En 1962, el muralista Jorge González Camarena terminaba de pintar La Patria —lienzo bastante popular por ser después la portada de los libros de texto gratuito— y, dos años más tarde, le daba la pincelada final a su cuadro Doña Marina y el Conquistador.
Al analizar ambas obras con miras a escribir un artículo sobre la Malinche, el investigador Luis Vargas Santiago, del Instituto de Investigaciones Estéticas (IIE) de la UNAM, se percató de un detalle: que la composición de las piezas no sólo era muy parecida, sino que la mujer que aparece en las dos era la misma.
La razón de tal coincidencia es que, durante esos años, el artista usaba a la misma modelo, Victoria Dornelas, como fuente de inspiración, pero para el académico el que los rostros de un cuadro que representa a la tierra mexicana y sus bondades, y el de otro que retrata a una indígena acusada de traición y extranjerismo, sean idénticos, invita a reflexionar sobre cómo hemos concebido lo femenino a lo largo de la historia, y nos alerta de nuestros prejuicios.
“Llama la atención que, en el primer caso, cuando se alude a una mujer anónima que sirve de alegoría, la connotación es positiva: en este caso es un símbolo de la tierra fértil, mientras que, al tratarse de una joven con identidad (Malinche) y voz propias, y con capacidad de influir en la política, se le atribuyen características negativas. Parecería ser que con esto sugerimos que el papel de las mujeres es el de ser madres (en este caso ‘de la patria’), y no el de incidir activamente en el rumbo de una nación. ¿Eso qué dice de nosotros?”.
La investigación del doctor Vargas forma parte de un libro que se publicó a la par de la muestra Traitor, Survivor, Icon: The Legacy of La Malinche, la primera dedicada íntegramente a esta mujer indígena y que abrió sus puertas el 6 de febrero de 2022 en el Museo de Arte de Denver, en la capital de Colorado, Estados Unidos.
Para el académico, la leyenda negra de Malintzin es producto de un proceso que inicia en el siglo XIX, en la época independentista, cuando el discurso contra los españoles era un dispositivo ideológico usado por criollos y mestizos para hacerse de poder e imponer su proyecto de nación, y que se afianza en el México posrevolucionario, cuando se enarbola al mestizaje como señal de identidad nacional, pero no uno que valora la dualidad de sus raíces, sino de uno que glorifica su pasado indígena y mira con recelo a su herencia hispana.
“Es así como la Malinche se volvió un sitio de producción simbólico. Al pintarla como una traidora la convertimos en una especie de Eva que nos expulsó del paraíso y comenzamos a adjudicarle todos los estereotipos y prejuicios propios de una cultura machista”.
Intervenciones necesarias
Los últimos movimientos sociales, la conciencia feminista y las investigaciones de especialistas como Camilla Townsend o Federico Navarrete han logrado que Malintzin sea vista hoy desde una óptica muy distinta a la que se tenía todavía hace pocas décadas, ya que, al despojarla de muchos de sus estigmas, hemos comenzado a entender su relevancia en la conformación de la identidad mexicana.
Es en este contexto, Luis Vargas Santiago pide hacer una intervención interpretativa del cuadro de La Patria, de González Camarena, pues más allá de los guiños simbólicos plasmados de manera obvia (como el que la modelo sostenga la bandera con su mano izquierda y la Constitución con la derecha) el ligarla con otra obra donde la protagonista es justo esa misma mujer, pero ahora en el papel de Malinche, plantea un diálogo muy necesario.
“Sería deseable que los artistas contemporáneos intervengan las narrativas patriarcales de la nación e incluso que las y los profesores desde primaria lo tengan en cuenta y promuevan visiones críticas. De no hacerlo corremos el riesgo de quedarnos con símbolos lineales y simplistas que, por un lado, validan proyectos ideológicos, y por el otro, falsean la historia a conveniencia”.
Un ejemplo de cómo ciertos relatos son usados para apuntalar ideologías es el de que, cuando los prehispánicos vieron llegar a los europeos, los consideraron dioses, algo que la investigadora Camilla Townsend ha tildado de “disparate”, pues no hay registros indígenas de tal creencia y sí una mención posterior, de 1540 y autoría dudosa, que los españoles hallaron tan halagadora que la perpetuaron.
Para el profesor Vargas, deconstruir el cuadro de González Camarena y analizar cada uno de sus elementos es un ejercicio didáctico que nos conduce a interrogantes que el discurso oficial no se atreve a formular, como si la palabra “patria” en realidad alude al padre, ¿por qué la representamos como una madre?, ¿por qué al hablar de lo indígena sólo le damos peso a lo azteca o a lo maya y hacemos como si las otras culturas no existieran?
“La pregunta clave aquí sería, ¿por qué usar justo estos símbolos y no otros? Reflexionar sobre esto a partir de dicha imagen es construir una idea mucho más crítica de lo que es México en el siglo XXI”.
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