PRIMERA DE DOS PARTES
Daniel Salinas Basave es un escritor nacido en Monterrey, Nuevo León, actualmente reside en Tijuana. Es un vikingo de las letras, que acapara pergaminos y los lustra con sus historias.
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Tan solo en un año publicó seis de sus libros, lo que lo convierte en candidato directo a las estadísticas de Guinness.
Ejercitó su prosa con el periodismo de calle, de a pie, y lo ha transportado a su narrativa, como es "Juglares del Bordo", que le mereció un premio en Argentina.
¿Quién es Daniel Salinas Basave?
Un lector que se ha ganado la vida como reportero, un papá de tiempo completo que adora a su familia y pasa la mayor parte de su tiempo en casa sin perder la esencia mochilera. Un agricultor que siembra en el fondo del mar; un albañil que edifica iglús en el desierto; un pepenador de furtiva palabrería y un cazador de recompensas. Un vocacional zarrapastroso que nunca aprendió a vestirse bien ni a hacerse el nudo de corbata. Un bebedor de vinos y whiskys; un devorador de pulpos, cazador de amaneceres y jugador de futbolito de mesa. Un gallero que se la juega en palenques narrativos. Un terco seguidor de los Tigres de la UANL y un veterano de mil tocadas metaleras. Alguien a quien el aliento de la muerte le recuerda que la vida no va a esperarnos y debe apurarse a narrar la historia que aún no ha narrado.
Ejerces el periodismo en una ciudad violenta desde hace muchos años, ¿por qué decidiste dedicarte también a la literatura?
La literatura llegó primero. Antes de empezar a reportear ya había acudido a talleres literarios y publicado algunos inmaduros exabruptos de “prosa poética” a principios de los noventa. Después probé la reporteada como quien prueba una droga y creí que podía mantenerla bajo control, dejarla a tiempo, uno o dos años solo para aprender y vivir la experiencia y luego a estudiar alguna maestría o doctorado. Vaya forma de autoengañarme. El periodismo es una droga dura que se apodera de ti, un ciclón que te zarandea sin piedad. Me comí década y media reporteando y durante todo ese tiempo, mi único escarceo literario era publicar reseñas semanales de los libros que leía y un sinfín de desvaríos en mi blog. Era un reportero de calle, de doce-catorce horas diarias. Viví muchísimas cosas muy intensas: caminé por los escombros de las Torres Gemelas en septiembre de 2001, recorrí el desierto de Arizona, viví de cerca la guerra del narco en 2006-2008, tomé un seminario en un campo militar de Argentina con Cascos Azules de la ONU, pero dejé de escribir narrativa de ficción y lo que escribía no pasaba de ser un amorfo borrador que a lo mucho llegaba al blog. Cuando me cortaron la rama del periodismo volví al redil de la literatura como un hijo pródigo. Parecía ser muy tarde, ya había pasado la frontera de lo que en México consideran un “joven escritor”, que son los 35 años, pero llegué con hambre de comerme el mundo y mucha prisa por recuperar el tiempo perdido. Los cuentos que garabateaba en cuadernos en aquella etapa, los recuperé y los publiqué en un libro llamado Cartografías absurdas de Daxdalia que ganó en una convocatoria en el Cecut y fue mi primer libro de ficción.
A propósito del reciente 12 de octubre, ¿qué piensas del mestizaje?
El debate es añejísimo y la visión simplota y reduccionista lo encuadra en que la izquierda se envuelve en la visión de los vencidos y la derecha enaltece el legado hispanista, lo cual es una gran patraña. Yo no soy cristiano ni creo en ningún dios y sin embargo me siento plenamente identificado con la herencia española y no reniego de ella. Regar la planta del rencor y el resentimiento por puro y vil oportunismo político me parece esencialmente manipulador y miserable. Todos los gobiernos nacionalistas han intentado vender la idea de que los aztecas “eran México” y que nuestra “grandiosa nación de poetas y arquitectos” fue invadida por una depredadora y rapaz potencia europea, lo cual es una asquerosa manipulación. Te hacen creer que “nosotros” fuimos esclavizados durante tres siglos por unos codiciosos extranjeros de los cuales nos liberamos después de una heroica guerra de Independencia. Eso es un cuento ridículo y manipulado, pero por desgracia, millones de mexicanos resentidos y con serios complejos de inferioridad se aferran a creer ese embuste. Las independencias de los virreinatos americanos no fueron guerras entre naciones, sino la implosión de un imperio que se desmembró en repúblicas embrionarias. El Estado mexicano nació jurídicamente en 1821 y nuestra bandera tricolor original simboliza la unión, no el eterno resentimiento.
En los últimos años te has convertido en uno de los escritores mexicanos que más premios has obtenido a nivel nacional e internacional. Eres junto a Rodrigo Balam, el poeta, un acaparador de reconocimientos. ¿Cuál ha sido tu fórmula para lograrlo?
La fórmula es “tanto va el cántaro al agua”. Pura canija terquedad y aferre. Si mandas muchos centros al área, alguno por ley de probabilidad es gol. La fórmula es que he quemado mis naves y para mí ya no hay vuelta atrás, más que tirarme a matar en la escritura y cuando digo tirarme a matar, significa sacarle sangre a la roca y más me vale hacer rentable esta locura. Puedes pasarte la vida dando talleres o vendiendo libros, pero lo que en verdad te hace la diferencia en lo económico es ganar premios. Un premio te puede resolver un año de vida, un año en que te dedicarás solo a escribir. Además, los premios han sido mi única vía posible para publicar. De mis catorce libros, diez son producto de un premio o una eliminatoria. Si no competían, no se publicaban. Punto. Si no asumía el riesgo de mandar un barco de papel al otro lado del continente, nunca habría publicado en Argentina y en Colombia.
