De pequeña, el rojo carmín con olor a frambuesa del labial de mi madre en mi frente era para mí señal absoluta de aprobación, de conducta irreprochable y con el cual me sentía casi santa...pero cuando no lo obtenía la tarde era gris.
El beso en la frente que mi mamá me daba al regreso del colegio era lo mejor del día, sin embargo, ese trofeo tan preciado para mí tenía mucho que ver con la estrella y el cochinito. Cuando niña, los maestros solían colocar en los cuadernos un sello de abejita, burrito o cochinito, la abeja la colocaban siempre que uno se portaba bien y hacía correctamente las tareas; mientras que el burrito o el cochinito era colocado cuando las tareas estaban sucias o mal hechas...La abejita por lo regular venía acompañada de una estrellita en la frente que era lo que mi madre veía cuando llegaba del colegio y era suficiente para ganarme mi beso, pero cuando no la veía entonces la pasaba muy mal.
Somos criaturas con necesidad de aprobación y reconocimiento, lo cual por lo regualar creemos que debe ir unido a la entrega, pronta o tardía de una recompensa, que en mi caso era el beso de mi madre. Sin embargo, de adultos consideramos que esa recompensa debe ser algo tangible y ponderable como una remuneración económica. Hemos cambiado la satisfacción del deber cumplido por algo sonoro como el ruido de las monedas, y sin embargo, en nuestro interior todavía nos mueve esa estrella o ese cochinito que nos dan nuestros superiores, amistades o conocidos. El reconocimiento social es atribuible a nuestro deseo de sobresalir pero sobre todo al deseo de que los demás se enteren de lo que hemos logrado u obtenido en la vida, quizá porque quizá muy en nuestro interior es nuestro ego lo que motiva esa necesidad y cuando no obtenemos tal reconocimiento nos entregamos a la apatía o negligencia como señal de protesta, y he aquí que es cuando todos te voltean a ver y no recordarán tu desempeño anterior sino el último, pues la gente solo recuerda el último acto, la última hazaña.
Estar a merced del aplauso es caer en un círculo vicioso que motiva y desanima jugando con nuestro autoestima y mermando nuestro espíritu. Debemos entender que la competencia es contra nosotros mismos, pues solo nosotros sabemos en la justa medida lo que hemos logrado por nuestra propia satisfacción.
Honores o riquezas siempre se quedan en la tierra cuando hemos marchado, efímeros como lo son no deberían perturbar nuestro espíritu. Ante un insulto o un halago Buda permanecía inmutable sin permitir que esto lo alterara conservando para sí su paz; luego entonces permanecer inmunes al aplauso o al oprobio, al reconocimiento o al anonimato, conservará para nosotros mismos la satisfacción del deber cumplido sin importar que éste haya sido acompañado de una estrella o de un cochinito.