PRIMERA DE TRES PARTES
Todo estaba ya listo...
Equipos de iluminación, de sonido, el personal técnico, los actores. Corrijo: casi todo. El equipo estaba a punto por grabar una de las escenas principales de esa película, estelarizada por el santito, un superhéroe cuyo nombre no podía ser pronunciado, ya que es una marca registrada.
En la historia, tendría un encarnizado y ardiente combate contra las mujeres vampiro y los murciélagos sicarios que tenía la cabecilla de esa banda de chupasangres. En esa escena en particular el santito peleaba contra los tres hijos de Drácula mexicanos.
Vestidos de negro, los luchadores que personificaban a los enemigos del bien, se daban un buen entre a golpes con el enmascarado de plata. Después de casi dos minutos de pelea continua, uno de los actores corría, y por obra y arte de los efectos especiales, se transformaba en un gigantesco murciélago.
Los más mínimos detalles de la escena de pelea fueron ensayados previamente. No había posibilidad de cometer errores. De hecho, para evitarlos, el director de la película prefirió contratar a luchadores profesionales, para que personificaran a los vampiros y lucieran más reales las escenas.
La sola presencia de Natanael Alvarado, como un vampiro calvo y de mandíbula prominente como Maurice Tillet, era garantía de que los monstruos serían los adecuados.
Repentinamente algo falló
Cuando ya estaba todo preparado para grabar, los responsables de la filmación se dieron cuenta de un faltante. Nada más y nada menos que los hilitos con los que se amarraban y movían las alas del vampiro de hule, para hacer creer a los futuros espectadores que estaban frente a un vampiro de verdad.
-¿Y ahora qué haremos? -cuestionó el señor Calderón Steel, el dueño de la empresa al conocer la falta de los hilos famosos.
-“Qué van hacer ustedes”, le respondieron Lorena Velázquez y el famoso Lobo Negro, un luchador al que le tocó representar al vampiro gordo y chaparro.
-Es un problema ajeno a nosotros los actores que debe ser resuelto por USTED, señor Calderón Steel, por dejar para el final y ya ve lo que pasó, dijo Lorena, ya convertida en Thundra la soberana de las mujeres vampiro.
Todo se convirtió en un momento de gran confusión y de dudas. Mientras, el personal de utilería buscaba y hurgaba en todos lados para tratar de conseguir los famosos hilos de alambre y amarrar a los vampiros de hule, la mayoría de los actores y las actrices prefirieron quitarse los colmillos de plástico, las capas negras y sacudirse un poco el pelo para finalmente ponerse a platicar.
Como no estaba permitido beber alcohol o cerveza, entre varios compartieron unas jarras con agua. También se las ingeniaron para conseguir una cajetilla de cigarros delicados y ponerse a platicar un buen rato.
-En verdad qué mal que la producción no consideró lo de los hilos-, dijo al grupo de actores vampiros, Carlos Suárez, el sempiterno representante del enmascarado luchador,
-Tienes toda la razón. Qué desorganización hay aquí-, reprochó también Javier Duval, un actor que hacía de novio de la hija del doctor Orlok, el científico medio loco y chiflado, descubridor del castillo de los chupasangre.
La desesperación comenzó a cundir entre el elenco. Ya se estaban cansando y temían perder ese día de grabaciones. Los pocos cigarros que tenían en la cajetilla se agotaron. Los artistas veteranos de varias películas del género de terror kitsch criticaron de forma acre el retraso en la filmación.
-Nunca antes en los años que tengo filmando esta clase de películas me había pasado esto-, señaló con enfado Lorena.
-Trabajé con Bela Lugosi, con Max Shreck y hasta con Frank Langella y en todas las películas había siempre personal técnico responsable de esa clase de detalles, siempre listo para atender los requerimientos del director, -les comentó-, generando la aprobación de todos los actores.
El calor a esa hora comenzaba a ser más intenso. Eran las seis de la tarde de un 24 de abril. Los estudios Churubusco, el escenario natural para estas filmaciones, lucía a reventar. Había cientos de familias arremolinadas en la puerta para poder ver de cerca cuando entraran y salieran las estrellas de las películas en blanco y negro.
-El cine de luchadores es el sostén de cientos de familias. Todos ganamos bien cuando el señor santito filma películas. Más, cuando utiliza personajes de monstruos, los ingresos son mayores para nosotros, porque requiere del trabajo de maquillistas, técnicos en efectos especiales, diseñadores de vestuario, y sobre todo, los que se encargan de mover a los vampiritos, señaló de nuevo Lorena, como leyéndoles el pensamiento a sus atribulados compañeros de profesión.
