La infidelidad, la traición y el desamor no son temas nuevos, están presentes en la literatura desde la época antigua. Muchos conocen sus nefastas consecuencias: la tristeza y la ira se apoderan de la mente de aquellos que han sido engañados. Tal es el caso de Medea, a quien su esposo la abandona por otra mujer más joven, rica y poderosa, por lo cual, ella enloquece.
La historia de Medea
Una de las 19 tragedias del escritor griego Eurípides se titula “Medea”. La obra comienza con la protagonista llorando desconsolada en sus aposentos, despotricando contra de su esposo Jasón, quien la abandonó por otra mujer, la princesa de Corinto.
Jasón y Medea tienen dos hijos en común. Hace años, ella huyó de la casa paterna y se embarcó junto a su esposo rumbo a Corinto, a pesar de las negativas de su familia. Una vez instalados en la ciudad, Jasón seduce a la princesa, consigue la bendición del rey Creón para contraer nuevas nupcias y desprecia a Medea como cónyuge.
Medea es incapaz de soportar las noticias con buen talante (¿quién podría?), por tanto, cunde a la cólera y expresa, a viva voz, ante todo aquel que la escuche, palabras de odio contra el rey, la princesa y su antiguo marido. También se niega a ver a sus hijos, recordatorio para ella de una época feliz, la cual ha llegado a su final.
El rey Creón visita a Madea en su casa y le informa que al ser extranjera, ya no es bien recibida en Corinto, así que debe abandonar inmediatamente la ciudad. La mujer pide un margen de tiempo para hacerse de provisiones y marchar, el rey se lo concede bajo una condición: si al día siguiente ella no ha huido, su destino será la muerte.
De víctima a verdugo
Medea no tiene a dónde ir. No puede regresar a su casa paterna, pues ha traicionado a los suyos con anterioridad, a favor del hombre que ahora la desprecia. Tampoco tiene amigos a los cuales asirse, pero, en un golpe de suerte, logra convencer al rey de Atenas, Egeo, quien está en Corinto, de darle asilo en sus tierras.
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Egeo acepta la petición de Medea seducido por sus promesas: ella puede ayudar a la reina de Atenas a embarazarse. No obstante, antes de huir de Corinto, la mente de Medea cunde ante la locura y traza un plan infame, va a asesinar al rey Creón, a la princesa y a sus propios hijos, para castigar a su antiguo esposo.
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Cuando Jasón se entera de la partida de Medea, va a visitarla. Primero le reprocha que haya sido tan insensata de cundir ante la rabia, cuando él aduce que todos sus actos han sido en beneficio de ella y de los niños.
Jasón le confiesa a Medea que no se aparta de su lado por falta de amor, lo hace porque la princesa es más rica y poderosa que ella. Al casarse con la hija del monarca de Corinto, Jasón se labra un buen futuro para él y para su descendencia, sus hijos con la princesa un día serán los gobernantes de la ciudad, mientras que sus hijos con Medea serán “hermanos de reyes”.
El final de la tragedia
Medea no entiende la lógica de Jasón, pero decide engañarlo, haciéndole creer que acepta sus planes. Manda a sus hijos al palacio de Corinto con regalos para la futura novia: un velo y una corona de oro. Ambos objetos están envenenados. La princesa muere y, junto con ella, su padre que no soporta la desdicha.
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Jasón en un estado desesperado, va a buscar a sus hijos a casa de Medea, donde descubre sus cadáveres. La mujer, descendiente del dios Helios, quien controla el Sol, huye en un carro alado, durante su partida culpa al hombre del cruel destino de sus hijos.
La historia de Medea, quien enloquece después de que su esposo la abandona por una mujer más joven y poderosa, vislumbra los terribles peligros de la rabia provocada por el desamor. En palabras de Eurípides, su autor, “cuando el que ama contra el amado se enoja, [el resultado es] una ira espantosa e incurable”.