/ jueves 16 de agosto de 2018

Cosa de niños

Cuando era niña, si llegaba con la cara con rasguños o con las colitas, que mi madre me hacía en el pelo, todas desechas, mi madre siempre pensaba que alguien me había agredido y suponía, y no se equivocaba, que no me había defendido y entonces lejos de consolarme me daba unos cuantos chanclazos, según ella, para que se me quitara lo... tonta, por decirlo así, al tiempo que me decía separando las palabras en sílabas:

“¿Cuán-tas ve-ces te he di-cho que no te de-jes?”, demás está decir que esta terapia que para ella era por mi bien, causaba más estragos que aquellos crueles juegos de los que era víctima, como tantos otros niños.

Los grandes mesabancos de madera de la escuela, de dos plazas, eran lo peor; pues siempre me tocaba sentarme con alguno de esos chistosos que gustaban de colocar en las espaldas de los otros frases como: el gordo, la fea, la tonta, el idiota, el pobre, el burro, Etc.

Frases peyorativas que provocaban la risa de los demás, que como borregos se unían a la burla al desdichado que corría con la mala suerte de ser escogido ese día y que como siempre, era el último en darse cuenta del porque de la burla, y quien en un intento de dejar de ser víctima, trataba de congraciarse con los autores del juego convirtiéndose a su vez en un víctimario.

No recuerdo que en mis tiempos infantiles alguien haya resultado herido, muerto o expulsado por el juego; tal vez los que lo cometían sólo visitaban de cuando en cuando al director, atendiendo a una cordial invitación de éste y también recuerdo que los padres de familia no intervenían, pues era, como ellos decían, cosa de niños.

Ahora a esa cosa de niños se le denomina técnicamente bullying y cobra matices legales, donde hasta la Suprema Corte de Justicia de la Nación ha intervenido, fijado y resuelto hasta el momento 5 tesis, donde define al bullying escolar como todo acto u omisión donde de manera reiterada se agreda física, sicoemocional, patrimonial o sexualmente a un niño o adolescente, al cuidado de instituciones escolares sean públicas o privadas.

Esto conllevó a que en mayo del 2015, la Primera Sala de la SCJN por unanimidad resolviera un amparo interpuesto por la madre de un pequeño, alumno de una institución privada que había sido víctima de bullying, fallando contra la escuela para que ésta pagara una indemnización de 500 mil pesos por el daño moral al menor. Los criterios que se aplicaron para esta resolución fue que la escuela no realizó ninguna medida para prevenir o combatir el hostigamiento, e incluso se consideró que la maestra habría alentado a los niños a continuar el bullying.

Además de que la SCJN consideró que el acoso dañaba la dignidad, integridad y educación del menor, también era un tipo discriminación por tener el niño déficit de atención con hiperactividad, cabe señalar que el objetivo de esta resolución no era una reparación económica, sino la protección de los menores y evitar que casos como éste se siguieran presentando.

Sin embargo, al parecer no se ha tenido la respuesta esperada, ya que en enero del 2018, en una escuela secundaria de Hidalgo, dos alumnas agredieron física y verbalmente a una tercera mientras ésta yacía en el piso de un salón de clases ante la mirada de compañeros, determinando la SEP solamente el traslado a otra escuela de las alumnas agresoras, sin tener en cuenta que el comportamiento agresivo de éstas podría repetirse de nueva cuenta; siendo éste solo uno de los muchos casos que probablemente sigan presentándose en las diversas escuelas de nuestro país, donde uno o más niños por miedo a que los padres mismos los reprendan como mi madre lo hacía conmigo por no defenderme, continúen callados, tratando de asimilar el porque son víctimas o quizá en el peor de los casos tratando de volverse victimarios para evitar ser golpeados no tan sólo por una sociedad en ciernes, donde la violencia se alberga y aflora sin mediar motivo; sino por la sociedad que debería constituir el núcleo de seguridad fundamental del niño, que es la familia; por lo que el ciclo no acaba de cerrarse.

