La Ley del Talión

Julia Meraz

  · jueves 25 de julio de 2019

Ser la menor de cinco hermanas tiene sus ventajas, como hacer travesuras estando al cuidado de ellas y que mamá las regañe por tu travesura por no estar al pendiente de ti, o bien, en alguna disputa por una muñeca mamá siempre te dará la razón bajo la premisa de que eres la menor.

Indudablemente cuando mamá me daba la razón y mis hermanas lo consideraban injusto se lo hacían ver y si ella no cambiaba de decisión, mis hermanas buscaban la forma de vengarse de mí asustándome o dejándome sola en la habitación a oscuras, lo que sabían me daba miedo. Para ellas, desde su punto de vista esto era justicia, pero para mí era una llana venganza.

Aunque lejos quedó la Ley del Talión, algo hace falta en nuestro sistema judicial que aún nos queda a deber, pues si bien es cierto que al menos se siente alivio al saber que un victimario ha sido aprehendido y sentenciado, queda un resabio de insatisfacción aunado al sentimiento de dolor y frustración cuando a nuestro parecer el dictamen judicial no es el esperado, sentimientos que no pueden ser satisfechos a pesar de la aplicación de la ley.

En un Estado de Derecho como el nuestro, el acatamiento irrestricto de la ley apacigua el fuego interno y el clamor popular; sin embargo, quedan preguntas en el aire: ¿qué pasa si ni aplicando la ley se satisface esa necesidad de justicia? ¿qué queda cuando se han agotado los satisfactores de justicia que otorga nuestro sistema judicial?

Si nuestro criterio de justicia no es satisfecho a cabalidad, resurge el deseo ancestral de aplicar la Ley del Talión, que se considera un principio jurídico de justicia retributiva, ya que en el interior de nosotros aún prevalece esa ley que nos grita que debemos cobrar ojo por ojo y diente por diente.

El Derecho se instituyó para resolver conflictos, pero claro está que no siempre se puede satisfacer a las dos partes que establecen la litis, ¿cómo hacer entonces para encontrar esa satisfacción tan necesaria? quedan dos caminos: la religión y la resignación, es cuando el hombre busca una razón y es que la lógica del pensamiento nos orilla forzosamente a encuadrar y justificar todo y si eso no sucede surge nuestro deseo de venganza y buscamos a un culpable que muchas veces no es la persona que nos dañó, pues como dicen en mi pueblo “Ya no busco quién me la hizo, sino quién me la pague”, y es aquí donde el hombre que antes fue víctima se convierte en victimario.

Esto se debe a que a la hora de justificar nuestro actuar utilizamos nuestro propio criterio moral, lo cual es comprensible dada nuestra naturaleza, pero esperamos que la ley se ciña a nuestro criterio sin considerar que aunque así fuera la otra parte siempre quedará insatisfecha y no descansará hasta obtener lo que a su vez ella considera justicia. Es por ello que la ley debe aplicarse considerando los hechos y no de manera subjetiva. El derecho debe aplicarse irrestricta e imparcialmente para, tal como lo preceptuó Ulpiano, dar a cada quien lo que le corresponde, porque ese es el telos del Derecho, sin que esto tenga nece-sariamente que coincidir con nuestro criterio personal de lo que consideramos como justo.

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