/ miércoles 2 de enero de 2019

Nadar con tiburones, una experiencia para superar mitos y realidades

Más allá del mítico asesino de mares, devorador de hombres y monstruo de las profundidades, este noble escualo es testimonio viviente de una era en la que la vida emergió del mar para dar lugar a los primeros reptiles, luego a los dinosaurios y finalmente a los mamíferos

De las reservas consolidadas en territorio mexicano, Isla Guadalupe guarda un toque especial, al ser uno de los pocos recintos donde todavía es posible ver en un estado natural a una especie tope como el tiburón blanco.

Más allá del mítico asesino de mares, devorador de hombres y monstruo de las profundidades, este noble escualo es testimonio viviente de una era en la que la vida emergió del mar para dar lugar a los primeros reptiles, luego a los dinosaurios y finalmente a los mamíferos.

Lejos quedaron los días del enorme megalodón (especie extinta de tiburón) tres veces más grande que el actual rey de los mares, aún así, no dejan de sorprender las enormes dimensiones que llegan a alcanzar los actuales tiburones blancos de hasta seis metros de largo.

Esa es la razón por la que Isla Guadalupe, además de ser una reserva protegida, es el lugar ideal para encontrarse cara a cara con el majestuoso escualo, que lejos de ser un monstruo, resulta ser un tierno y curioso gigante del mar.

El director general de WWF México, Jorge Rickards, destacó que la importancia de este sitio es recordar que en el planeta quedan pocos lugares de conservación donde “tú puedes ver un depredador tope, como es el tiburón blanco, rodeado de una población sana de lobos y elefantes marinos”, apuntó.

En entrevista con Notimex, durante un recorrido por Isla Guadalupe, el también presidente de la Sociedad Mexicana de Historia Natural comentó que hoy en día, sólo queda el 25 por ciento del planeta en un estado de poca alteración por el ser humano. Pocos lugares brindan la oportunidad de conocer cómo son los ecosistemas en su ambiente natural.

Una oportunidad es acudir uno mismo a esta bella reserva, bajo la guía de quienes, en colaboración con la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp), ayudan a la conservación e investigación de estos ecosistemas.

Es así que con la ayuda de la tripulación de la embarcación Southern, Notimex tuvo la oportunidad de hacer una inmersión al profundo azul del reino del tiburón blanco, tras un largo viaje de 22 horas desde el Puerto de Ensenada.

Al llegar a la costa noroeste, el agua se torna casi como un espejo azul, revelando a sus más asiduos habitantes, los peces, quienes luciendo sus colores se pasean alrededor del barco como invitando a echarse un clavado al agua.

Sin embargo, las indicaciones son claras: “está prohibido nadar y bucear sin las instrucciones de los responsables de la embarcación” y sólo se puede hacer dentro de una de las dos jaulas acondicionadas, ya sea para sumergirse solo a dos metros o para profundidades mayores a cinco metros.

Edgar Mauricio Hoyos Padilla, biólogo, investigador y director de la Asociación Civil Pelagios Kakunja indicó que dichas jaulas han sido modificadas a partir de la última experiencia, en la que un tiburón se introdujo a la jaula precisamente en una expedición realizada en esta isla.

Para bajar, dos pescadores se colocan en ambos costados del barco lanzando una carnada, la cual, por lo general es de atún, a fin de atraer al tiburón, sin embargo, son los peces del lugar quienes acuden a devorar el festín.

La espera no es mucha, pues los tiburones blancos cuentan con seis sentidos, que consisten en un gusto muy fino, un tacto muy sensible, que le permite sentir vibraciones de peces nadando, y una visión aguda que le ayuda a ver desde abajo a sus presas.

También, cuentan con el mejor olfato de todos los tipos de tiburones y un oído capaz de percibir sonidos inaudibles para el hombre, además de un sentido electroreceptor que le permite detectar campos eléctricos y magnéticos generados por los seres vivos y el campo magnético de la Tierra.

De inmediato se oye el grito de “tiburón, tiburón”, pero no para iniciar la pesca del pelágico, sino para avisar a los buzos, que es el momento de entrar.

