Era verano de 2004 en la colonia Las Torres, de Tampico. Las vacaciones habían comenzado y los niños jugaban en las calles, iban al cine, o sencillamente dejaban pasar la tarde en su casa. Tal como sucedió en el domicilio donde cuatro primos se divertían con un libro de colorear.
Aleyne, que en ese entonces tenía 9 años y era la más grande del grupo, cuidaba a sus primos mientras su tía preparaba la comida. En algún momento, uno de los niños, el más pequeño, se levantó de la mesa, se separó de los otros chicos y comenzó a andar por la sala. Aunque eso la desconcertó, Aleyne lo dejó ser al pensar que solo estaba inquieto.
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El niño más pequeño parecía inquieto y nervioso, así inició todo
El niño de cuatro años siguió yendo muy nervioso de un lado para otro, hasta que llegó a la cocina. Su madre lo vio y dio un grito que llevó a los demás a preguntarse qué ocurría. Entonces vieron que la madre, con un manotazo rápido, le quitó al niño un objeto: un encendedor.
La madre guardó el encendedor en un cajón de la cocina y regresó al pequeño a la mesa, intentó que siguiera coloreando, pero al poco rato se aburrió y dijo que iría a su cuarto. Pasaron unos minutos y Aleyne decidió seguirlo. Subió a la habitación y lo que vio la paralizó por un momento, el colchón se quemaba y soltaba un humo muy molesto.
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Ella recogió al niño y corrió a avisarle a su tía lo que pasaba. Al llegar, la mujer se percató que las llamas comenzaron a propagarse con velocidad por la ropa, los juguetes y las pertenencias del niño. Bomberos tuvieron que acudir para controlar el incendio que terminó por consumir la habitación.
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“Tenía muchas ganas de jugar con fuego", le confesó a su primo
Nadie salió herido del incidente. Aleyne cuenta que casi 20 años después, al platicar con su primo, él le dice que tiene muy presente lo que pasó: “Yo tenía muchas ganas de jugar con fuego. Cuando me quitaron el encendedor me enojé y por eso me subí al cuarto, estaba ahí con mis juguetes cuando vi que, de debajo de la cama, se asomaron dos piecitos”.
“Me agaché para ver bien, y entonces los miré. Eran dos hombrecitos, vestidos de verde y sombrero. Uno era más pequeño que el otro. El más grande me miró, me sonrió y me entregó algo que llevaba en su manita. Un encendedor. 'Toma', me dijo, 'para que quemes el cuarto'. Y eso hice”, recordó sobre el hecho que se convertiría en una de las leyendas de Tampico.