Cuando se piensa en piratas, acuden a la mente imágenes de embarcaciones con una bandera negra ondeando al aire con el dibujo de una calavera. También se piensa en ron, en hombres con parches o patas de palo, en tesoros enterrados y en batallas náuticas. La idea de mujeres corsarias no es tan habitual. Sin embargo, existieron y navegaron por los siete mares.
La nota “Las piratas más temidas de la historia” escrita por Aitana Palomar, para National Geographic, aborda la vida de diferentes corsarias que surcaron las aguas de Dinamarca, Normandía, Irlanda, el Caribe y la China meridional. ¿Te interesa conocer a cuatro mujeres temerarias capaces de comandar grandes tripulaciones?
Ching Shi: la más poderosa de todas
La capitana lideró cerca de dos mil barcos y 50 mil marineros bajo estrictas reglas. No se atacaba a los aliados. No se violaba a las mujeres. No se robaba los tesoros comunales. No se desobedecía una orden directa. La pena por desafiar las normas era la decapitación.
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¿Cómo logró una mujer del siglo XVIII liderar tal flota pirata? Nacida en 1775, Ching Shi trabajaba como prostituta, hasta que conoció a Zheng Yi, un pirata con el cual se casó y con quien, de manera posterior, adoptó un hijo de nombre Zhang Bao en Vietnam.
Shi y Yi dirigieron juntos una asociación comunal pirata, hasta la muerte de este, momento en que Shi asume el control total de los navíos. Al tiempo, la pirata toma la decisión de casarse con Zhang Bao.
Ella continúa azotando las costas meridionales de China durante años, siendo perseguida, más nunca atrapada por las autoridades. En 1810, firmó un acuerdo de reconciliación, abandonando la actividad bucanera libre de cargos criminales.
En las costas del caribe acecharon dos mujeres
Cuando en 1720, Anne Bonney y Mary Read fueron capturadas, ellas, junto con otro marinero, fueron los únicos miembros de la tripulación que lucharon hasta el final. Los demás integrantes, ebrios y confundidos, se rindieron tan pronto como comenzó la batalla.
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Anne Bonney, oriunda de Irlanda, era una mujer de la costa, casada, quien soñaba con aventurarse al mar. Entonces, abandonó todo lo que tenía y se adentró en el mundo de la piratería de manos de su amante John Rackham, cuyo sobrenombre era “Cálico Jack”. Eran los primeros años del siglo XVIII.
Al mismo tiempo que Bonney daba un giro radical a su existencia, Mary Read hacía lo propio en Inglaterra. Buscando hacerse a la mar, Read se disfrazó de hombre y se alistó como miembro de la marina inglesa, lugar donde conoció a su esposo. Ambos se mudaron a los Países Bajos y abrieron un pub llamado “Theee Horse Shoes (Tres zapatos para caballo)”.
Al quedar viuda y en la ruina, Read decidió ir al Caribe, durante el viaje fue hecha prisionera por el barco de “Cálido Jack”. ¿Cuáles eran las posibilidades de que dos mujeres interesadas en la piratería se encontrarán en medio del Atlántico? Muy pocas, aun así, ocurrió.
Sentenciadas a la horca por sus actos de vandalismo, la pena les fue conmutada después de que las autoridades descubrieran el estado de gravidez de ambas. En 1721, Mary Read falleció a causa de la fiebre. Se especula que Anne Bonney logró escapar.
Rachell Wall: la primera pirata americana
En 1776, Rachell Wall tenía 16 años, estaba casada con un pescador y formaba parte de la servidumbre de una casa. Un día, su esposo, George Wall, le propuso un plan de vida alternativo: hacerse a la mar junto con otras cinco parejas y dedicarse a asaltar a diversas embarcaciones en busca de dinero.
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Durante un año el proyecto funcionó acorde a lo previsto. La embarcación pirata atraía a las víctimas mediante engaños, para después despojarlos de su fortuna.
Después de la racha de éxito, el navío de los corsarios naufrago, George Wall cayó enfermó, Rachell Wall se volvió viuda y se dedicó a practicar robos menores en los muelles hasta que fue detenida, sentenciada y ahorcada. En la actualidad, es reconocida como la primera mujer pirata norteamericana.
Esta fue la historia de cuatro mujeres piratas, personajes temidos en los siete mares. Ching Shi, Anne Bonney, Mary Read y Rachell Wall hicieron, en su tiempo, lo que se creía imposible de lograr: surcaron los océanos a su antojo y voluntad.
