Un nuevo elemento de controversia se ha insertado en el panorama político de nuestro país. Lo malo es que este proviene del exterior y habría que analizarlo con detenimiento por las consecuencias que pudiera tener en nuestra soberanía, un valor que está bajo la custodia de todos los mexicanos sin distingo de ideologías.
El presidente de los Estados Unidos, DONALD TRUMP, ha anunciado que promoverá que las bandas de narcotraficantes mexicanos sean calificadas formalmente como “terroristas”, lo que activaría protocolos de intervención, incluso armada, en nuestro país.
“Estamos dispuestos a ayudar a México a hacer la guerra a los cárteles de la droga para eliminarlos de la faz de la tierra”, dijo el multimillonario jefe de estado norteamericano. Aguas con la trampa.
Sería una monumental necedad no reconocer que México es rehén de las bandas delincuenciales, que siguen manchando de sangre el territorio nacional. Hay un alto grado de indignación por la muerte de miles de inocentes que sucumben bajo el concepto de “víctimas colaterales”. En rigor sí estamos ante un verdadero terrorismo doméstico que nos aflige todos los días.
Pero nos remitimos a nuestro dicho de siempre: “Por la forma de agarrar el taco que conoce al que es tragón”. Veamos.
TRUMP se rasga las vestiduras diciéndose defensor de su país ante una amenaza externa. Pero, socarrón como es, oculta el verdadero origen del problema.
Nunca se ha referido a que Norteamérica es el principal consumidor de drogas en el mundo. Se calcula que hay allá más de 20 millones de adictos que reclaman puntualmente sus dosis de sustancias tóxicas, sin las cuales no podrían vivir. Eso para él no tiene importancia.
Omite, también, que el poderoso armamento que poseen los narcos proviene de proveedores de su país que son verdaderos negociantes de la muerte. Pero para el magnate inmobiliario metido a político ello no tiene la menor relevancia.
Lo malo es que la conceptualización de un fenómeno de violencia social que parece manejarse de manera evidentemente manipulada con fines políticos, ha encontrado eco en algunos sectores de la sociedad mexicana.
DONALD TRUMP está en plena campaña para un segundo período al frente de la Casa Blanca. Y en aras de ese propósito hace y seguirá haciendo todo lo que esté a su alcance para alcanzar su objetivo. Debe presentarse como el “supermán” que cautiva a sus gobernados. Y allí parecen insertarse sus actos beligerantes hacia el exterior, incluyendo nuestro país, en tanto guarda silencio sobre la semilla maligna que germina en su propia casa.
Claro que lo que pasa en México es terrorismo, entendido esto como una sucesión de hechos violentos con fines de intimidación y control. Pero su concepción semántica, difiere de las interpretaciones que generalmente hace Estados Unidos del término para justificar invasiones.
Antes de querer que venga otro Maximiliano a salvar a la patria, hay que exigir, una y otra vez, con determinación y persistencia, que el gobierno mexicano encare la situación y haga frente a una responsabilidad que le corresponde. Y si no pueden, usemos la herramienta de su propia creación, la revocación de mandato, para que dejen el lugar a autoridades más efectivas. Pero no caigamos en trampas.
Alguien dijo que cuanto más siniestros son los planes de un político, más pomposo se vuelve su lenguaje. Y TRUMP está disfrazando de interés general para su país, su interés particular con miras a la reelección. Si quiere desaparecer algo de la faz de la tierra, que desaparezca el consumo de drogas en su propia parcela, que es la principal fuente que alimenta al crimen organizado en México.