Las estructuras de hormigón como puentes o grandes galpones se hacen para soportar todo tipo de cargas y tensiones. Camiones cada vez más pesados retumban por las calles, galpones de fábricas tienen que albergar a máquinas gigantescas, el suelo de los salones de fiesta debe soportar a cientos o incluso miles de bailarines saltando rítmicamente al mismo tiempo.
El paso del tiempo castiga también a las construcciones. En principio, el concreto armado o pretensado es un material bastante estable y capaz de soportar grandes cargas. Sin embargo, ciertos factores minan esa estabilidad. Uno de los principales factores desestabilizadores es el agua. Si penetra en la construcción, puede oxidar la armadura de acero que le da firmeza al concreto.
Peor aún es cuando se infiltra también sal anticongelante, esparcida en el invierno para combatir la acumulación de nieve, u otras sustancias químicas agresivas que hacen que las estructuras metálicas se oxiden aún más rápido. Los ácidos no atacan sólo el metal, sino también el concreto. Las aleaciones calcáreas del cemento se disuelven, ocurre lixiviación y se vuelve friable. Incluso el agua de lluvia puede desencadenar ese proceso, si el concreto es áspero y su superficie dentada, favoreciendo la penetración.
Otro gran peligro son las tensiones físicas extremas, haciendo que la estructura del concreto se fragmente. Puede tratarse de vibraciones, grandes masas interactuando con la construcción, como exceso de nieve sobre tejados, o golpes reiterados, como los causados por camiones en los puentes. En una inspección, los ingenieros primero examinan la estructura externamente, en busca de manchas de agua, estalactitas -señal de que el agua penetró por largo tiempo en el hormigón-, marcos expuestos oxidados o la presencia de algas o musgos.
A continuación, identifican la ubicación de las armaduras. Los antiguos planos son útiles, si existen; en caso contrario, se emplean aparatos de medición magneto-inductiva, similares a los detectores de metal usados por albañiles para localizar hilados y tuberías en la pared, o por cazadores de tesoro a la búsqueda de monedas. Estos dispositivos funcionan hasta diez centímetros de profundidad, a partir de ahí se utilizan aparatos de radar, también capaces de detectar concentraciones de agua.
Los ingenieros necesitan localizar las armaduras antes de comenzar una perforación de sondeo, a fin de evitar alcanzar una viga de metal. El material retirado del núcleo es enviado al laboratorio, para que se pruebe su resistencia a la fractura y compresión. Luego, se evalúa el estado de corrosión de la armadura de acero, empleando el método de medición de potencial eléctrico. Al ser corroído -por ejemplo, por la infiltración de agua salada-, el acero de la armadura se comporta semejante a una batería, con una parte que se transforma naturalmente en ánodo y la otra en cátodo.
Además, los ingenieros pueden exponer partes del acero para inspeccionarlo, después de que un especialista en estática asegura que la estabilidad de la construcción no se verá comprometida por el procedimiento. Las piezas, de unos 35 centímetros, se envían al laboratorio para comprobar cuánta fuerza de tracción pueden soportar todavía, antes de romperse.
Sobre todo en las estructuras de hormigón prensado, los armazones desempeñan un papel de apoyo importante. Los tendones de acero son lo que mantiene grandes secciones de puente estables en sí. Para comprobar si alguno de ellos está partido, los ingenieros emplean una técnica similar a la medición de potencial eléctrico. Para probar la resistencia del concreto a la compresión, se utiliza un esclerómetro o martillo Schmidt. Básicamente, se compone de un perno que un resorte proyecta contra la superficie del hormigón a una velocidad definida. Según la fuerza con que rebote, se calcula cuánta energía absorbió el concreto y de ahí se deduce su grado de resistencia. Si el retorno es demasiado débil, el material está poroso y posiblemente inestable. EUROPA PRESS N.S.