Creo que los chanclazos que recibí cuando niña me sirvieron, pero no en el sentido que mi madre hubiese querido; pues nunca se me quitó lo... tonta y continué con mi política de no defenderme, pues no iba a cambiar para seguir a un grupo y tampoco pasarme al lado de los victimarios, solo dejé que el tiempo hiciera lo suyo y cicatrizara las huellas, pero no de las agresiones de los compañeros sino de los chanclazos.

juliamiguelena@hotmail.com

Cuando era niña, si llegaba con la cara con rasguños o con las colitas, que mi madre me hacía en el pelo, todas desechas, mi madre siempre pensaba que alguien me había agredido y suponía, y no se equivocaba, que no me había defendido y entonces lejos de consolarme me daba unos cuantos chanclazos, según ella, para que se me quitara lo... tonta, por decirlo así, al tiempo que me decía separando las palabras en sílabas:

“¿Cuán-tas ve-ces te he di-cho que no te de-jes?”, demás está decir que esta terapia que para ella era por mi bien, causaba más estragos que aquellos crueles juegos de los que era víctima, como tantos otros niños.

Los grandes mesabancos de madera de la escuela, de dos plazas, eran lo peor; pues siempre me tocaba sentarme con alguno de esos chistosos que gustaban de colocar en las espaldas de los otros frases como: el gordo, la fea, la tonta, el idiota, el pobre, el burro, Etc.

Frases peyorativas que provocaban la risa de los demás, que como borregos se unían a la burla al desdichado que corría con la mala suerte de ser escogido ese día y que como siempre, era el último en darse cuenta del porque de la burla, y quien en un intento de dejar de ser víctima, trataba de congraciarse con los autores del juego convirtiéndose a su vez en un víctimario.

No recuerdo que en mis tiempos infantiles alguien haya resultado herido, muerto o expulsado por el juego; tal vez los que lo cometían sólo visitaban de cuando en cuando al director, atendiendo a una cordial invitación de éste y también recuerdo que los padres de familia no intervenían, pues era, como ellos decían, cosa de niños.

Ahora a esa cosa de niños se le denomina técnicamente bullying y cobra matices legales, donde hasta la Suprema Corte de Justicia de la Nación ha intervenido, fijado y resuelto hasta el momento 5 tesis, donde define al bullying escolar como todo acto u omisión donde de manera reiterada se agreda física, sicoemocional, patrimonial o sexualmente a un niño o adolescente, al cuidado de instituciones escolares sean públicas o privadas.

Esto conllevó a que en mayo del 2015, la Primera Sala de la SCJN por unanimidad resolviera un amparo interpuesto por la madre de un pequeño, alumno de una institución privada que había sido víctima de bullying, fallando contra la escuela para que ésta pagara una indemnización de 500 mil pesos por el daño moral al menor. Los criterios que se aplicaron para esta resolución fue que la escuela no realizó ninguna medida para prevenir o combatir el hostigamiento, e incluso se consideró que la maestra habría alentado a los niños a continuar el bullying.

Además de que la SCJN consideró que el acoso dañaba la dignidad, integridad y educación del menor, también era un tipo discriminación por tener el niño déficit de atención con hiperactividad, cabe señalar que el objetivo de esta resolución no era una reparación económica, sino la protección de los menores y evitar que casos como éste se siguieran presentando.

Sin embargo, al parecer no se ha tenido la respuesta esperada, ya que en enero del 2018, en una escuela secundaria de Hidalgo, dos alumnas agredieron física y verbalmente a una tercera mientras ésta yacía en el piso de un salón de clases ante la mirada de compañeros, determinando la SEP solamente el traslado a otra escuela de las alumnas agresoras, sin tener en cuenta que el comportamiento agresivo de éstas podría repetirse de nueva cuenta; siendo éste solo uno de los muchos casos que probablemente sigan presentándose en las diversas escuelas de nuestro país, donde uno o más niños por miedo a que los padres mismos los reprendan como mi madre lo hacía conmigo por no defenderme, continúen callados, tratando de asimilar el porque son víctimas o quizá en el peor de los casos tratando de volverse victimarios para evitar ser golpeados no tan sólo por una sociedad en ciernes, donde la violencia se alberga y aflora sin mediar motivo; sino por la sociedad que debería constituir el núcleo de seguridad fundamental del niño, que es la familia; por lo que el ciclo no acaba de cerrarse.

Creo que los chanclazos que recibí cuando niña me sirvieron, pero no en el sentido que mi madre hubiese querido; pues nunca se me quitó lo... tonta y continué con mi política de no defenderme, pues no iba a cambiar para seguir a un grupo y tampoco pasarme al lado de los victimarios, solo dejé que el tiempo hiciera lo suyo y cicatrizara las huellas, pero no de las agresiones de los compañeros sino de los chanclazos.

juliamiguelena@hotmail.com

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