/ domingo 17 de mayo de 2020

Ignacio Ramírez: El futbol me formó como ser humano

Proveniente del llano, debutante con el Atlético Español en el torneo 1973-74, Ramírez solamente pretendió rendirse al placer de jugar

¿Sigues entrenando? ¿Quieres venir a Tampico? ¿Cuánto quieres cobrar? Fueron preguntas a bocajarro formuladas del otro lado del auricular –Soy “El gallo” Jáuregui comentó amigablemente el interlocutor, sorprendiendo a Nacho Ramírez quien en la temporada 79-80 había quedado transferible del Atlético Español y se encontraba siguiendo el consejo de Arnold H. Glasow: “En la vida, como en el futbol, no llegarás lejos a menos que sepas dónde están tus objetivos”.

Decidiendo interrumpir un año de jugar, para recuperar su carta al mismo tiempo que se concentraba en finalizar su tesis, ya que había egresado del Politécnico Nacional. A la mañana inmediata se entrevistó en la Federación Mexicana de Futbol con Antonio Lomas y acordó los términos de su contrato y de su viaje a Tampico.

La plaza tampiqueña no la encontraba inédita, ya que una temporada pretérita había visitado el engramillado del Tamaulipas, jugando para el Atlético Español dirigidos por José Antonio Roca. En un partido dramático, y con un extenso convoy de goles (5 a 0 a favor de la escuadra local), dejando sobrecogido a Roca, ya que esa tarde fueron arremetidos por una jaiba de afiladas tenazas. -Roca poseía un concepto -expresaba Ramírez -que el gol solo provenía por dos causas, el error y el acierto.

Cuando no cometiste un error, es que el rival realizó las acciones mejor. Entonces decía Roca: “No entiendo qué sucedió, porque no jugamos mal, y nos clavaron 5, eso quiere decir que el equipo contrario fue superior”. -Roca era un tipazo, señalaba Ramírez -nunca nos habían metido 5 y con esa explicación, dejaba un sabor de haber hecho bien las cosas.

Su paso por la Jaiba Brava | Cortesía Gilberto Rivas

Ya firmado, arribó al puerto todavía perplejo de la prontitud de su contratación, sobre todo porque ya el torneo estaba empezado. En nuestra ciudad encontró un cúmulo de singularidades. -La gente poseía un inmenso fervor por su equipo –recordaba Ramírez-, gustaba de animar todo el tiempo sin ofender. En cambio, el público capitalino celebra un gol, pero existen momentos donde se callan. Mientras que la porra de Tampico quería estar cerca, proteger a sus jugadores. "Otro hecho: el estadio Tamaulipas, sentías diferente el ambiente porque la afición se encuentra cerca del campo; como profesional no debe influir, sin embargo, el foso que separa los espectadores de la cancha es corto, la respiración de la hinchada se percibe en la espalda y eso inquietaba a los contendientes".

Existe una afamada pregunta shakesperiana ¿qué hay en un nombre? La respuesta podría contestarse con otra pregunta: ¿Posiblemente es un sonido que nos representa? O ¿el título de una personalidad? También pudiera ser un hombre como Nacho Ramírez, quien encontró terreno fértil para volverse baluarte de la defensa jaiba, contando con factores como fuerza, velocidad, buen marcaje, bravura al enfrentar a peligrosos extremos que militaban en aquella década. Protagonista de la época romántica del futbol, en donde los jugadores entregaban su amor a la institución. – Los jugadores no andaban brincando de equipo en equipo-, señala Ramírez, - el jugador hacía suya la playera y la fanaticada los volvía héroes. Los profesionales que jugaban se distinguían por su virtuosismo con el esférico. Ahora los preparan como atletas, para que lo físico esconda las carencias.

Los recuerdos de la época de oro llegan constantemente | Cortesía Víctor Alvarez

Nacho Ramírez reconoce dentro de su carrera a tres maestros del futbol: José Antonio Roca, “El gallo” Jáuregui y Walter Ormeño. – Roca formulaba que un buen entrenador requería aprender de todo -dice Ramírez-, además de oficiar entre padre y sacerdote para cuando tus pupilos te soliciten pudieras aconsejarlos libremente. Jáuregui gustaba de relacionarse, y cuando solicitaba una faena lo pedía como amigo, no como jefe. Difícil encontrar gente en el futbol con esa personalidad. En un interescuadras Ormeño me gritó delante del público. Cuando finalizó la práctica bajé a su oficina, desoyendo el consejo de que, podía retirarme del equipo. -Señor, lo único que quiero externarle es que cuando quiera vociferarme, no me evidencie delante de la gente. -Tienes razón -me dijo- la próxima ocasión lo conversaremos en el vestidor. No hubo mayor problema, continúe jugando toda la liga. Ormeño no ganó campeonatos, pero se distinguió por su trato al jugador.

Proveniente del llano, debutante con el Atlético Español en el torneo 1973-74, Ramírez solamente pretendió rendirse al placer de jugar. - Mi primer sueldo fueron 1560 pesos al mes, cuando un reservista ganaba 5 mil pesos- comenta Ramírez-. En una ocasión llegué con el sobre de pago y se lo entregué a mi madre, la cual al descubrir que eran 5 o 6 mil pesos me cuestionó por qué traía tanto dinero; le dije que no sabía. Cuando pregunté en el club, me explicaron que cuando se obtenía un punto se pagaba mil pesos, por gol anotado eran 500 pesos y que al final se sumaba todo. Hasta que le expliqué a mi madre me dejó de reprender. El futbol nunca lo vislumbré como negocio, porque el deporte alcanza niveles excelsos. Me ayudó a formarme como ser humano, jamás fue mi objetivo ganar dinero, nunca lo pensé.

