El puerto de Tampico está inundado de historias: lugares, personajes, batallas, eventos y mitos se ciernen sobre la ciudad. Uno de ellos, de índole cotidiana, corresponde a dos hermanas, quizás gemelas, quienes, durante aproximadamente 45 años, acudieron todos los domingos a la Plaza de Armas. En los años 50, las conocían como “las de los chonguitos”.
En el libro “Abecedario para niñas solitarias” de Rosaura Barahona Aguayo, la autora plática la historia de dos niñas casi idénticas, quienes, a pesar del calor húmedo de Tampico, lucían siempre impecables blusas blancas almidonadas, a juego con faldas de colores oscuros y dos trenzas sujetas en la parte superior de la cabeza.
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Tampico a finales de los años 50
A finales de los años 50, todos los domingos, en el kiosco de la Plaza de Armas, tocaba la banda municipal. Se rentaban sillas plegables, para que las familias pudieran disfrutar de la música y del paisaje.
En la refresquería “El Globito” vendían aguas frescas en vasos de vidrios en forma de burbujas. Una de las más populares era “el globito de sandía”. Los vendedores ambulantes ofrecían cacahuates salados envueltos en papel de china y algodones de azúcar. Así lo recuerda Rosaura Barahona en su libro.
Las fotografías de la época preservadas por la Mediateca del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), permiten observar el centro de la ciudad en los años 50. En la instantánea se percibe el Palacio Municipal, la Catedral y el cine Alcázar.
¿Quiénes eran 'las de los chonguitos'?
Acorde al relato de Barahona, las hermanas acudían todos los domingos a la Plaza de Armas en compañía de sus tíos. Presumiblemente huérfanas, fueron educadas bajo estrictas normas de conducta: no correr, no gritar, no saltar. Vestían blusas almidonadas y faldas de color gris, azul o negro.
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Las niñas se sentaban de espaldas al cine Alcázar, a escuchar la música de la orquesta municipal, mientras comían un helado de vainilla en vaso. Previamente, limpiaban con un pañuelo de lino las sillas plegables.
Se cree que la desahogada posición económica de la familia facilitó el hermetismo de su existencia. No se les conoció profesión, nunca se casaron o tuvieron hijos, pero sí acudieron durante más de cuatro décadas al kiosco central, siempre “peinadas con dos trenzas entrecruzadas como una diadema oscura y brillante”, sostiene Barahona.
La autora también señala que las dos mujeres no conocían el mar. Para sus tíos, era un lugar peligroso y, para ellas, con el paso del tiempo también lo fue.
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Muy pocos recuerdan a “las de los chonguitos”. Sin embargo, la niñez, la juventud, la etapa adulta e incluso la vejez de las hermanas transcurrió en la Plaza de Armas de Tampico. Sentadas en el centro de una ciudad calurosa, vestidas de impecable almidón, observaron y escucharon la algarabía y el bullicio del resto de la población durante más de 40 años.