El proceso de la muerte en la vida es algo natural, así como lo es los oficios que rondan esta calamidad, la vida de un sepulturero rara vez es observada como una profesión que requiere una fortaleza mental, pues no es tarea fácil ser las últimas manos que llevan resguardan antes del descanso eterno.
Don Lino Hernández ha dedicado gran parte de su vida al negocio de la muerte, desde funerarias hasta panteones, más de 50 años los ha pasado rodeado de cuerpos, de historias que llegaron a su fin y que la costumbre no ha hecho más sencilla su labor.
Trabajar desde niño entre tumbas
La familia de Don Lino se ha dedicado desde hace tiempo al cuidado, mantenimiento y preparación de criptas en diversos panteones de la zona sur de Tamaulipas, para el no fue difícil conocer el oficio pues relata que a sus 5 años el ya cargaba cubetas de agua entre los epitafios.
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“No tuve que aprender porque ya había visto a mi papá y a todos hacerlo, yo desde pequeño estaba aquí acarreando latas de leche con agua a la gente que venia”, describe sus primeros años en el oficio.
La costumbre no lo vuelve más sencillo
Como un médico reaccionaría a una herida abierta o la sangre, ver la muerte en los ojos de un sepulturero, se vuelve su cotidianidad, algo natural para sus ojos, pero no para sus corazones, Don Lino explica que han pasado los años pero sigue sintiendo pena al ver el dolor en otros.
“Mucha gente dice que los sepultureros no tenemos sentimientos, pero claro que tenemos, porque tenemos familia y sabemos que un día u otro nos vamos a morir”, describió el entrevistado al agregar que no hay tristeza más grande que sienta que el ver a un infante despedir a sus padres.
Se destapan trapos sucios
El sepulturero relató que este trabajo llega a tener unos matices muy variados, así como existe la tristeza existe el drama, como el que le toca presenciar cuando dos familias se reúnen a despedir a una persona para sorprenderse con el encontrar parecidos similares en sus hijos.
“A veces como los maridos son infieles, se muere y caen aquí las dos mujeres y los hijos y es cuando empiezan los arañazos, se agarran a chingadazos, uno nomas ve y calla”, explica Don Lino que aclara que es algo inusual este tipo de situaciones.
No quiere ser enterrado, teme al olvido
Quién mejor para detallar sobre la vida de un cuerpo en reposo que el mismo cuidador, con tanto años el hombre ha visto como las familias cada vez le dan menos importancia a tener un lugar digno para sus seres queridos y que el mismo ha decidido no ser enterrado.
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“Yo ya dije que me cremen y me lancen al mar, para terminar como los que uno ve aquí olvidados, pasa un mes de que fallece y se olvidan del muertito”.
Concluye diciendo que los panteones ya solo atraen a gente cuando se acerca la fecha de Día de Muertos, una fecha que les dice y casi necesite recordarles a muchos “Recuérdenlos”.