Y el calor seguía haciendo mella en los actores y actrices, Los periódicos eran insuficientes para echarse aire. Todos sudaban a mares y nada que llegaban los encargados de reparar los desperfectos con los murcielaguitos voladores y sus alambritos invisibles.
A alguien se le ocurrió ir por algo qué comer. Todos aplaudieron la propuesta. Sería una manera agradable de pasar la tarde y, sobre todo, de poder charlar y estrechar amistades.
Lorena, en su majestuosa belleza, tenía embobados a todos. Pero a ella eso parecía no importarle. Se comportaba como una más del grupo. Sin maquillajes, ni poses de diva, la eterna vampira del cine nacional, continuó narrando sus aventuras en el cine de horror nacional.
-Como les estaba platicando, sé que, probablemente no me creerán, pero alguna vez el protagonista de esta película, sí, aunque lo duden, el enmascarado se me declaró. Me pidió que fuera su novia. Obviamente le dije que no. Cómo iba a ser eso, si el señor era casado y ya con varios hijos. Yo era una simple muchacha, con muchos admiradores, pero una señorita de casa. Mis padres me llevaban a las filmaciones y me regresaba con ellos a la casa. Siempre estuvieron al pendiente de mí y de todo lo que me interesaba conocer-.
-Lorena, ¿alguna vez el Santito te escribió una carta de amor? la cuestionó una de las jovencitas que harían su debut en la cinta. Su papel era de una vampira muda, no tenía ninguna intervención importante. Solo correría con su capa ensangrentada cuando el enmascarado la quemara con una antorcha.
Lorena solo sonrió y suspiró lentamente:
-Claro, en una ocasión que lo conocí en un baile de los luchadores. De los que acostumbraban hacer cada año, en el mes de diciembre. Esa vez fui coronada como la reina de todos ellos. Me sentía soñada y fui muy feliz. Me sacó a bailar. La música en su esplendor. Un grupo, venido de Cuba, amenizó el festejo. Santito me invitó una copa de vino, mientras me veía a los ojos. Era una persona de gran personalidad. Me tomó de la cintura y me susurró al oído:
“Ojalá y fueras una vampira de verdad para que bebieras mi sangre y esté siempre atado a ti”.
-No sé si eso era un poema, pero sonó bonito y me gustó. No creo que él le dijera eso a todas sus compañeras de filmación.
-A mí me agrada, -dijo María Duval-, una joven y bella actriz que hacía su debut en esas producciones. Tan me gustan los vampiros que incluso accedí a tatuarme un murciélago para la película, -explicó-, mientras ponía al descubierto uno de sus hombros, ante el asombro de todos.
Efectivamente era un murciélago con las alas extendidas. Un tatuaje extraño. De color negro. En la cabeza de animal alcanzaban a verse los colmillos. Sin duda cuidaron hasta el más mínimo de los detalles para que luciera bien.
“Cuánto atrevimiento”, “qué gustitos”, “qué bárbara cómo hiciste eso”, “quién te lo tatuó”, fueron algunas de los comentarios de los demás actores, quienes para esa hora se entretenían comiendo sus bocadillos.
Y es que para la época era una osadía. No cualquiera se decidía a tatuarse el cuerpo y mucho menos un murciélago.
-Lo hice y ya. No me importa lo que digan. Se ve bien y me siento a gusto. Además, si estamos actuando en una película de vampiros, ni modo de tatuarme a la virgen de Guadalupe, ¿no creen?- respondió desa-tando al momento un concierto de cejas levantadas, en señal de desaprobación.
--Mira mi niña, tienes razón, mientras tú estés a gusto, todo está bien. Pero recuerda en qué año vives y que no todo es bien visto- le dijo al momento Lorena, con su voz sensual y pausada.
De pronto, alzó la mirada al cielo, se tomó la barba partida que la hacía verse más bella aún y dijo:
-Pensándolo bien, todos los artistas somos iguales. Cuando Max Shreck fue dirigido por Murnau, le permitió también usar tatuajes. No eran de calidad, porque de inmediato se le desdibujaron todos en la escena de su travesía por altamar. Lo que más le agradó a Max, fue cuando le colocaron su traje negro larguísimo como sus piernas.
Él era un hombre de gran estatura y muy delgado. Sus brazos hiperextensos y las uñas largas que le colocaron eran impresionantes. Infundía miedo real.
Su rostro ya era cadavérico de origen, por eso especularon que era un vampiro rumano descendiente de Vlad Tepes.
Pero no era verdad. Solo estaba enfermo y anémico.