/ miércoles 23 de septiembre de 2020

Soy un enamorado de la fractura que conduce al caos: Xavier Villanova

Autor y docente, creador del movimiento Teatro Íntimo para Departamentos, ganador de numerosos reconocimientos a su quehacer artístico

PRIMERA DE DOS PARTES

Xavier Villanova, es el Vincent Van Gogh del teatro mexicano. No solo por la impresionante similitud de sus rasgos faciales, sino también, por la carga emotiva que imprime en sus obras, que brillan a la luz de la oscuridad que otorgan los espacios en donde las presenta.

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Es un apasionado del arte mexicano, ama la docencia y la lectura. Cree en la reencarnación, y quisiera ser un agricultor japonés en su próxima vida.

Su obra forma parte del Archivo Hispánico de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos. Es director de la Compañía Teatral: Oscura y Verde Realidad con la que ha trabajado los últimos 12 años.

Es admirador fervoroso de Shakespeare, con quien dialoga constantemente, antes de adaptar sus obras a la modernidad.

¿Quién es Xavier Villanova?

Estoy en proceso de su descubrimiento y creo que cuando termine con el sujeto de investigación, habré muerto. Esencialmente me considero un creador apasionado por el drama en sus múltiples formas, el teatro, los medios audiovisuales, la dramaturgia, la dirección, la actuación y la historia de lo escénico; aquello que nos reúne alrededor del fuego a contar historias, a performarlas, habitar simulacros de realidad utópicos, espacios de convivencia simbólica, pero, sobre todo, a entretener a públicos diversos. Busco ser un promotor del encuentro, provocador del diálogo y la conmoción, un gestor de constructos imaginarios, o si se quiere, un meteorito cuya colisión genere un cambio de atmósfera. En resumen, Xavier es un enamorado de la fractura que conduce al caos que libera, a la caída que levanta, un agente disruptor al servicio de la humanidad, un mediocampista en el partido cósmico en el que se juega la continuidad de las tradiciones, la restauración del orden universal.

¿A qué te dedicaste primero, a la actuación o a escribir?

Diría que la actuación, pero sería mentira; entonces la escritura, pero con esa respuesta faltaría también a la verdad. Lo cierto es que presenté síntomas de asma desde los primeros meses de vida, y el doctor advirtió a mi madre que mi enfermedad era un recurso para obtener su atención, que, si quería hacerme un favor, no me hiciera tanto caso, porque en cada ataque de asma había un acto histriónico, y claro, ahí estaba la simiente del actor. En cuanto a la escritura, nací en una casa inundada de libros, 10 mil para ser exactos, y desde que tuve facultad, llenaba a escondidas disquetes de 3.5 con poemas, reflexiones y pensamientos. La descripción gráfica de mi entorno ha sido tan constitutiva como la interpretación sensible. Como anécdota ilustrativa, recuerdo que a los 5 años les avisé categóricamente a mis padres que yo iba a ser actor cómico como Jim Carrey porque mi misión en la vida era hacer reír a la gente. Como profesión estudié la carrera de actuación, pero trunqué, porque mis maestros me consideraban demasiado cerebral y me enviaron a escribir teatro. En fin, no sabría decirte si fue primero el huevo o la gallina, nací contando historias, narrándome, inventándome, proponiendo el juego para poder jugarlo.

Sus trabajos son extensos y variados | Jonathan Molina

¿El nombre de tu autor favorito y por qué?

