acabados con gran creatividad.
“En los últimos 15 años esta tradición se ha ido fortaleciendo, en parte por los esfuerzos del sector educativo, logrando que desde nivel preescolar realicen demostraciones de esta danza frente al Palacio Municipal”, comentó el profesor Sergio Cervantes.
En 1992 la Escuela de Bachilleres de Pánuco, dirigida por el profesor Moisés Galván, implementó por primera vez un concurso de viejadas intraescolar, como a los 2 ó 3 años se unieron los kínderes, primarias, secundarias, “se hace este gran movimiento que no es obra de nosotros, es obra de la gente que siguió, pero de 15 años para acá es cuando agarró fuerza completamente”.