Originario del centro del país, el frijol ha sido uno de los principales alimentos en la dieta de los mexicanos desde la época prehispánica. Y aunque altamente nutritivo, el consumo por habitante en los últimos 30 años, se ha reducido considerablemente.
Según datos de la Procuraduría Federal del Consumidor (Profeco), de un promedio de 16 kilogramos por persona en 1980 pasó a 8.4 kg, en 2016. Dos especialistas tienen una explicación sobre esta reducción en el consumo de esta proteína.
FUENTE IMPORTANTE DE PROTEÍNA
De acuerdo a la académica del Posgrado en Ciencias Bioquímicas de la UNAM, Amanda Gálvez Mariscal, el drástico descenso en el consumo per cápita de esta semilla se debe a que está muy estigmatizada, debido a que se le considera como “dieta de pobres” y se opta por los alimentos procesados.
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Gálvez Mariscal esto es un error ya que nos estamos perdiendo de una importante fuente de proteína. “Consumir tortillas y frijoles es ingerir proteína que no tiene colesterol proveniente de leguminosas, baja en grasa y que al combinar con la proteína de cereales se obtiene prácticamente el mismo valor nutrimental de la carne”.
La académica afirma que, entre otras de sus propiedades nutritivas, los frijoles ayudan a tener el colesterol bajo y contienen mucha fibra, la cual nos da la sensación de saciedad, “de ahí que se afirme que los frijoles son llenadores”.
¿CUÁL SERÍA EL ORIGEN DEL DESAIRE AL FRIJOL?
Para Elvira Sandoval Bosch, coordinadora de la licenciatura en Ciencia de la Nutrición Humana de la UNAM, el factor por el que los frijoles, lentejas, habas y garbanzos están estigmatizados “se debe a que son proteína económica”.
“Se dice que es proteína de los pobres. Entonces, pensamos que si no somos pobres, no tenemos porqué estar consumiendo estos alimentos, lo que es muy falso”, afirma Sandoval Bosch.
En nuestro país existen 50 especies de frijol. Las más comunes son el comba, el ayocote, el tepari y el común, a su vez existen aproximadamente 70 variedades, las cuales han sido agrupadas, según su color en: negro, amarillo, blanco, morado, bayo, pinto y moteado, indica la Profeco.
Por tradición milenaria, es costumbre sembrarlo de manera conjunta con el maíz, pues sirve de sostén a la enredadera del frijol, las raíces de ésta última fertilizan el suelo, al fijar el nitrógeno de la atmósfera y con ello favoreciendo una mayor productividad de las tierras.