A ellos no hay quién les lleve un ramo de flores, que les vaya a limpiar su tumba o al menos los visite de vez en cuando, algunos ni siquiera han sido identificados y quizás aún sean buscados por familiares que no han tenido la fortuna de conocer su paradero final; son los muertos que descansan en la fosa común de los panteones.
La fosa común es el lugar donde se entierran los cadáveres que por diversas razones no tienen sepultura propia, ha sido a lo largo de la humanidad un método muy usado para disponer de los cuerpos, incluso de forma masiva.
En la zona conurbada durante años funcionó en el Panteón Municipal de Tampico, ubicado en la avenida Las Torres, donde eran depositados los cuerpos que nadie reclamaba en nuestro puerto y en Ciudad Madero, mientras que al cementerio de La Pedrera eran enviados los de Altamira.
La saturación en el camposanto porteño en 2013 obligó a la búsqueda de un nuevo espacio para el descanso de aquellos que no son reclamados, por lo que a petición de la Procuraduría General de Justicia y en sesión de cabildo se acordó establecer la fosa común en el panteón municipal del ejido Benito Juárez de Altamira, ubicado en la brecha a Corpus Christi, a la altura del kilómetro 35 de la carretera Tampico-Mante.
En un área de aproximadamente 70 por 20 metros comenzó a operar desde hace seis años el destino final de los no reclamados, que ahora, a petición de la Comisión de Derechos Humanos, son enterrados de manera individual, a dos metros de profundidad y a cada uno de ellos se le coloca una cruz metálica y en una placa los datos que existan del finado; en muchos de los casos ésta permanece sin inscripción alguna.
UN POCO DE HISTORIA
Las fosas comunes de manera masiva también han sido utilizadas a través de la historia, en casos de catástrofes naturales, epidemias o en situaciones donde haya riesgo de contagio masivo, como en la época de la peste negra en la que se abrieron espacios para contener los cadáveres infectados con dicho mal.
También han sido empleadas durante las guerras, como en la Segunda Guerra Mundial, cuando por ejemplo los nazis las emplearon como entierro para judíos asesinados, en las que incluso se ha documentado eran arrojados cuerpos aún con vida.