/ miércoles 26 de diciembre de 2018

Cortezas de los árboles testigos de la historia y fenómenos naturales

Los árboles poseen su propio código de barras, en él se albergan registros de incendios forestales, sequías, inundaciones, deslaves, erupciones volcánicas, plagas, contaminación atmosférica e incluso, ofrecen pistas sobre el origen y caída de civilizaciones antiguas.

Los árboles poseen su propio código de barras, en él se albergan registros de incendios forestales, sequías, inundaciones, deslaves, erupciones volcánicas, plagas, contaminación atmosférica e incluso, ofrecen pistas sobre el origen y caída de civilizaciones antiguas.

Adentrarse en ellos es posible a través de la dendrocronología, ciencia que estudia los anillos de crecimiento de los árboles, por lo que los especialistas en esta área son recopiladores de pistas y detectives en buscan pistas históricas entre cortezas. Los estados con mayor número de cronologías son Durango, Chihuahua, Coahuila y Nuevo León.

La cronología más antigua se remonta 1539 años atrás, en un sitio conocido como Los Peroles, en San Luis Potosí, en una población de ahuehuetes, la misma especie del árbol del Tule de Oaxaca, o del árbol de la Noche Triste en la Ciudad de México, donde lloró Hernán Cortés derrotado por los mexicas. UNAM Global da a conocer un artículo de Jesús Eduardo Sáenz y Blanca Lizeth Sáenz, investigadores de la Escuela Nacional de Estudios Superiores (ENES), campus Morelia.

Los expertos exponen que en la madera se forman anillos de crecimiento, que representan un año de vida del árbol. “Si cortamos una sección transversal o rodaja de un tronco y contamos anillo por anillo, es posible conocer la edad del árbol con precisión”, precisan los expertos.

Para obtener información de un árbol, los dendrocronólogos emplean un “taladro de Pressler”, que les permite extraer una muestra (viruta) con la que saben el número de anillos de crecimiento, de esta manera pueden tener acceso a datos sobre la periodicidad de las sequías, incluso, predecirlas, o la frecuencia de incendios forestales.

La información que contienen los árboles, permite, a través de la dendroarqueología, “datar la madera que utilizaron civilizaciones antiguas en sus construcciones, e incluso determinar la época de su fundación o caída”. De hecho, existe una rama de esta ciencia (la dendroquímica), la que “evalúa la composición y la velocidad de absorción de contaminantes atmosféricos que son absorbidos por la madera de los árboles, especialmente en zonas cercanas a ciudades”.

Pese a que la dendrocronología es una ciencia joven en México, se encuentra en pleno crecimiento; la información nos indica que en 1940, dendrocronólogos de Estados Unidos se dieron a la tarea de realizar cronologías en bosques del norte del país en la búsqueda de patrones climáticos.

El desarrollo principal se ha dado en bosques de coníferas de la Sierra Madre Oriental y Occidental; lo que ha permitido levantar 200 estudios en 420 sitios de muestreo. El pinabete (Pseudotsuga menziesii), el ahuehuete (Taxodium mucronatum), el pino de las alturas (Pinus hartwegii) y el oyamel (Abies religiosa), son las especies más evaluadas.

Los árboles poseen su propio código de barras, en él se albergan registros de incendios forestales, sequías, inundaciones, deslaves, erupciones volcánicas, plagas, contaminación atmosférica e incluso, ofrecen pistas sobre el origen y caída de civilizaciones antiguas.

Adentrarse en ellos es posible a través de la dendrocronología, ciencia que estudia los anillos de crecimiento de los árboles, por lo que los especialistas en esta área son recopiladores de pistas y detectives en buscan pistas históricas entre cortezas. Los estados con mayor número de cronologías son Durango, Chihuahua, Coahuila y Nuevo León.

La cronología más antigua se remonta 1539 años atrás, en un sitio conocido como Los Peroles, en San Luis Potosí, en una población de ahuehuetes, la misma especie del árbol del Tule de Oaxaca, o del árbol de la Noche Triste en la Ciudad de México, donde lloró Hernán Cortés derrotado por los mexicas. UNAM Global da a conocer un artículo de Jesús Eduardo Sáenz y Blanca Lizeth Sáenz, investigadores de la Escuela Nacional de Estudios Superiores (ENES), campus Morelia.

Los expertos exponen que en la madera se forman anillos de crecimiento, que representan un año de vida del árbol. “Si cortamos una sección transversal o rodaja de un tronco y contamos anillo por anillo, es posible conocer la edad del árbol con precisión”, precisan los expertos.

Para obtener información de un árbol, los dendrocronólogos emplean un “taladro de Pressler”, que les permite extraer una muestra (viruta) con la que saben el número de anillos de crecimiento, de esta manera pueden tener acceso a datos sobre la periodicidad de las sequías, incluso, predecirlas, o la frecuencia de incendios forestales.

La información que contienen los árboles, permite, a través de la dendroarqueología, “datar la madera que utilizaron civilizaciones antiguas en sus construcciones, e incluso determinar la época de su fundación o caída”. De hecho, existe una rama de esta ciencia (la dendroquímica), la que “evalúa la composición y la velocidad de absorción de contaminantes atmosféricos que son absorbidos por la madera de los árboles, especialmente en zonas cercanas a ciudades”.

Pese a que la dendrocronología es una ciencia joven en México, se encuentra en pleno crecimiento; la información nos indica que en 1940, dendrocronólogos de Estados Unidos se dieron a la tarea de realizar cronologías en bosques del norte del país en la búsqueda de patrones climáticos.

El desarrollo principal se ha dado en bosques de coníferas de la Sierra Madre Oriental y Occidental; lo que ha permitido levantar 200 estudios en 420 sitios de muestreo. El pinabete (Pseudotsuga menziesii), el ahuehuete (Taxodium mucronatum), el pino de las alturas (Pinus hartwegii) y el oyamel (Abies religiosa), son las especies más evaluadas.

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