El viento soplaba con fuerza aquella noche, la familia González viajaba en su camioneta por la oscura carretera Matamoros-Puerto Juárez, en el tramo entre Tampico Alto y Ozuluama, Veracruz. El silencio en el vehículo solo era interrumpido por el murmullo de la radio y el tenue sonido de las llantas sobre el asfalto.
A bordo de la unidad iban dos niños, sus padres y una sensación de inquietud que parecía crecer con cada kilómetro que recorrían. A la altura de la comunidad El Jobo, sucedió lo impensable.
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En un segundo, la camioneta perdió el control. La curva traicionera, combinada con la velocidad y la neblina que empezaba a formarse, hizo que el vehículo derrapara violentamente. Los gritos se confundieron con el crujido del metal al volcar varias veces.
La tragedia fue instantánea. Ninguno de los ocupantes sobrevivió. Los cuerpos de la familia fueron hallados en medio de los restos retorcidos del vehículo, pero lo que vino después fue aún más aterrador.
Traileros y viajeros aseguran haberlos visto deambular por la carretera en Veracruz
Pocos días después del accidente comenzaron a circular rumores entre los automovilistas y traileros. Algunos conductores, sobre todo aquellos que transitaban por la carretera en la soledad de la noche, aseguraban haber visto algo extraño.
Una familia, caminando lentamente por el costado de la carretera, sin rumbo aparente, con los rostros inexpresivos y las miradas vacías. Los más atrevidos aseguran que se trataba de los mismos que murieron en el accidente carretero.
Los testigos coinciden en describir la escena de manera similar: una mujer llevando de la mano a dos niños pequeños y, a su lado, un hombre que avanza en silencio. Su ropa parece estar desgarrada y sucia, como si hubieran estado caminando por días.
Lo más perturbador es que no importa cuánto intentes apartar la mirada, siempre están allí, caminando a la orilla del camino, como si no existieran en el mismo plano que los vivos. Algunos aseguran que si frenas para ayudarles, desaparecen en un parpadeo, dejando solo una sensación de frío y de miedo.
Ahora, cuando la niebla desciende sobre ese tramo de la carretera, los conductores aceleran, con el temor de ser los siguientes en cruzarse con las almas que vagan sin descanso. Nadie sabe por qué siguen allí, pero la leyenda ha crecido en el norte de Veracruz con los años.
Algunos creen que están atrapados en un ciclo infinito, buscando regresar a casa, mientras otros afirman que son guardianes del tramo, advirtiendo a los viajeros sobre los peligros de la carretera.
Cada vez que alguien pasa por ese tramo, puede sentir el peso del último viaje de esta familia. Una sensación de lamento, como si el tiempo mismo se detuviera en ese espacio de asfalto maldito.
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Y, aunque no todos los conductores que circulan de Veracruz a Tampico o visceversa los ven, aquellos que lo hacen saben que su encuentro es una advertencia: no se debe interrumpir el viaje de las almas.
De lo contrario, acorde a la leyenda, podrías ser el próximo en perderte en la oscuridad de la noche, vagando sin fin por la carretera, condenado a repetir tu último viaje para siempre.