A lo largo de 36 años de trayectoria, Corsario Blanco demostró unas innegables cualidades para la práctica del llamado “arte del pancracio”, demostrando ser un luchador auténtico, de la “vieja escuela”, que tuvo que demostrar con gran profesionalismo su capacidad para subir a los encordados y codearse con los mejores.
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A seis años de retirado del “deporte de los costalazos”, Corsario Blanco recuerda cómo es que llegó a la lucha libre, las pruebas que debió sortear para convertirse en profesional, sus maestros, y la alegría que le da recibir el saludo de los aficionados como si aún estuviera en activo.
En una charla sostenida para EL SOL DE TAMPICO, Corsario Blanco rememora emocionado, primeramente, el momento en el que llegó a interesarse en la lucha libre. “Vivía yo a una cuadra y media de la avenida Hidalgo y una vez de 12 o 14 años, se me ocurre ir al Auditorio Municipal pues venía El Santo, Blue Demon, los hermanos Espanto y pues me metí sin pagar, no me dijeron nada, me subí a las gradas y vi una lucha muy sangrienta que complementaban los hermanos Espanto, Blue Demon y El Santo, pues eran luchas en las que se entregaban al 100%, con un auditorio lleno y la verdad es que me quedé asustado y al mismo tiempo me gustaron muchas cosas que vi, los movimientos que eran llave contra llave, derribadas contra derribadas, ver una lucha a ras de lona”.
“Yo no lo sabía pero con el tiempo ya cuando empecé a entrenar supe qué era un llaveo, llave contra llave, derribada contra derribada, una lucha a ras de lona, entonces ahí me di cuenta de que sí me gustaba la lucha libre. A partir de ahí empecé a entrenar primeramente con el señor Beto Villalobos y luego iba por ahí Baby Reséndiz, y de ahí nace el amor por el arte del pancracio” señala.
¿Cuándo se da el debut de Corsario Blanco?
“Debuté en el Auditorio Municipal un 26 de marzo de 1978, ya como sindicalizado, pasé muchas cosas porque había que pasar una prueba, había que tener experiencia, fueron cuatro años como alumno, porque no creas que pasabas en la lucha libre un mes (entrenando) y ya, súbete. No, había que entrenar cuatro años”.
“Todo luchador en ese tiempo”, destaca, “tenía que estar bien pulido, tenía que saber lucha grecorromana, lucha olímpica, lucha aérea, de fueteo, esta última era prepararte para cuando un luchador de fuera venía y te quería hacer 'garras', porque el 'chilango' era tremendo, entonces te hacían una llave y te amarraban, te decían: 'záfese', y pues si tú no tenías la experiencia para zafarte, para poder salirte de esa llave, ahí te rendían”.
“Ese era el fueteo que le llamábamos, te rendían a la fuerza, no te rendían por la buena, en un tope, en una plancha, en una llave, no, fueteban, te amarraban y te torcían todo y al sentir el dolor se acababa el luchador en un minuto, porque ellos venían a hacerte quedar mal ante tu público, ante tu gente, sabían que eras local”, dice Corsario Blanco.
“La realidad, por eso nos pulían bien y nos preparaban bien al luchador local, y pasábamos una prueba con cuatro sinodales, la prueba me la pasaron Sergio Aragón, Rudy Cervantes, Zebra Kid, Fuego Negro, gente muy recia, amargada de la lucha libre, porque ellos querían ver un luchador bueno, un luchador que no hiciera quedar mal a la lucha libre local, entonces pasa esto de que iba preparado bien y gracias a Dios tuve la oportunidad de salir adelante”.
¿A quién recuerdas de tus maestros?
“Gracias a Dios tuvimos muy buenos maestros, te hablo de Zebra Kid, te hablo de Beto Villalobos, te hablo de un Oso Matius, el Canelo Mendoza, hay unos que están, otros que se nos han adelantado, muchas cosas aprendí de todos los luchadores, si uno me decía que 'oye esto está mal Corsario', pues yo corregía y lo hacía, entonces todo eso me sirvió para escalar al lugar en el que gracias a Dios llegué”.
¿Por qué Corsario Blanco?
“Corsario Blanco porque desde niño me gustaban mucho las historias y me gustaba mucho la ropa blanca, usaba zapatos blancos, todo blanco completo y leía las historias, yo quería ser rudo y fui rudo hasta que al final de mi carrera me hice técnico, entonces veía que los piratas o corsarios asaltaban a los barcos les llamaban los corsarios del mar, y de ahí nace el Corsario Blanco”.
“Gracias a Dios me dio muy buena suerte ese nombre, que hasta la fecha me siento orgulloso que donde quiera que ande, la gente que me vio, gente adulta, jóvenes, porque también me vieron de niños y hoy tienen cuarenta años, me hablan y me da gusto porque me dicen ¿qué tal Corsario?, nada de que 'oiga don Corsario' o equis, siempre me saludan como si fuera yo un chamaco y gracias a Dios me da gusto saludar a la gente”.