La podredumbre que el viento del sur revolotea amenazante y a sus anchas esparce la fetidez en la antigua isleta El Zapote, transitan desapercibidas entre el grupo de hombres, mujeres y niños que escarban entre la montaña de basura, ansiosos de localizar desperdicios de cartón, plástico y vidrio, para llevar el sustento a casa.
Son poco más de una decena, con historias de vida distintas, pero que tienen un solo objetivo al hurgar y separar entre los montículos de despojos domésticos e industriales, ganar unos cuantos pesos para satisfacer las necesidades de la familia.
Cristina Pérez comienza esta tarea desde temprano y ganar entre 60 y 100 pesos por unas cuantas horas, y ayudar así a su marido que trabaja en el mercado municipal y atender las necesidades médicas de su hijo discapacitado.
"Sólo vengo un rato y lo que gano depende de lo que encuentre, pero eso me ayuda para llevar a mi hijo al medico y comprar algunas cosas que hacen falta en la casa".
La montaña de desperdicios llevadas por camiones de limpieza municipal, dicen los encargados, son rezagos en ese centro de transferencia, que sólo opera como tal, pues el lugar fue cerrado como basurero desde hace algunos años, al abrirse el relleno intermunicipal de Altamira.
El viento y polvo tornan insoportable el paraje y el mal olor se impregna entre la ropa. La "isleta El Zapote" desde hace años debió ser saneado, pero eso no lo sabe y tampoco le importa a Modesto Barrios Gómez, quien acude a este sitio muchas horas para sacar la mayor cantidad de residuos de pet, cartón o aluminio, que después transformados en la industria valen oro.
Dice que en otros tiempos era pescador, oficio que decidió abandonar por la poca producción, lo que le llevó a integrarse al grupo de pepenadores, donde considera que gana suficiente para llevar el sustento a su familia, pero que también le permite localizar desperdicios de comida para alimentar a sus perros.
La historia no es distinta a la de Martín, quien con respuestas cortas y ocultando su rostro entre la gorra y lente oscuro explica que tienen dos de años de trabajar en el basurero, pues antes se dedicaba a la albañilería, tarea en la que a veces se ocupa, cuando las ventas son pocas por los desechos recolectados.
Su jornada comienza a las 7 de la mañana y concluye a las cinco y dice que aquí gana lo normal recolectando productos reciclables.
LA POBREZA DA INMUNIDAD
Don Alejandro mueve ágilmente sus manos con un palo que le ayuda a hurgar entre la bazofia, su tarea tuvo frutos y obtuvo algunas botellas de plástico, que limpia rápidamente y separa. Antes trabajaba en un hotel, pero ahora es más rentable laborar entre la montaña de desperdicios.
¿Se enferma? No, responde, y tampoco teme contraer padecimientos en la piel o en el estómago, por el diario y constante manejo de la basura.
Para él ganar 300 pesos al día son suficientes y vale la pena exponer su salud a la podredumbre ocasionada por la basura.
Desde hace algunos meses cambió su empleo en un hotel por este sitio de desperdicios, que no deja respirar los olores de su naturaleza vecina, la Laguna del Chairel y que los ecologistas advierten como una amenaza perenne sobre su flora y fauna.