Ninguna puerta estaba hecha para su altura, ninguna silla para su tamaño, ningún vaso para su sed y ninguna mirada disimulaba la sorpresa ante su presencia. Nunca buscó la fama ni abusó de su fuerza, por eso para todos José Calderón Torres era “Pepito”, a pesar de que medía 2.30 metros de altura.
En la esquina que hoy hacen las calles de Graciano Sánchez y Cuarta Avenida en la colonia El Arenal, en el norte de Tampico, nació José Calderón, pero su familia tuvo que trasladarse al sur de la ciudad, a la calle Tancol de la colonia El Cascajal, debido a problemas económicos.
Desde pequeño presentó signos de acromegalia
“Una maestra ya no quiso enseñarme porque no aprendía en clase, por eso me salí de la escuela en el segundo año, tuve que aprender a leer yo solo”, confesaría en una entrevista al periodista Daniel Castro del Valle.
Entonces, a sus nueve años, José Calderón ya empezaba con problemas de acromegalia, una rara enfermedad que distorsiona el crecimiento y que afectaría también su sentir.
Desde adolescente, al igual que sus hermanos, “Pepito” tuvo que buscar trabajo y a los 15 años ya tenía la talla de un adulto, se empleó en diversas actividades, llegando a los 21 años ya con una altura de más de 2.10 metros y cuando tenía 26 años ya medía 2.30 metros.
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Antes de ser apodado 'El Terrestre', ¿por qué le decían así?
Anunció vitaminas en Guadalajara; se colgó letreros de anuncios en Reynosa, hizo de referí en una pelea de enanos en una función de lucha; pero su entrada al Sindicato de Trabajadores de Transportes Terrestres de Tampico cambiaría para siempre la ya atribulada vida de José Calderón, que trabajaba en todo con tal de llevarle un poco de dinero a su amada madre.
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Ahora cuando su gran humanidad cruzaba por las calles Pedro José Méndez, Héroe de Nacozari, Reforma, Genaro Salinas y todas las que rodean los mercados de la ciudad, su rumbo habitual, la gente lo llamaba “Pepito, El Terrestre”; terminando su “carrera” de alijador en 1956, después de 15 años de duras jornadas que le dejaron una enfermedad pulmonar.
Victoria Torres fue la única mujer que 'podía controlarlo'
“Pepito casi siempre vestía de pantalón negro y camisa blanca, pues su madre le hacía su ropa. Y en una renovadora de calzado, cerca del Café Selecto, le hacían los zapatos, ahí en el aparador exhibían unos zapatos gigantes de los que usaba”, señala José Llanos, promotor cultural de la historia de Tampico.
Conocí a “Pepito, El Terrestre” desde niño, afirma José Llanos, “vivía yo en una vecindad de la calle Francisco I. Madero, ‘Pepito’ pasaba todos los días por mi casa, con su andar de lado caminando hasta el mercado, ya se dedicaba a vender billetes de lotería.
Mi padre tenía un puesto en el mercado y ahí lo veía casi todos los días, como a todos lo que más me sorprendía eran sus grandes zapatos”.
“Un día se fue a divertir a unos juegos mecánicos que se habían instalado por la plaza Gaona; Pepito, ebrio, quería subir a los caballitos, pero su gran peso amenazaba con voltear el carrusel y nadie lo podía calmar. Solo una persona lo controlaba: su madre.
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La fueron a traer y al ver Pepito a su madre se calmó rápidamente, después de regañarlo se lo llevo de la mano a su casa”, añade.
La noticia que despertó la solidaridad para 'Pepito'
En marzo de 1958 una noticia, en EL SOL DE TAMPICO sobre el gigante, causó conmoción. Pepito y su madre Victoria Torres estaban enfermos, no tenían para comer ni para medicinas.
Entonces empezaron a llegar a la redacción cartas de apoyo con dinero para ese gran hombre, creándose una colecta en la que participó tanto el pueblo, como empresarios y profesionistas que le dieron su apoyo para librar ese difícil trance.
En total se reunieron dos mil pesos, lo que se logró con la ayuda de la gente y de un empresario, Juan Reyna, que organizó un evento en su beneficio.
Además, un doctor de la localidad ofreció su ayuda para tratar a él y a su madre, entregándose el donativo a Pepito en esta cada editora.
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Su gran tamaño, pero sobre todo su gran corazón y humildad, marcaron para siempre a “Pepito”; nunca quiso aprovechar su singularidad para ganar más dinero o abusar de las circunstancias, solo anheló ser tratado como una persona común; sin saber que la vida le tenía reservado un lugar más allá de su tiempo, ligado a la historia de los grandes personajes de su querido Tampico.