Hay quienes consideran humillante e indigno poner a competir sus creaciones, pero yo acepto las reglas del juego. También he sido juez no pocas veces y sé lo mucho de aleatorio que hay en el triunfo o la derrota. Por supuesto que todo premio es subjetivo, una grandísima ruleta, una lotería, pero yo me asumo como un gallero que pelea sus gallos narrativos en los palenques, un vil jugador de póker literario. A lo mejor es una pizca de talento y un mucho de fortuna, pero creo que para aspirar a ganar debes mandar algo que pueda sacudir por lo menos a un juez. He perdido muchas veces, pero de vez en cuando me da por sacar agua del pozo. Acabo de ganar en Cantabria con un cuento llamado “La soledad de la marsopa” que compitió entre unos 400 relatos. Por supuesto que hubo mucho de buena fortuna, porque te aseguro que entre 400 cuentos sin duda hay por lo menos 30 o 50 que son muy buenos. Casi al mismo tiempo perdí un premio de obra publicada que tenía todas las chances y las probabilidades para ganar con “El Samurái de la Graflex”. Esto es impredecible. Si llego a los 60 o 70 años de vida me veo como Sensini, el personaje de Roberto Bolaño que en su vejez sigue compitiendo en certámenes provinciales. Creo que ese será mi destino, ser un eterno cazador, de liebres y búfalos por igual.
Y Balam es un extraordinario poeta y un noble amigo que me trajo hasta Tijuana el mejor café del Soconusco.
¿Tienes alguna manía al escribir?
Tener un montón de cuadernos donde escribo a mano en forma dispersa y varios archivos de Word abiertos al mismo tiempo en la lap top con cuentos diversos. Hay un cuaderno que es el atrapasueños en donde al despertar escribo en clave de micro-ficción lo que soñé o recuerdo haber soñado. No es un archivo hecho para publicarse, sino un ejercicio de calentamiento. También mantengo un blog desde hace 18 años que es una suerte de borrador eterno, un falso diario íntimo, un vertedero de leche bronca o de licor sin destilar. Ahí están los embriones de muchos textos que después fueron publicados.
¿Escribes de noche o de día?
De día, de preferencia al amanecer, cuando apenas empieza a clarear. Soy un cazador de amaneceres. Es una hora embrujada. Es como si el tejido neuronal fuera la arena de una playa aún mojada por la marea alta de los sueños. El mundo alucinante de la duermevela aún impregna la atmósfera y puedes sentirte un perfecto extraño en medio del gran caos universal. Creo que nunca podría escribir a las tres de la tarde, después de comer. A veces escribo en la noche después de una siesta vespertina, pero solo cuando ando retrasado con alguna fecha fatal. Yo jamás caigo en el estereotipo del escritor que aporrea el teclado a la media noche entre el humo del cigarro. Mi mantra sagrado es escribir con café y leer con whisky. Esa es la fórmula. No digo que sea infalible, pero a mí me ha funcionado.
¿Consideras que la pandemia modificó los hábitos de lectura de la gente, y que muchos lectores prefieren los PDF en lugar de los impresos?
La pandemia modificó absolutamente todo. Por ejemplo, yo odiaba a muerte las video-llamadas, el Skype y todo eso. Lo detestaba y mira nada más, ahora todos somos expertos en Zoom. Ya he dado varios talleres, conferencias, enlaces y entrevistas por Zoom u otras plataformas y me he acostumbrado a ello. Ni modo. Por supuesto, leo muchísimo en pdf, pues a menudo me toca ser juez en certámenes y cada vez es más común la vía electrónica, por no hablar de los textos que me comparten no pocos colegas. El tema de la muerte de la letra impresa me obsesionaba y fue lo que inspiró mi ensayo Réquiem por Gutenberg en 2010, pero a estas alturas de la vida ya me quedó claro que la superficie no es lo más importante. Lo que me pregunto (y esa es la pregunta fundamental del ensayo Bajo la luz de una estrella muerta) es si seguirá habiendo lectores en el futuro mediano, si seremos capaces de seguir reinventando y reinterpretando el mundo a través de la palabra escrita, o si acaso somos nosotros los últimos practicantes de la lectura hedonista, si somos seres en irremediable extinción, el brillo de una estrella que hace mucho ha muerto, pero aún destella.
Claro, yo como lector tengo hábitos y terquedades inmutables. Nunca en mi vida he comprado un libro en línea y nunca he comprado un e-book. Amazon todavía no tiene el primer centavo salido de mi cartera. Qué bueno que Amazon venda mis libros y que se puedan comprar en línea, pero yo no soy su cliente. A mí me gusta ir a las librerías. La librería no es un medio, sino un fin en sí mismo, una aventura, una ceremonia casi litúrgica. Lo que yo disfruto es ir a librerías y ser cazado por un libro improbable e inesperado. Cada libro de mi biblioteca (y son más de 4 mil) ha sido pepenado en una librería o me lo han regalado.