A un costado del río Pánuco se puede apreciar, con su distinguido estilo arquitectónico inglés y su ladrillo rojo, la antigua aduana de Tampico, el edificio porfirista que por más de un siglo llevó la cuenta de la entrada y salida de diversos productos. Hoy en día es una atracción turística, y sus pasillos y habitaciones no solo guardan la historia del puerto, sino también, afirman los testimonios, la presencia de niños fantasma.
“Son traviesos, les gusta asustar a la gente, y aventarles canicas”, dijo el historiador Francisco Ramos Alcocer, quien durante una temporada trabajó como guía de turistas y parte de su recorrido consistía en visitar el emblemático recinto durante las vacaciones.
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Relató que la primera vez que se percató de un suceso extraño, fue cierto día antes de iniciar la jornada de visitas. Se encontraba en un cuarto del segundo piso que se le había designado a los guías de turistas y estaba por almorzar.
“De repente, estando solo, escucho cómo me lanzan un balín metálico cerca de los pies, como una canica, pero de metal”, evocó. Luego exclamó que no lo molestaran, que lo dejaran almorzar, pensando que se trataba de algún compañero guía, pero cuando se dio cuenta que no había nadie más alrededor se le erizó la piel.
“Niña, ¿con quién vienes?”, la pregunta que lo reveló todo
Después tendría otro encuentro, en el que sí llegó a ver a alguien. O algo. Era un miércoles, cuando la afluencia de turistas era baja. Subía la escalera principal apoyado en el barandal de herrería cuando vio a una niña de espaldas, recargada en una de las ventanas con vista a la bodega central del edificio, lo cual lo desconcertó.
“Recuerdo que la vi de espaldas, era una niña como de 10 o 12 años, tez blanca, pelo, negro de trenzas con moñitos rojos, vestidito como los de antes, con olanes, calcetas a la rodilla, zapato negro de broche. Me detuve y le dije: Niña, ¿con quién vienes?”.
Al no tener respuesta, Francisco repitió la pregunta a un volumen más alto. Entonces la niña empezó a girar muy lentamente su cabeza, sin mover los brazos ni el cuerpo.
“Esa reacción como en cámara lenta me dio un escalofrío que me recorrió la espalda y nuca, e instintivamente corría hacia un lado en vez de darme media vuelta, el miedo se apoderó de mí, me fui al otro lado del edificio y me quedé ahí como por media hora, pasó un grupo de turistas y me fui con ellos; si me iban a espantar que no fuera solo”.
¿Un remedio contra los traviesos fantasmas?
Ramos Alcocer también recordó que en un grupo de visitantes una mujer afirmó ser vidente y que poco después de iniciado el recorrido dijo: “Aquí se aparecen unos niños, son dos, una niña y un niño; son niños traviesos que les gusta el lugar y sobre todo les gusta que lo visite mucha gente, se llenan de energía”.
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También recordó un testimonio que le compartió una persona que había trabajado tiempo atrás en la aduana, en el segundo piso. Le contó que en los baños de las mujeres se escuchaba el ruido de canicas y en algunas ocasiones incluso se escuchaban risitas.
La mujer buscó ayuda con una bruja, quien le recomendó que comprara dulces, en especial los caramelos que levan una pasita dentro. Cada que fuera al sanitario debía dejar un dulce para que los niños no le hicieran pasar un mal rato.
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Y así sucedió, los niños dejaron de molestar. Tiempo después, mientras hablaba con una trabajadora de limpieza, le comentó que esos dulces que dejaba no servían porque “no sabían a nada”. La bruja después le explicó que si las golosinas habían perdido el sabor era porque los niños fantasmas de la vieja aduana de Tampico ya los habían chupado.