Al acudir todos al costado del barco se presenta una de las escenas más asombrosas, un ejemplar joven de cuatro metros de largo se paseaba a un costado de la embarcación, llamado por la curiosidad del ruido y el olor de la carnada.

“Es una tiburona hembra embarazada a la que llamamos “Big Blue” y cuya longitud alcanzó los seis metros”, afirmó Hoyos Padilla.

Al ingresar a la jaula, la emoción no puede ser menor, pues los mitos y leyendas sobre la agresividad de los tiburones no deja de rondar en nuestras mentes, sin embargo, al sumergir la cabeza, los temores se desvanecen y en su lugar aparece una sensación de admiración.

La respiración se acelera junto con los latidos del corazón al ver al enorme ser desplazarse junto a la jaula para acercarse a la carnada y luego voltear a ver, lleno de curiosidad, a quienes están dentro.

El escualo se acerca y mira de reojo, luego, se sumerge por debajo de la jaula y vuelve a salir del otro lado, sin dejar de observar para después volverse a dirigir a la carnada, y de la nada, toma velocidad para embestir y soltar una mordida, sin mucha suerte, pues los pescadores de inmediato la repliegan para evitar que la tome y la diversión se acabe de inmediato.

Hoyos Padilla sostuvo que en realidad, el tiburón no siente ninguna atracción o gusto por los humanos, pues su alimento favorito son los lobos y elefantes marinos, con su grasa abundante y su sabor peculiar, nada que ver con los desabridos buzos recubiertos de neopreno.

La experiencia se prolongó por cerca de 45 minutos, tiempo máximo indicado para una inmersión, pero suficiente para ver cómo en total, cuatro tiburones se pasean para repetir el ritual entre ver a los buzos y acechar la carnada.

Es así que la paciencia de este hermoso pelágico rinde frutos, pues tras ser toreados varias veces, terminan por ganarle en velocidad al pescador y llevarse un buen pedazo de atún, por lo que es necesario volver a cargar el lazo con una nueva carnada.

En realidad, el tiburón se toma su tiempo y finalmente cuando se siente seguro es cuando se lanza a morder su presa. Resulta impresionante ver cómo casi todos los tiburones tienen cicatrices o heridas en su cuerpo, y es que al ser Isla Guadalupe un santuario, resulta atractivo para esta especie acudir a buscar pareja para aparearse, lo cual no resulta tan romántico.


De las reservas consolidadas en territorio mexicano, Isla Guadalupe guarda un toque especial, al ser uno de los pocos recintos donde todavía es posible ver en un estado natural a una especie tope como el tiburón blanco.

Más allá del mítico asesino de mares, devorador de hombres y monstruo de las profundidades, este noble escualo es testimonio viviente de una era en la que la vida emergió del mar para dar lugar a los primeros reptiles, luego a los dinosaurios y finalmente a los mamíferos.

Lejos quedaron los días del enorme megalodón (especie extinta de tiburón) tres veces más grande que el actual rey de los mares, aún así, no dejan de sorprender las enormes dimensiones que llegan a alcanzar los actuales tiburones blancos de hasta seis metros de largo.

Esa es la razón por la que Isla Guadalupe, además de ser una reserva protegida, es el lugar ideal para encontrarse cara a cara con el majestuoso escualo, que lejos de ser un monstruo, resulta ser un tierno y curioso gigante del mar.

El director general de WWF México, Jorge Rickards, destacó que la importancia de este sitio es recordar que en el planeta quedan pocos lugares de conservación donde “tú puedes ver un depredador tope, como es el tiburón blanco, rodeado de una población sana de lobos y elefantes marinos”, apuntó.

En entrevista con Notimex, durante un recorrido por Isla Guadalupe, el también presidente de la Sociedad Mexicana de Historia Natural comentó que hoy en día, sólo queda el 25 por ciento del planeta en un estado de poca alteración por el ser humano. Pocos lugares brindan la oportunidad de conocer cómo son los ecosistemas en su ambiente natural.

Una oportunidad es acudir uno mismo a esta bella reserva, bajo la guía de quienes, en colaboración con la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp), ayudan a la conservación e investigación de estos ecosistemas.

Es así que con la ayuda de la tripulación de la embarcación Southern, Notimex tuvo la oportunidad de hacer una inmersión al profundo azul del reino del tiburón blanco, tras un largo viaje de 22 horas desde el Puerto de Ensenada.

