En Tampico cada actividad tuvo su propio tiempo, era normal que quienes bajaban a los muelles vieran con asombro que la ciudad tuviera horarios distintos de acuerdo al reloj que veían, pues existían varios en las calles de la zona centro, en la Plaza de la Libertad, la Plaza de Armas, el Parque Méndez e incluso en el penal y cada uno marcaba su propio momento.
UNA JOYA ÚNICA EN AMÉRICA DE 460 VUELTAS
Pero entre las primeras máquinas del tiempo más precisas de Tampico a la vista de todos está el majestuoso reloj de la catedral, “que fue donado a la ciudad por el señor don Angel Sainz Trápaga en el año de 1881, quien lo mandó a fabricar exprofeso a un relojero en Londres, Inglaterra. Sus piezas fueron cuidadosamente modeladas a mano y con una perfección absoluta”.
Señala el fundador de Historias del Puerto, Miguel Hernández Zapata, quien menciona que “el reloj es una obra de José Rodríguez Losada y es único de estas características en América Latina, pues es completamente mecánico, con piezas de cobre y algunas de acero con aleación de bronce, conservándose aún muchas de ellas originales”.
Añade que “el relojero Rafael Garza, es uno de los últimos que se han encargado del mantenimiento del reloj, que se ubica a 136 escalones, dentro de la torre de la Catedral de Tampico, teniendo que darle cuerda a la maquinaria cada 5 días, con 460 vueltas a las 3 manivelas del mecanismo que lo componen”.
ESTUVO A PUNTO DE TERMINAR ABANDONADO
Indica el promotor de la historia de Tampico, que esta joya de la época de la revolución industrial estuvo a punto de tirarse a la basura, pues a principios de 1970, el patronato de la Iglesia Catedral quiso modernizar el templo y pretendió desinstalar el reloj de la torre, para dar paso a otro que no requiriera tanto mantenimiento.
“Fue al relojero municipal, Santiago Monterrubio, que el presidente de Tampico, Fernando San Pedro, le pidió revisar las piezas en 1971, solicitando al Patronato de la Iglesia poder arreglar el reloj, comprobando que los engranes se encontraban `al milímetro´, es decir que a pesar de noventa años de servicio, no habían sufrido desgaste”, afirma.
LOS OTROS TIEMPOS DEL PUERTO
Así fue como esta pieza histórica en la relojería del continente americano no terminó en los sótanos de algún templo, no teniendo la misma suerte otras no menos importantes máquinas del tiempo que tuvo la ciudad, como el imponente reloj, que se situaba en la Plaza de la Libertad.
Este aparato de la Plaza del Muelle, fue donando a la ciudad por la colonia española, como gesto de buena vecindad a Tampico en el centenario de la Independencia de México, traído de Alemania estuvo 12 años dando la hora hacia los cuatro puntos cardinales, justo en el acceso que servía al puerto y a la estación de ferrocarril, siendo desmantelado para colocar en su lugar el monumento a la refundación de Tampico y que se conoce como “El Aguilita”.
Otro importante reloj público fue el que entregó la comunidad china de Tampico a la ciudad en 1923, en el centenario de la fundación del puerto y que se colocó en el recién inaugurado Parque Méndez, una plaza con juegos infantiles, que con el paso del tiempo fue sufriendo transformaciones hasta que desaparecieron la torre a finales de los años de 1950.
EL RELOJ DE ANDONEGUI VUELVE A OPERAR
Uno de los relojes que fue también rescatado es el que se ubica en una de las torres de lo que fue el Palacio Penal de Andonegui, ahora Barco Museo del Niño, donde "dentro de la restauración del inmueble se dio el mantenimiento a la máquina del aparato, que es de la marca Centenario, uno de los de mayor tradición en el país y el cual en 2024 cumplirá sus primeros 100 años de vida, ya que fue puesto en operación en 1924".
Reveló Malú Aranda, directora del museo, quién afirma que se da el mantenimiento debido, con personal que viene desde el centro del país específicamente a verificar el aparato, que actualmente opera dando campanadas cada media hora y con música instrumental cada hora.
LA PANDEMIA DETUVO AL TIEMPO PERO NO LOS RELOJES
El reloj, igual que cualquier otra máquina, fue creado y desarrollado porque se percibió cierta exigencia, en este caso el cumplimiento de un horario, por eso su uso se generalizó incluso en el paisaje de las ciudades, sin embargo, el tiempo nunca contó que iba a pasar de moda y con la llegada de la pandemia se desfasarían las horas y los días.
Ahora el tiempo se ve de otra forma y a pesar que las máquinas siguen marcando las horas y los minutos, más allá del paisaje está la mirada del tiempo, que nos recuerda que al igual que la vida el reloj avanza siempre hacia adelante.