La historia que da pie a esta leyenda urbana ocurrió hace muchos años, relató Salinas Rivera, a ella se la contó la señora Dolores, quien fue secretaria en la notaría del licenciado César Humberto Isassi, el segundo cronista municipal que tuvo Reynosa, Tamaulipas y quien tenía poco de haber fallecido en agosto del 2013.
Dolores había trabajado en diferentes bancos en su juventud antes de llegar a la notaría y había conservado la amistad con algunas compañeras de aquellas instituciones.
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Una de ellas trabajaba en la esquina sur oriental de la plaza principal de Reynosa, donde se encontraba el Banco Mercantil de Monterrey S. A. que, posteriormente se convirtió en Banorte y donde estuvo a principio del siglo XX, la botica La Unión del señor Lauro Bolado.
Al inicio de ese siglo en esa esquina concurrían los antiguos reynosenses a atenderse sus padecimientos de salud; a veces tan graves, como lo eran los sobrevivientes de duelos a tiros o moribundos de las atemorizantes epidemias del Río Bravo. Al cruzar la calle, por unos centavos más, consultaban al doctor Adolfo Calderoni.
En la esquina y en las inmediaciones de las calles Hidalgo y Morelos, habían ocurrido una serie de homicidios que conmovieron a la población, pero la mala vibra cambió con el auge algodonero de las décadas de los años 1940 y 1950.
Fue entonces que se construyó un nuevo edifico para el Banco Mercantil de Monterrey, con una peculiar arquitectura de “Beaux Arts”, el cual contaba con un sótano parecido al que tenía la matriz de Monterrey.
La primera aparición que vio la amiga de Dolores ocurrió en el sótano
La amiga de Dolores le contó que siempre bajaba después de mediodía al sótano del banco a tomar su “lunch”.
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Un buen día descendió las escaleras y cuando se preparaba a dar el primer mordisco a sus alimentos, escuchó que alguien rebotaba una pelota en el piso un balón.
La cajera volteó de repente y observó a una pequeña de trenzas jugando. La mujer se apresuró a indagar y regañar a la niña sobre su presencia en esa parte del banco, además le preguntó qué estaba haciendo allí y dónde se encontraba su madre.
La pequeña paró de jugar. Sin decir palabra tomó la pelota entre sus brazos, se encaminó hacia el fondo del recinto y atravesó la pared del sótano.
Esa tarde le platicó toda desconcertada a su amiga Dolores sobre lo que le había sucedido, pero esto no pararía allí.
Años más tarde sería Dolores quien se encontraría a la niña
Años más tarde, Dolores se encontraba haciendo una larga fila en una de las cajas de ese mismo banco. Aprisionaba con sus brazos enfrente de su pecho un gran número de legajos administrativos de la notaría.
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A cierta distancia, veía a la cajera detrás del vidrio que la separaba de una larga fila que hacia la clientela del banco. Dolores observaba que, no solo eran muchas las personas delante de ella, sino que sentía, sin haber volteado, que el número era superior atrás de donde estaba parada.
De repente sintió que alguien atrás de ella escudriñaba insistentemente con la vista sus documentaciones que sostenía en el pecho.
Fue entonces que vio en el reflejo del vidrio de la caja a una menor de trenzas queriendo husmear entre sus papeles con su mirada.
Muy molesta, Dolores se dio la vuelta para sermonear a la chamaca, pero cual sería su desconcierto. No había ninguna niña, incluso con ella se terminaba la fila.
Dolores aguantó como pudo hasta que resolvió sus asuntos con la cajera, saliendo lo más rápido posible de ese edificio.
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Esa tarde se comunicó con su amiga para contarle lo acontecido. Dolores describió con lujo detalle a la niña que vio en el reflejo del vidrio de las cajas del banco: su complexión, ropa, peinado de trenzas, etc.
“Era parecida a la actriz Lucerito, cuando se presentaba de niña en las primeras telenovelas”. Su amiga le respondió que exactamente era la niña de la pelota que había visto años atrás en el sótano de aquel banco de Reynosa. ¿Habías escuchado esta leyenda?