De la abnegación maternal

Julia Meraz

  · jueves 9 de mayo de 2019

Abnegada, protectora, a veces dominante y otras tierna, la madre encarna la apoteosis del amor desinteresado, puro y callado…

Ella es la que protege la heredad del hijo como Penélope en la Odisea, o es capaz de luchar por la causa de su hijo aunque no la comparta como Pelagia en La Madre de Gorki.

La madre en los hogares mexicanos tiene un lugar inmaculado, intocable y santo. Su proyección casi mística cobra tintes religiosos y protectores, atribuimos a ella todo lo puro y todo lo bueno, a ella acudimos en momentos de angustia y desolación, ella es la sabiduría y el perdón, la dulce palabra encarnada en una virgen a la que se le venera y se le respeta, a la que no se le toca por temor a romper el encanto que posee.

La importancia de la madre es mayor al concedido socialmente pues más que un pilar de la sociedad es su directriz, es el eje central en el cual los hijos se educan y se hacen hombres y mujeres, pues en ella recae la formación de la estructura familiar.

Origen y fin de la unión familiar, ella es la conciliadora, la que autoriza o la que reprende, pero también es la que perdona y la que abnegadamente antepone sus hijos a ella misma.

La filmografía del México antiguo retrata bien a nuestra figura materna, donde la abnegación es su principal característica, así ella es la que espera la llegada del hijo pródigo en las noches en vela, la que sufre en silencio las palabras agrestes de los hijos ingratos y en ocasiones hasta su olvido...

Es la que todo lo soporta y perdona. Protectora por naturaleza, es aguerrida y capaz de sacar la casta por su prole. Esa es la madre mexicana, la que bendice tu frente cuando te marchas y la que acaricia tu pelo en tus noches de enfermedad y desvelo, la que te orienta y te guía, la que te lleva en su vientre sin más preocupación que tú...

Ella es la que te ama hasta la médula y a la que muchas veces no apreciamos en vida. Mi madre decía que los amores son aves de paso y que el único que perdura por siempre es el que profesa una madre...cuánta razón tenía.

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