Al llegar a la costa noroeste, el agua se torna casi como un espejo azul, revelando a sus más asiduos habitantes, los peces, quienes luciendo sus colores se pasean alrededor del barco como invitando a echarse un clavado al agua.

Sin embargo, las indicaciones son claras: “está prohibido nadar y bucear sin las instrucciones de los responsables de la embarcación” y sólo se puede hacer dentro de una de las dos jaulas acondicionadas, ya sea para sumergirse solo a dos metros o para profundidades mayores a cinco metros.

Edgar Mauricio Hoyos Padilla, biólogo, investigador y director de la Asociación Civil Pelagios Kakunja indicó que dichas jaulas han sido modificadas a partir de la última experiencia, en la que un tiburón se introdujo a la jaula precisamente en una expedición realizada en esta isla.

Para bajar, dos pescadores se colocan en ambos costados del barco lanzando una carnada, la cual, por lo general es de atún, a fin de atraer al tiburón, sin embargo, son los peces del lugar quienes acuden a devorar el festín.

La espera no es mucha, pues los tiburones blancos cuentan con seis sentidos, que consisten en un gusto muy fino, un tacto muy sensible, que le permite sentir vibraciones de peces nadando, y una visión aguda que le ayuda a ver desde abajo a sus presas.

También, cuentan con el mejor olfato de todos los tipos de tiburones y un oído capaz de percibir sonidos inaudibles para el hombre, además de un sentido electroreceptor que le permite detectar campos eléctricos y magnéticos generados por los seres vivos y el campo magnético de la Tierra.

De inmediato se oye el grito de “tiburón, tiburón”, pero no para iniciar la pesca del pelágico, sino para avisar a los buzos, que es el momento de entrar.

Al acudir todos al costado del barco se presenta una de las escenas más asombrosas, un ejemplar joven de cuatro metros de largo se paseaba a un costado de la embarcación, llamado por la curiosidad del ruido y el olor de la carnada.

“Es una tiburona hembra embarazada a la que llamamos “Big Blue” y cuya longitud alcanzó los seis metros”, afirmó Hoyos Padilla.

Al ingresar a la jaula, la emoción no puede ser menor, pues los mitos y leyendas sobre la agresividad de los tiburones no deja de rondar en nuestras mentes, sin embargo, al sumergir la cabeza, los temores se desvanecen y en su lugar aparece una sensación de admiración.

La respiración se acelera junto con los latidos del corazón al ver al enorme ser desplazarse junto a la jaula para acercarse a la carnada y luego voltear a ver, lleno de curiosidad, a quienes están dentro.

El escualo se acerca y mira de reojo, luego, se sumerge por debajo de la jaula y vuelve a salir del otro lado, sin dejar de observar para después volverse a dirigir a la carnada, y de la nada, toma velocidad para embestir y soltar una mordida, sin mucha suerte, pues los pescadores de inmediato la repliegan para evitar que la tome y la diversión se acabe de inmediato.

Hoyos Padilla sostuvo que en realidad, el tiburón no siente ninguna atracción o gusto por los humanos, pues su alimento favorito son los lobos y elefantes marinos, con su grasa abundante y su sabor peculiar, nada que ver con los desabridos buzos recubiertos de neopreno.

La experiencia se prolongó por cerca de 45 minutos, tiempo máximo indicado para una inmersión, pero suficiente para ver cómo en total, cuatro tiburones se pasean para repetir el ritual entre ver a los buzos y acechar la carnada.

Es así que la paciencia de este hermoso pelágico rinde frutos, pues tras ser toreados varias veces, terminan por ganarle en velocidad al pescador y llevarse un buen pedazo de atún, por lo que es necesario volver a cargar el lazo con una nueva carnada.

En realidad, el tiburón se toma su tiempo y finalmente cuando se siente seguro es cuando se lanza a morder su presa. Resulta impresionante ver cómo casi todos los tiburones tienen cicatrices o heridas en su cuerpo, y es que al ser Isla Guadalupe un santuario, resulta atractivo para esta especie acudir a buscar pareja para aparearse, lo cual no resulta tan romántico.


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