Primera de dos partes
Considerado el héroe máximo de la Aviación Mexicana, el Capitán Emilio Carranza Rodríguez se convirtió en el primer piloto mexicano en realizar un viaje largo en avión sin escalas, por lo que hoy descansa en la rotonda de los hombres ilustres del país.
En Tampico una de las calles principales de la zona centro lleva su nombre, en honor a la hazaña desarrollada por este hombre.
Vio la luz por primera vez en Villa Ramos Arizpe, Coahuila, el 9 de diciembre de 1905, hijo del Sr. Sebastián Carranza y la Sra. María Rodríguez. Era sobrino-nieto de Don Venustiano Carranza, primer comandante del Ejército Constitucional, quien se convirtió en el primer Presidente Constitucionalista de la República Mexicana. También era sobrino del General Alberto Salinas Carranza, pionero de la aviación mexicana y fundador de la Escuela Mexicana de Aviación.
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De acuerdo a la historia narrada por la Secretaría de Comunicaciones y Transportes, después del inicio de la Revolución Mexicana a principios de 1911 la familia Carranza se vio forzada a abandonar su país y se mudaron a San Antonio, Texas, para al término de la guerra regresar a la Ciudad de México.
Atraído por la Academia Nacional de Aviación y las fábricas de partes para aviones, el joven Emilio acompañaba a su tío el General Alberto Salinas Carranza todos los días al aeropuerto de Balbuena, donde surgió su vocación, por lo que ingresó varios años después a la escuela de aviación, para ser aceptado en la Escuela de Aviación Militar el día 2 de julio de 1923 de donde se graduó con honores.
EL SUEÑO DE VOLAR
En enero de 1926 fue comisionado teniente de la Fuerza Aérea Mexicana. Unos meses más tarde fue a Estados Unidos para comprar un avión que intentaba usar en vuelos de larga distancia, donde adquirió en Chicago, Illinois, un avión Lincoln Standard con un motor Heso de 180 caballos de fuerza.
Con este proyectó un viaje siguiendo la ruta: Chicago, Moline, St. Joseph, Kansas City, Wichita, Oklahoma City, Fort Worth, San Antonio, Laredo, Monterrey, San Luis Potosí y Ciudad de México.
Después de salir de Oklahoma City tuvo que hacer un aterrizaje forzoso por falta de combustible y tratando de evadir pegarle a una mujer que se atravesó en su camino golpeó contra unos árboles, situación de la que salieron cuando su hermano mecánico reparó la nave y siguieron con su destino.
Tres meses fue asignado a la Campaña Yaqui en el estado de Sonora, donde se distinguió y fue promovido al grado de capitán, sin dejar de pensar en su sueño de vuelos largos, por lo que arregló un avión de madera que la Fuerza Aérea había descartado y le puso un motor BMW de 185 caballos.
Después de probarlo y satisfecho de que lo podía volar a larga distancia lo nombró “Coahuila” y anunció que estaba listo a volar sin etapas de la Ciudad de México a Ciudad Juárez, hazaña que logró el 2 de septiembre de 1927 cuando aterrizó en Ciudad Juárez, llegada a la fronteriza ciudad que coincidió con la de Charles A. Lindbergh y su nave, Spirit of St. Louis, a El Paso, Texas. Ambos se conocieron y comenzó una gran amistad entre los dos aviadores; la cual se hizo aún más profunda cuando Lindbergh, a quien llamaban “El Águila Solitaria” visitó la Ciudad de México en un vuelo de buena voluntad el 14 de diciembre de 1927. El Capitán Emilio Carranza fue el acompañante oficial de Charles Lindbergh durante su estancia en nuestra capital.
El vuelo de Lindbergh de Washington a la Ciudad de México fue la meta que despertó interés y entusiasmo en la aviación mexicana, divulgándose la idea que México debería patrocinar un vuelo de buena voluntad de la Ciudad de México a Washington como respuesta al gesto de amistad del vuelo de Lindbergh ese diciembre.
Esto despertó el interés de los bancos y pronto gente de todos lados mandaban contribuciones incluyendo mexicanos que habían emigrado a los Estados Unidos; estudiantes de todo el país de México y todas aquellas personas con un sentido de patriotismo que querían impulsar la noble causa de paz, buena voluntad y comprensión entre los dos países. Cuando Lindbergh se enteró del posible vuelo, él mismo mandó un donativo de 2,500 dólares. El comité requería una nave ya probada y con la capacidad de volar 24 horas continuas. Decidieron que tenía que ser un Ryan B2 (réplica del Spirit of St. Louis) hecho en San Diego, California. Se hizo la orden y se construyó la nave que fue nombrada “Excélsior”. México ahora buscaba al más serio y profesional de sus pilotos para este memorable vuelo. El día 14 de febrero de 1928 el periódico Excélsior invitó por telégrafo a Emilio Carranza para llevar a cabo este vuelo sensacional de la Ciudad de México a Washington, D.C.