Son contados con los dedos de una mano los bares potosinos que se disputan el galardón de tener o casi llegar a los cien años, pero no todos pueden presumir de su servicio, de su surtido de alcoholes, de su estilo o, también, de haber superado las vicisitudes de los días aciagos de la pandemia. Ese es el Bar Tampico.
Es de los bares “de antes”, pero también “de los de hoy”, siempre en la calle Los Bravo, en el corazón del Centro Histórico de San Luis Potosí, desde que lo montó el comerciante y empresario Rafael Lam, de ascendencia oriental, en el año 1941.
Su actual propietario, Juan Pablo Alonso Tapia, le realizó algunas modificaciones cuando lo adquirió a mediados de la década de los noventa, como la apertura de dos secciones más de su legendario sótano, o habilitar su cocina en una especie de ático del inmueble que ocupa.
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Sede en varias ocasiones de conferencias, presentación de libros y, por supuesto, de catas de vino y exposiciones de mezcal, el bar Tampico cumplió este 2021 ya 80 años de ser, como dicen algunos de sus clientes, un templo para calmar la sed, “la segunda casa” o, para otros, un hospital para enfermos… de resaca.
LA OSTIONERÍA Y EL BAR
A principios del siglo XX, inmigrantes chinos -la mayoría provenientes de la ciudad de Cantón- llegaron a México. Rafael Lam arribó vía marítima y desembarcó en el puerto de Tampico, Tamaulipas, donde trabajó un tiempo; luego se trasladó e instaló en San Luis Potosí.
Aprovechando los contactos que logró en su estancia en tierras tampiqueñas montó “La Ostionería”, un restaurante ya desaparecido de mariscos y a unos pasos de él el Bar Tampico, cuyo nombre tributa, seguramente, la hospitalidad que recibió de ese puerto.
Ambos negocios, ya en manos de Samuel Lam Varela, hijo de Rafael, se cimentaron y formaron un binomio: La Ostionería se proveía del Tampico de las bebidas espirituosas que solicitaban sus clientes, y el bar de los alimentos preparados en el restaurante, incluyendo la sopa de pescado, uno de los platillos que cautivaron a sus parroquianos, inclusive hoy en día, pero ahora de su propia cocina de la que salen también otras especialidades.
PERSONAJES FAMOSOS
Por su céntrica ubicación, el Bar Tampico fue en su momento paso obligado de ferrocarrileros, de comerciantes y de sus compradores; hoy, lo es de profesionistas, de oficinistas, de empleados o propietarios de negocios del Centro Histórico, de algunos políticos y hasta de actores y músicos de renombre cuando visitan la capital potosina.
En su barra, hace tiempo fue sorprendido el actor Joaquín Cossio -recordado popularmente por su papel de “El Cochiloco”- que causó revuelo entre el personal y clientes. Apenas hace unos días, el reconocido histrión Jorge Taracena hizo lo mismo en quienes ahí lo reconocieron.
También han disfrutado de su ambiente el comediante Jonathan Ramírez, hijo del extinto “Beto El Boticario”, y nada más y nada menos que Rubén Albarrán, de la famosa banda Café Tacuba, entre otros.
SÓTANO Y TÚNELES
Alonso Tapia ha procurado conservar el estilo del bar que a muchos asemeja un irish pub o pub irlandés por sus paredes y techo de maderas, por sus anuncios luminosos de cerveza y marcas de alcohol en su decorado, y por su ambiente cálido.
También preservó la sección del sótano, cuyos muros de piedra y la forma de su bóveda han contribuido a la leyenda de los túneles potosinos.
Ese mito urbano creció a partir del acceso a las damas -antes prohibidas en las cantinas- cuando fue obligado abrir una segunda y una tercera sección del sótano que añadió mayor espacio y permitió instalar los sanitarios para ellas.
Recorrer las tres secciones de ese sótano da la impresión a quien lo hace, de caminar por uno de esos míticos túneles. Es leyenda urbana, insiste su propietario.
PERSONAL PROFESIONAL
Como todo bar, además de los acontecimientos que se vivieron en su momento por esa apertura a las mujeres -miradas de recelo o reproches por su presencia en un sitio otrora de “hombres”- o la prohibición para fumar -aprovechada por algunos clientes esporádicos para salir “a echar humo” y ya no regresar a pagar la cuenta-, o los recortes en sus horarios -antes más relajados-, el Tampico enfrentó también los altibajos que trajo consigo la pandemia del coronavirus.
Su propietario presume que el bar es de los pocos que se mantienen abiertos todo el año, pero en pandemia hubo un cierre parcial y luego total. Pese a que el paso de los días fue eterno el negocio ahora se sobrepone sin perder su clientela ni a sus empleados.
De ellos, además de sus diligentes meseras, sus expertos bartender son quizá lo más preciado por los sedientos parroquianos, pero su conocimiento en bebidas y cocteles no pudieran aplicarlo si no tuvieran una de las barras más variadas entre los bares y cantinas del Centro Histórico.
Así, visitar el Bar Tampico es, no solamente ir a aplacar la sed “de la mala” o a eliminar las molestias de la resaca, es también distraerse de la rutina, de charlar con los compañeros -a veces con extraños que se convierten en amigos ocasionales-, de tentar a la suerte comprando el “cachito” de Lotería al vendedor que se asoma o de hacerse el valiente con las descargas eléctricas del tradicional “toques, toques”, pero sin duda, antes de despedirse no se puede evitar el exclamar: “Ahora sí, sírvanme la caminera…”.