De teatro, no podría nombrar uno, pero soy fan de Pinter, de Kane, de Sheppard y de Liera, uff, mexicanos, Jorge Ibargüengoitia y Liera son lo máximo, pero dejar fuera a Shakespeare o a Beckett, imposible, ese par de loquillos sabían muy bien a lo que jugaban, y contemporáneos, amo a Ximena Escalante, a Bárbara Colio y a Ricaño, pero ¿cómo dejar fuera a Mishima? En fin, ¿por qué ellos? Por irreverentes, porque su teatro es incisivo, atroz, excepcional, incongruente, imposible de categorizar, porque es oscuro y generoso, porque son autores implacables. De poesía soy fan de Octavio, pero me resulta imposible dejar fuera a Rubén, porque es el verdadero bardo mexicano, Bonifaz no es intelectualoide o culterano, es un poeta de penca y dolor, un genio de la talla de Juan Gabriel; imagínate, le hizo un poemario a Lucía Mendez y en cada verso se desgranaba de dolor; y bueno, Mark Strand, ese es otro genio. A mí en lo personal me gustan los poetas que hablan entusiasmados y honestos, no los que juegan a la literatura encumbrada, por eso en narrativa soy un acérrimo lector de Natsume Sōseki, que es el papá de los pollitos de la novela japonesa, pero lo es, precisamente, por escribir de temas tan mundanos como la cosmogonía de Un Gato, y en ese tono amo las novelas de Luiselli, esa joven promesa cumplida mexicana que nos demuestra que se puede desmitificar todo, escribir desde las fronteras de la crónica, el cuento y el ensayo, atreverse a abrir caminos… Ah, y Sebald, me encanta Sebald, por posmoderno e insólito.

¿Quiénes son sus actrices y actores preferidos?

Aída López, sin lugar a dudas, es una de las mejores actrices que ha dado este país, y Yoshi Oida, actor brillante y ser humano generoso. Jim Carrey es un monstruo capaz de hacer el clown más gestual y burdo para luego conmovernos cuando toca sus abismos… Ana González Bello es también una joven portento, y ni qué decir de Rolando Breme o María Balam, ese par conjugan lo que significa darle su carne y sangre a un clásico, volverlo contemporáneo. Me decanto por las actrices y los actores que no juegan al personaje, sino que son ellas o ellos en la incertidumbre, trabajando con su individualidad, con sus miedos, con sus riquezas, explotando su potencial creativo sin restricciones de forma o de fondo.

¿Si reencarnaras en un autor o en un actor, en quién te gustaría?

Me encantaría reencarnar en Tadeusz Kantor, pero eso sería un poco extraño porque tiene 30 años de muerto, o en Ludwik Margules, pero se nos fue en 2005, y el pasado no vuelve por más que lo intentemos; me imagino que tendría que reencarnar en alguien que aún no exista, y ¿cómo saber entonces sus características? Si me lo preguntas, creo que ya no quisiera ser "artista" en mi vida próxima, no servimos para nada, nos contamos cuentos de nuestra supuesta importancia, pero somos solo juglares desafinados, marionetas deshilachadas en foros abandonados, y eso está bien, un rato, una vida, pero si reencarno, quisiera hacerlo mejor en alguien útil, tal vez en un agricultor japonés.

La descripción gráfica de su entorno ha sido tan constitutiva como la interpretación sensible | Cortesía Xavier Villanova

¿Consideras que el proceso creativo requiere de un horario propicio, o cualquier momento del día es ideal para escribir teatro?

Yo escribo teatro cuando no puedo más, cuando la obra termina por someterme, porque la imagen perturbadora que culmina en obra me acecha, a todas horas la estoy pensando, me hace sentir que tengo que escribir de esto o de aquello, y se siente un vértigo, un ya casi, ya mero, pero aguanta, todavía no, no urge, no tengo ganas, me rehúso, mejor las redes, mejor la serie, mejor mis juegos u otros placeres mundanos, pero ahí anda la condenada obra, ahí me sigue, en mis paseos en moto o en mis rondas con Hamlet (mi perro), y luego nada, de pronto me siento frente a la computadora y la obra emerge de golpe, en un par de horas, o en tres sesiones, pocas veces requiero de más, porque yo las obras las vomito, las expulso de mi sistema cuando de veras, se me estaban saliendo por los poros. Luego dejo de escribir un tiempo, aunque me la pase escribiendo frenéticamente en mi cabeza, esa no descansa, todo el tiempo está quimerizando.

¿Cómo conjugas tu labor como docente y autor-actor?

