La naturaleza nos ha brindado muchas cosas, empezando por la vida y un ambiente en el cual podemos recrear y sobrevivir como especie, no solo espacio, sino también agua, sol y, sobre todo, comida.
Nuestros antepasados sentaron las bases de lo que hoy somos como sociedad, de manera empírica aprendimos a alimentarnos por medio de la cacería y la agricultura, eso ya no es una preocupación ya que empresas se han encargado de facilitarnos todo esto con una visita al supermercado.
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Pero ¿quién nos asegura que estamos obteniendo un producto 100% de calidad? Ya que existen diversas versiones acerca de los procesos que estos productos reciben para dotarlos de una mejor apariencia.
Los temores generados por estos dichos dio paso a que los productos “orgánicos” obtuvieran un despegue descomunal en su popularidad con el comercio de productos libres de cualquier proceso invasivo para mejorar su calidad.
La desventaja de estas frutas, vegetales, jaleas, condimentos y toda clase de comestibles es que se venden en los centros comerciales a precios considerablemente altos.
A LA FORMA ARTESANAL
Ante este panorama, renacieron y volvieron a echar raíces las enseñanzas de nuestros antepasados, y la agricultura hogareña se convirtió en una opción favorable para obtener productos de calidad y con el único precio de un poco de trabajo y dedicación, ya que el resto lo da la tierra.
La bióloga Ana Alejandrina González Calvillo compartió con El Sol de Tampico cómo improvisadamente se volvió una aprendiz de la madre naturaleza y en su rol de educadora enseñó a sus alumnos cómo cultivar y cosechar frutas y verduras a unos pasos de su hogar.
“Fue mediante un proyecto en que invité a mis alumnos de secundaria a que podían ellos cultivar y obtener alimentos puros y limpios directamente desde su jardín, les enseñé cómo debían atender la planta, regarla, limpiar sus hojas y a no utilizar productos químicos”, explicó la especialista.
UNA APRENDIZ DE LA MADRE NATURALEZA
En la catedrática, entusiasta por la herbolaria y la jardinería, floreció la idea de tener en su propio patio una variedad considerable de frutas y verduras, tales como papaya, limón, chile habanero, tomate, naranja, piña, sábila, coco, aguacate y jobitos.
“Lo más sorpréndete que aprendí de todo es que cuando compraba en el súper frutas o verduras, al comparar su sabor y olor con las que yo misma sembraba había una diferencia abismal y los aproveché para después empezar a cocinar con ellos. En mi propia casa cuando me hace falta alguna verdura, como un chilito, solo necesito salir al patio y tomarlo”, dijo orgullosa.
LA SATISFACCIÓN DE VER CRECER SUS SEMILLAS EN LAS MENTES JÓVENES
No solo pudo disfrutar su paladar al empezar a aprovechar de su propia huerta los productos, sino que su papel de maestra la hizo llenarse de orgullo cuando sus alumnos también empezaron a descubrir esta facilidad.
“Una de las profesoras me mandó mensaje un día diciéndome que la mamá de uno de sus alumnos estaba fascinada con unos tomates que uno de mis alumnos había sembrado, que estaban rojos, brillantes y hasta mejores que los del súper”, precisó la entrevistada.
Tal parece que, así como una madre tiene que aguantar los berrinches y travesuras de sus hijos, la madre naturaleza, aun con el daño que le hemos hecho, sigue brindando su tierra fértil, como los brazos de un amor incondicional a nosotros.