Durante mucho tiempo, los científicos reconocieron que las amistades tienden a formarse basándose en las elecciones de las personas que tienen características en común. Se suele optar por ser amiga o amigo de quien tiene edad, etnia, clase, nivel educativo, apariencia e incluso un apretón de manos parecidos a los propios. La prevalencia de hacer amistad con personas con quienes se tiene la mayor semejanza demográfica posible -llamada “tendencia homofilia”- se ha observado en varias comunidades en el mundo entero, sea antiguo o moderno.
Históricamente, los seres humanos siempre han tendido a formar relaciones cercanas con personas que no les parecen tan extrañas. Hace más de dos mil años, dijo Platón en su diálogo con Fedro que la “similitud genera amistad”. Y Aristóteles escribió que “algunos la definen como una cuestión de semejanza, dicen que amamos a aquellos que son como nosotros: de ahí los proverbios El igual encuentra su igual y Pájaros del mismo plumaje vuelan juntos”.
Sin embargo, de acuerdo con un número creciente de investigaciones, usted y sus amigos pueden no sólo disfrutar de la misma comida y de los mismos memes en Internet, ser de la misma altura o de la misma edad. Las investigaciones recientes sugieren que la señal de una fuerte amistad también se puede encontrar en el ADN humano. Según un estudio publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences, la revista oficial de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos, las similitudes entre amigos se pueden observar en el plan genético.
“La gente encuentra afinidades con otras que tienen los mismos fenotipos, lo que se traduce en comportamientos, altura, índice de masa corporal, condiciones de salud y vicios, y eso tiende a clasificarnos genéticamente”, explica Dalton Conley, uno de los autores del estudio.
Investigadores de las universidades de Stanford, Duke y Wisconsin realizaron una serie de comparaciones genéticas en 5,500 adolescentes y descubrieron que pares de amigos tenían nítidamente más semejanzas genéticas que aquellos que no eran amigos.
“Los genes proveen una buena medida para preguntarse sobre cuánto, en términos de selección, ocurre en el plano genético. ¿Las personas se influencian mutuamente a través de la presión de los pares -por ejemplo, si el otro fuma o le gusta estudiar, usted también lo hace- o, a la inversa, escogemos a nuestros amigos porque ya compartimos esos valores? “, se pregunta Conley.
La genética semejante entre amigos no es un indicador de “algo mágico que pasa en el plano molecular” que nos obliga a hacer amistad con ciertas personas, según las palabras de Conley. La gente ve esta semejanza genética cuando seleccionan su círculo de amistades por el hecho de “comportamientos complejos que tendemos a usar para clasificarnos”, como rectitud, disposición para arriesgar y vicios, por ejemplo. Las personas que son amigas no sólo presentan similitudes genéticas: los científicos descubrieron que los cerebros de amigos también reaccionan de forma notablemente parecida.
Un estudio de la neurociencia publicado en la revista Nature Communications examinó la actividad neuronal de 42 personas que vieron videos cortos y comprobaron que entre los amigos más cercanos las respuestas neuronales se parecen más. Los clips variaban en términos de contenido, desde comedia y música hasta la política y el espacio. Los investigadores observaron que las personas con relaciones sociales cercanas tendían a estar animadas, enfurecidas, aburridas, involucradas y excitadas en los mismos momentos, incluso después de monitorear factores que podrían aumentar respuestas parecidas, como edad, género, nacionalidad y etnia.
La congruencia en los patrones de respuesta fue tan fuerte que los investigadores descubrieron que podrían predecir el grado de relación entre dos personas sólo analizando cómo sus cerebros reaccionaban durante los vídeos. “El resultado es sorprendente y sugiere que el propio circuito neuronal del cerebro está condicionado y que, con el tiempo, está cada vez más condicionado a alentar la homofilia”, explica otro autor del estudio, Adam Kleinbaum.