Amo la docencia, me fascina dar clases, transmitir lo aprendido, abrir cuestionamientos y compartir hallazgos teórico-prácticos. Es una transfusión de sangre, un elixir de la juventud, porque lo cierto es que uno como creador, pero sobre todo como persona, se oxida, se agota, pero la enseñanza es como la fuente de Canathos en Nauplia donde se bañaba Hera; te devuelve la mirada inocente, la pregunta, la curiosidad. Por eso imparto cursos y talleres, para estar activo como preceptor, porque no concibo la práctica teatral sin la docencia, ni esta última sin el laboratorio de la praxis, una permuta la otra, son espacios vivos de reconstrucción del conocimiento. Doy clases por Zoom, presenciales, en escuelas privadas o públicas, donde me inviten, imparto, porque ahí descubro que debo volver a estudiar, a dudar mis certezas, a redescubrir que el teatro es un aula, y las aulas son teatros.

¿Si tuvieras frente a ti a Shakespeare, de quien adaptaste su clásico, Otelo, qué le dirías?

Lo tuve enfrente, como tuve a Ibsen cuando adapté su Casa de Muñecas para volverla Dream House. Cada que hago un ejercicio de reescritura, me siento a echar unos mezcales con el autor, y discutimos su obra, la destruimos, la analizamos, la ponemos en crisis, les digo, "oye, ¿pero de veras Iago es tan diabólico y Otelo tan ingenuo?" Y Guillermo me dijo, no, ¿cómo crees? Uno quiere caer en el juego del otro porque se aman, se necesitan, se desean. Iago quiere ser Otelo, lo admira, quiere su reconocimiento, y Otelo, a su vez, necesita los subterfugios de Iago para poder justificar que le aterra el amor de Desdémona, que tiene miedo de que no lo quiera, que lo esté utilizando, porque es un acomplejado que no se siente merecedor de esa mujer tan maravillosa que lo ha seguido a la guerra y que lo quiere a pesar de los prejuicios sociales. Le pedí a William permiso de adaptar su Otelo a la guerrilla Colombiana, de reconfigurar a Desdémona como una locutora influencer, entre otras cosas, y muy confiado en su obra, me dijo que estaba bien, que traicionar su texto era la única forma de honrarlo. Es un tramposo ese Shakespeare, por más que le quieres dar vuelta o corras para alejarte de su genio, resulta que él te leyó a ti antes que tú supieras de su existencia.

PRIMERA DE DOS PARTES

Xavier Villanova, es el Vincent Van Gogh del teatro mexicano. No solo por la impresionante similitud de sus rasgos faciales, sino también, por la carga emotiva que imprime en sus obras, que brillan a la luz de la oscuridad que otorgan los espacios en donde las presenta.

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Es un apasionado del arte mexicano, ama la docencia y la lectura. Cree en la reencarnación, y quisiera ser un agricultor japonés en su próxima vida.

Su obra forma parte del Archivo Hispánico de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos. Es director de la Compañía Teatral: Oscura y Verde Realidad con la que ha trabajado los últimos 12 años.

Es admirador fervoroso de Shakespeare, con quien dialoga constantemente, antes de adaptar sus obras a la modernidad.

¿Quién es Xavier Villanova?

Estoy en proceso de su descubrimiento y creo que cuando termine con el sujeto de investigación, habré muerto. Esencialmente me considero un creador apasionado por el drama en sus múltiples formas, el teatro, los medios audiovisuales, la dramaturgia, la dirección, la actuación y la historia de lo escénico; aquello que nos reúne alrededor del fuego a contar historias, a performarlas, habitar simulacros de realidad utópicos, espacios de convivencia simbólica, pero, sobre todo, a entretener a públicos diversos. Busco ser un promotor del encuentro, provocador del diálogo y la conmoción, un gestor de constructos imaginarios, o si se quiere, un meteorito cuya colisión genere un cambio de atmósfera. En resumen, Xavier es un enamorado de la fractura que conduce al caos que libera, a la caída que levanta, un agente disruptor al servicio de la humanidad, un mediocampista en el partido cósmico en el que se juega la continuidad de las tradiciones, la restauración del orden universal.

¿A qué te dedicaste primero, a la actuación o a escribir?