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¿Sigues entrenando? ¿Quieres venir a Tampico? ¿Cuánto quieres cobrar? Fueron preguntas a bocajarro formuladas del otro lado del auricular –Soy “El gallo” Jáuregui comentó amigablemente el interlocutor, sorprendiendo a Nacho Ramírez quien en la temporada 79-80 había quedado transferible del Atlético Español y se encontraba siguiendo el consejo de Arnold H. Glasow: “En la vida, como en el futbol, no llegarás lejos a menos que sepas dónde están tus objetivos”.

Decidiendo interrumpir un año de jugar, para recuperar su carta al mismo tiempo que se concentraba en finalizar su tesis, ya que había egresado del Politécnico Nacional. A la mañana inmediata se entrevistó en la Federación Mexicana de Futbol con Antonio Lomas y acordó los términos de su contrato y de su viaje a Tampico.

La plaza tampiqueña no la encontraba inédita, ya que una temporada pretérita había visitado el engramillado del Tamaulipas, jugando para el Atlético Español dirigidos por José Antonio Roca. En un partido dramático, y con un extenso convoy de goles (5 a 0 a favor de la escuadra local), dejando sobrecogido a Roca, ya que esa tarde fueron arremetidos por una jaiba de afiladas tenazas. -Roca poseía un concepto -expresaba Ramírez -que el gol solo provenía por dos causas, el error y el acierto.

Cuando no cometiste un error, es que el rival realizó las acciones mejor. Entonces decía Roca: “No entiendo qué sucedió, porque no jugamos mal, y nos clavaron 5, eso quiere decir que el equipo contrario fue superior”. -Roca era un tipazo, señalaba Ramírez -nunca nos habían metido 5 y con esa explicación, dejaba un sabor de haber hecho bien las cosas.

Su paso por la Jaiba Brava | Cortesía Gilberto Rivas

Ya firmado, arribó al puerto todavía perplejo de la prontitud de su contratación, sobre todo porque ya el torneo estaba empezado. En nuestra ciudad encontró un cúmulo de singularidades. -La gente poseía un inmenso fervor por su equipo –recordaba Ramírez-, gustaba de animar todo el tiempo sin ofender. En cambio, el público capitalino celebra un gol, pero existen momentos donde se callan. Mientras que la porra de Tampico quería estar cerca, proteger a sus jugadores. "Otro hecho: el estadio Tamaulipas, sentías diferente el ambiente porque la afición se encuentra cerca del campo; como profesional no debe influir, sin embargo, el foso que separa los espectadores de la cancha es corto, la respiración de la hinchada se percibe en la espalda y eso inquietaba a los contendientes".

Existe una afamada pregunta shakesperiana ¿qué hay en un nombre? La respuesta podría contestarse con otra pregunta: ¿Posiblemente es un sonido que nos representa? O ¿el título de una personalidad? También pudiera ser un hombre como Nacho Ramírez, quien encontró terreno fértil para volverse baluarte de la defensa jaiba, contando con factores como fuerza, velocidad, buen marcaje, bravura al enfrentar a peligrosos extremos que militaban en aquella década. Protagonista de la época romántica del futbol, en donde los jugadores entregaban su amor a la institución. – Los jugadores no andaban brincando de equipo en equipo-, señala Ramírez, - el jugador hacía suya la playera y la fanaticada los volvía héroes. Los profesionales que jugaban se distinguían por su virtuosismo con el esférico. Ahora los preparan como atletas, para que lo físico esconda las carencias.

Los recuerdos de la época de oro llegan constantemente | Cortesía Víctor Alvarez

Nacho Ramírez reconoce dentro de su carrera a tres maestros del futbol: José Antonio Roca, “El gallo” Jáuregui y Walter Ormeño. – Roca formulaba que un buen entrenador requería aprender de todo -dice Ramírez-, además de oficiar entre padre y sacerdote para cuando tus pupilos te soliciten pudieras aconsejarlos libremente. Jáuregui gustaba de relacionarse, y cuando solicitaba una faena lo pedía como amigo, no como jefe. Difícil encontrar gente en el futbol con esa personalidad. En un interescuadras Ormeño me gritó delante del público. Cuando finalizó la práctica bajé a su oficina, desoyendo el consejo de que, podía retirarme del equipo. -Señor, lo único que quiero externarle es que cuando quiera vociferarme, no me evidencie delante de la gente. -Tienes razón -me dijo- la próxima ocasión lo conversaremos en el vestidor. No hubo mayor problema, continúe jugando toda la liga. Ormeño no ganó campeonatos, pero se distinguió por su trato al jugador.

Proveniente del llano, debutante con el Atlético Español en el torneo 1973-74, Ramírez solamente pretendió rendirse al placer de jugar. - Mi primer sueldo fueron 1560 pesos al mes, cuando un reservista ganaba 5 mil pesos- comenta Ramírez-. En una ocasión llegué con el sobre de pago y se lo entregué a mi madre, la cual al descubrir que eran 5 o 6 mil pesos me cuestionó por qué traía tanto dinero; le dije que no sabía. Cuando pregunté en el club, me explicaron que cuando se obtenía un punto se pagaba mil pesos, por gol anotado eran 500 pesos y que al final se sumaba todo. Hasta que le expliqué a mi madre me dejó de reprender. El futbol nunca lo vislumbré como negocio, porque el deporte alcanza niveles excelsos. Me ayudó a formarme como ser humano, jamás fue mi objetivo ganar dinero, nunca lo pensé.

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