Aún recuerdo a mi madre correteándome por toda la casa con el cinturón en la mano porque no me quería dormir o no había terminado la tarea o simplemente porque me había tardado un poco más jugando fuera de casa.
También recuerdo con agrado la convivencia con mi madre en los primeros años de mi vida cuando me sentaba en una sillita a lado de ella mientras cocinaba y yo decía que ella hacia magia.
Ahora recuerdo y me hace gracia pero en aquel tiempo de verdad me daba miedo tan solo de ver el cinturón y sin embargo, comprendo que toda esa disciplina fue lo que mantuvo a salvo y me permitió salir adelante de esa etapa difícil que fue la niñez y mi adolescencia.
Lamentablemente derivado de los tiempos en que vivimos, la tecnología ha superado a la comunicación verbal entre padres e hijos. Hoy los jóvenes prefieren consultar sus dudas en redes sociales y tienden a tomar como dogma lo que otros jóvenes igual de desorientados les trasmiten como solución o explicación a lo que le pasa y quizás por las exigencias del trabajo, la convivencia entre hijos y padres se limita a un acto protocolario a la hora de la comida o la cena, lo que deriva necesariamente en descargar en los profesores la responsabilidad casi total de la educación de los hijos.
Mi madre siempre decía que la instrucción se aprende pero la educación se mama, por ello era enérgica con mis hermanas y conmigo. Y no es precisamente que los padres de hoy no amen a sus hijos sino ocurre que la lista de valores ha cambiado, se ha “actualizado”, hoy los padres se conforman con que la hija de 15 años no se embarace, el chico no se haya metido en alguna pandilla. El concepto de convivencia ha cambiado y se ha limitado a preguntarle a los hijos: “¿Dónde andas?”. Las redes sociales y el Internet se han convertido en los tutores de los jóvenes. Los adultos tenemos tanto temor a ser tachados de anticuados que nos hemos permitido el lujo de ser liberales en una sociedad donde ser liberal es la antesala al libertinaje. Encerrarlos en su cuarto, quitarles el coche o incluso quitarles el celular son medidas un poco ridículas cuando el precoz adolescente ha caído en cuenta de que puede vivir una vida de adulto sin serlo y pensar que la vida es sexo, drogas y alcohol o quizás lujos que esperan encontrar a toda costa y al menor precio.
Esta especie de libertinaje le cuesta a la sociedad pues el embarazo en las adolescentes ocasiona deserción escolar restando los beneficios de la inversión que el Estado ha realizado en la educación de esa menor, además el mercado de trabajo en que estas madres tempranas se desempeñarán, generarán impuestos e ingresos, será según su nivel de estudios alcanzado, por lo que si unimos esta situación a escenarios de pobreza y desigualdad de género así como de limitadas oportunidades laborales, el retorno de la inversión social para el Estado es poco redituable.
El acrecentar el gusto por la lectura y fomentar los programas de interés cultural donde los valores cívicos y éticos se exalten, provocará en los jóvenes el deseo de emular las buenas acciones por propia convicción y no por imposición, y donde el cinturón no sea como el que utilizaba mi madre pero sí sea igual de efectivo.