Diría que la actuación, pero sería mentira; entonces la escritura, pero con esa respuesta faltaría también a la verdad. Lo cierto es que presenté síntomas de asma desde los primeros meses de vida, y el doctor advirtió a mi madre que mi enfermedad era un recurso para obtener su atención, que, si quería hacerme un favor, no me hiciera tanto caso, porque en cada ataque de asma había un acto histriónico, y claro, ahí estaba la simiente del actor. En cuanto a la escritura, nací en una casa inundada de libros, 10 mil para ser exactos, y desde que tuve facultad, llenaba a escondidas disquetes de 3.5 con poemas, reflexiones y pensamientos. La descripción gráfica de mi entorno ha sido tan constitutiva como la interpretación sensible. Como anécdota ilustrativa, recuerdo que a los 5 años les avisé categóricamente a mis padres que yo iba a ser actor cómico como Jim Carrey porque mi misión en la vida era hacer reír a la gente. Como profesión estudié la carrera de actuación, pero trunqué, porque mis maestros me consideraban demasiado cerebral y me enviaron a escribir teatro. En fin, no sabría decirte si fue primero el huevo o la gallina, nací contando historias, narrándome, inventándome, proponiendo el juego para poder jugarlo.

Sus trabajos son extensos y variados | Jonathan Molina

¿El nombre de tu autor favorito y por qué?

De teatro, no podría nombrar uno, pero soy fan de Pinter, de Kane, de Sheppard y de Liera, uff, mexicanos, Jorge Ibargüengoitia y Liera son lo máximo, pero dejar fuera a Shakespeare o a Beckett, imposible, ese par de loquillos sabían muy bien a lo que jugaban, y contemporáneos, amo a Ximena Escalante, a Bárbara Colio y a Ricaño, pero ¿cómo dejar fuera a Mishima? En fin, ¿por qué ellos? Por irreverentes, porque su teatro es incisivo, atroz, excepcional, incongruente, imposible de categorizar, porque es oscuro y generoso, porque son autores implacables. De poesía soy fan de Octavio, pero me resulta imposible dejar fuera a Rubén, porque es el verdadero bardo mexicano, Bonifaz no es intelectualoide o culterano, es un poeta de penca y dolor, un genio de la talla de Juan Gabriel; imagínate, le hizo un poemario a Lucía Mendez y en cada verso se desgranaba de dolor; y bueno, Mark Strand, ese es otro genio. A mí en lo personal me gustan los poetas que hablan entusiasmados y honestos, no los que juegan a la literatura encumbrada, por eso en narrativa soy un acérrimo lector de Natsume Sōseki, que es el papá de los pollitos de la novela japonesa, pero lo es, precisamente, por escribir de temas tan mundanos como la cosmogonía de Un Gato, y en ese tono amo las novelas de Luiselli, esa joven promesa cumplida mexicana que nos demuestra que se puede desmitificar todo, escribir desde las fronteras de la crónica, el cuento y el ensayo, atreverse a abrir caminos… Ah, y Sebald, me encanta Sebald, por posmoderno e insólito.

¿Quiénes son sus actrices y actores preferidos?

Aída López, sin lugar a dudas, es una de las mejores actrices que ha dado este país, y Yoshi Oida, actor brillante y ser humano generoso. Jim Carrey es un monstruo capaz de hacer el clown más gestual y burdo para luego conmovernos cuando toca sus abismos… Ana González Bello es también una joven portento, y ni qué decir de Rolando Breme o María Balam, ese par conjugan lo que significa darle su carne y sangre a un clásico, volverlo contemporáneo. Me decanto por las actrices y los actores que no juegan al personaje, sino que son ellas o ellos en la incertidumbre, trabajando con su individualidad, con sus miedos, con sus riquezas, explotando su potencial creativo sin restricciones de forma o de fondo.

¿Si reencarnaras en un autor o en un actor, en quién te gustaría?

