/ lunes 14 de enero de 2019

Suicidio adolescente, palabras que salvan vidas

Psicólogos, profesores y educadores se esfuerzan por buscar pistas que permitan detectar a tiempo las conductas de riesgo y sensibilizar a los jóvenes para que expresen sus conflictos, antes de llegar a las ideas suicidas.

Los especialistas están de acuerdo en que se trata de una verdadera prioridad de salud pública: el suicidio se ha vuelto en una significativa causa de mortalidad entre los jóvenes de 15 a 25 años. Sin embargo, sigue siendo un tema tabú para las familias y también para los establecimientos educacionales.

Psicólogos y educadores se esfuerzan por buscar pistas que permitan detectar a tiempo las conductas de riesgo y sensibilizar a los jóvenes para que expresen sus malestares. De ahí la importancia de atreverse a hablar y a comunicarse con los adultos en su entorno, como una manera de desahogarse y de informar sobre los problemas o conflictos que los llevan a un punto crítico.

Los intentos de suicidio son excepcionales en niños de escuelas primarias. No es que estén a salvo de la tristeza, el desánimo y el malestar psicológico, pero en cierta forma su propia inmadurez los protege de los pensamientos suicidas. Les resulta más fácil encontrar estrategias para bajar su tensión interna. Pero la situación se complica a medida que los niños crecen.


La adolescencia es una etapa no sólo de grandes cambios fisiológicos, sino también de profundos conflictos psicológicas. El tema del narcicismo es fundamental y el joven se siente desestabilizado por sus tensiones internas. Algunos que son más inmaduros no logran encontrar soluciones razonables y en ese momento les llegan las ideas suicidas.

Rara vez el colegio es el lugar elegido por el adolescente para llevar a cabo su trágica determinación. En la mayoría de los casos, el suicidio ocurre en el propio hogar. Por problemático que sea, el colegio le ofrece una mini sociedad organizada, que le aporta una cierta estabilidad. También es el lugar donde las adolescentes pueden expresar sus preocupaciones extra-escolares. Por esa razón es tan importante que el establecimiento educacional esté bien informado sobre las conductas de riesgo y cumpla un papel activo en prevenir las acciones suicidas.

Los diferentes actores en los establecimientos educacionales -profesores, enfermeras, consejeros, inspectores- necesitan sensibilizarse y formar comités de ayuda para los jóvenes en problemas. Parte de su trabajo debe ser adquirir una mayor información y comprensión de la adolescencia, para detectar las señales de alerta y estar atentos a los jóvenes en conflicto. Un recurso práctico es preparar guías de acompañamiento para distribuir entre los profesores y demás funcionarios escolares.

Más importante aún, el colegio tiene que ofrecer espacios para que los muchachos se expresen. Algunos establecimientos cuentan con instancias para enfrentar crisis pero, en general, los adultos son reticentes a hablar sobre los peligros, temen que sus ideas sean contraproducentes y a verse rechazos por los jóvenes.

Las acciones pueden ser de diverso tipo, según el grado de compromiso del establecimiento. Algunos hacen intervenciones puntuales, como jornadas de salud en las que se trata el tema del suicidio entre tantos otros, como el alcohol, las drogas y la seguridad en las rutas. A menudo, no resulta de mucha utilidad, porque los jóvenes no se sienten implicados. Son simples espectadores que escuchan hablar a un experto.

Una mejor alternativa son los talleres de prevención, con un trabajo sostenido y bajo la dirección de psicólogos. Se realizan periódicamente, como parte del programa educativo y con participación activa de los jóvenes. El psicólogo recopila todas las preguntas que quieran hacer y los temas a tratar se extraen de ejemplos reales y vividos. Los diálogos son momentos privilegiados durante los cuales los jóvenes se interrogan y cuestionan a los adultos. Poco a poco, incluso los más tímidos se atreven a hablar y, si es necesario, a pedir ayuda abiertamente. EUROPA PRESS N. S.

Los especialistas están de acuerdo en que se trata de una verdadera prioridad de salud pública: el suicidio se ha vuelto en una significativa causa de mortalidad entre los jóvenes de 15 a 25 años. Sin embargo, sigue siendo un tema tabú para las familias y también para los establecimientos educacionales.

Psicólogos y educadores se esfuerzan por buscar pistas que permitan detectar a tiempo las conductas de riesgo y sensibilizar a los jóvenes para que expresen sus malestares. De ahí la importancia de atreverse a hablar y a comunicarse con los adultos en su entorno, como una manera de desahogarse y de informar sobre los problemas o conflictos que los llevan a un punto crítico.

Los intentos de suicidio son excepcionales en niños de escuelas primarias. No es que estén a salvo de la tristeza, el desánimo y el malestar psicológico, pero en cierta forma su propia inmadurez los protege de los pensamientos suicidas. Les resulta más fácil encontrar estrategias para bajar su tensión interna. Pero la situación se complica a medida que los niños crecen.


La adolescencia es una etapa no sólo de grandes cambios fisiológicos, sino también de profundos conflictos psicológicas. El tema del narcicismo es fundamental y el joven se siente desestabilizado por sus tensiones internas. Algunos que son más inmaduros no logran encontrar soluciones razonables y en ese momento les llegan las ideas suicidas.

Rara vez el colegio es el lugar elegido por el adolescente para llevar a cabo su trágica determinación. En la mayoría de los casos, el suicidio ocurre en el propio hogar. Por problemático que sea, el colegio le ofrece una mini sociedad organizada, que le aporta una cierta estabilidad. También es el lugar donde las adolescentes pueden expresar sus preocupaciones extra-escolares. Por esa razón es tan importante que el establecimiento educacional esté bien informado sobre las conductas de riesgo y cumpla un papel activo en prevenir las acciones suicidas.

Los diferentes actores en los establecimientos educacionales -profesores, enfermeras, consejeros, inspectores- necesitan sensibilizarse y formar comités de ayuda para los jóvenes en problemas. Parte de su trabajo debe ser adquirir una mayor información y comprensión de la adolescencia, para detectar las señales de alerta y estar atentos a los jóvenes en conflicto. Un recurso práctico es preparar guías de acompañamiento para distribuir entre los profesores y demás funcionarios escolares.

Más importante aún, el colegio tiene que ofrecer espacios para que los muchachos se expresen. Algunos establecimientos cuentan con instancias para enfrentar crisis pero, en general, los adultos son reticentes a hablar sobre los peligros, temen que sus ideas sean contraproducentes y a verse rechazos por los jóvenes.

Las acciones pueden ser de diverso tipo, según el grado de compromiso del establecimiento. Algunos hacen intervenciones puntuales, como jornadas de salud en las que se trata el tema del suicidio entre tantos otros, como el alcohol, las drogas y la seguridad en las rutas. A menudo, no resulta de mucha utilidad, porque los jóvenes no se sienten implicados. Son simples espectadores que escuchan hablar a un experto.

Una mejor alternativa son los talleres de prevención, con un trabajo sostenido y bajo la dirección de psicólogos. Se realizan periódicamente, como parte del programa educativo y con participación activa de los jóvenes. El psicólogo recopila todas las preguntas que quieran hacer y los temas a tratar se extraen de ejemplos reales y vividos. Los diálogos son momentos privilegiados durante los cuales los jóvenes se interrogan y cuestionan a los adultos. Poco a poco, incluso los más tímidos se atreven a hablar y, si es necesario, a pedir ayuda abiertamente. EUROPA PRESS N. S.

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