Me encantaría reencarnar en Tadeusz Kantor, pero eso sería un poco extraño porque tiene 30 años de muerto, o en Ludwik Margules, pero se nos fue en 2005, y el pasado no vuelve por más que lo intentemos; me imagino que tendría que reencarnar en alguien que aún no exista, y ¿cómo saber entonces sus características? Si me lo preguntas, creo que ya no quisiera ser "artista" en mi vida próxima, no servimos para nada, nos contamos cuentos de nuestra supuesta importancia, pero somos solo juglares desafinados, marionetas deshilachadas en foros abandonados, y eso está bien, un rato, una vida, pero si reencarno, quisiera hacerlo mejor en alguien útil, tal vez en un agricultor japonés.

La descripción gráfica de su entorno ha sido tan constitutiva como la interpretación sensible | Cortesía Xavier Villanova

¿Consideras que el proceso creativo requiere de un horario propicio, o cualquier momento del día es ideal para escribir teatro?

Yo escribo teatro cuando no puedo más, cuando la obra termina por someterme, porque la imagen perturbadora que culmina en obra me acecha, a todas horas la estoy pensando, me hace sentir que tengo que escribir de esto o de aquello, y se siente un vértigo, un ya casi, ya mero, pero aguanta, todavía no, no urge, no tengo ganas, me rehúso, mejor las redes, mejor la serie, mejor mis juegos u otros placeres mundanos, pero ahí anda la condenada obra, ahí me sigue, en mis paseos en moto o en mis rondas con Hamlet (mi perro), y luego nada, de pronto me siento frente a la computadora y la obra emerge de golpe, en un par de horas, o en tres sesiones, pocas veces requiero de más, porque yo las obras las vomito, las expulso de mi sistema cuando de veras, se me estaban saliendo por los poros. Luego dejo de escribir un tiempo, aunque me la pase escribiendo frenéticamente en mi cabeza, esa no descansa, todo el tiempo está quimerizando.

¿Cómo conjugas tu labor como docente y autor-actor?

Amo la docencia, me fascina dar clases, transmitir lo aprendido, abrir cuestionamientos y compartir hallazgos teórico-prácticos. Es una transfusión de sangre, un elixir de la juventud, porque lo cierto es que uno como creador, pero sobre todo como persona, se oxida, se agota, pero la enseñanza es como la fuente de Canathos en Nauplia donde se bañaba Hera; te devuelve la mirada inocente, la pregunta, la curiosidad. Por eso imparto cursos y talleres, para estar activo como preceptor, porque no concibo la práctica teatral sin la docencia, ni esta última sin el laboratorio de la praxis, una permuta la otra, son espacios vivos de reconstrucción del conocimiento. Doy clases por Zoom, presenciales, en escuelas privadas o públicas, donde me inviten, imparto, porque ahí descubro que debo volver a estudiar, a dudar mis certezas, a redescubrir que el teatro es un aula, y las aulas son teatros.

¿Si tuvieras frente a ti a Shakespeare, de quien adaptaste su clásico, Otelo, qué le dirías?

Lo tuve enfrente, como tuve a Ibsen cuando adapté su Casa de Muñecas para volverla Dream House. Cada que hago un ejercicio de reescritura, me siento a echar unos mezcales con el autor, y discutimos su obra, la destruimos, la analizamos, la ponemos en crisis, les digo, "oye, ¿pero de veras Iago es tan diabólico y Otelo tan ingenuo?" Y Guillermo me dijo, no, ¿cómo crees? Uno quiere caer en el juego del otro porque se aman, se necesitan, se desean. Iago quiere ser Otelo, lo admira, quiere su reconocimiento, y Otelo, a su vez, necesita los subterfugios de Iago para poder justificar que le aterra el amor de Desdémona, que tiene miedo de que no lo quiera, que lo esté utilizando, porque es un acomplejado que no se siente merecedor de esa mujer tan maravillosa que lo ha seguido a la guerra y que lo quiere a pesar de los prejuicios sociales. Le pedí a William permiso de adaptar su Otelo a la guerrilla Colombiana, de reconfigurar a Desdémona como una locutora influencer, entre otras cosas, y muy confiado en su obra, me dijo que estaba bien, que traicionar su texto era la única forma de honrarlo. Es un tramposo ese Shakespeare, por más que le quieres dar vuelta o corras para alejarte de su genio, resulta que él te leyó a ti antes que tú supieras de su existencia.

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