Segunda parte
Su libro "Acéldama" (Universidad Autónoma de Sinaloa, 2020) obtuvo el Premio Nacional de Novela Élmer Mendoza 2019. Formó parte de la redacción de Playboy México durante 12 años; ahora imparte talleres de narrativa, colabora en distintas publicaciones nacionales y extranjeras, y es columnista en Neotraba.com y The Fiction Review. Es fundador de Cafebrería Ítaca, espacio de librería-cafetería-talleres, en Tula, un pueblito mágico tamaulipeco.
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¿Qué experiencia te dejó ser jefe de Redacción de Playboy?
Muchas experiencias y momentos geniales. Estuve 12 años ahí, con grandes compañeros y amigos. Si pensara lo vivido como un carrete de fotos, puedo verme en un viaje a Tennessee para visitar una fábrica de mi whisky favorito, en la mesa de un bar sureño con músicos hablando de Johnny Cash, o estoy en un sendero por el antiguo Camino Inca llegando a Machu Picchu. Estoy en una calle de Tijuana donde se juntan una iglesia evangélica y un table dance. Entrevisto a Ricardo Piglia o a Daniel Sada, visito el Santuario de la Santa Muerte en Tepito, me meto al templo beat en la librería City Lights en San Francisco, me filtro en un reclusorio, entro al protocolo de un banco de semen, escribo una crónica atrapado en un huracán en Colima.
Playboy es una huella sentimental y un cariño grande por una revista y un equipo que me ayudó a madurar como escritor y como persona, a experimentar cosas increíbles, a conversar con gente admirable, a darle una probada al mundo desde ángulos interesantes y divertidos.
¿Te identificas con Ezequiel Arenas, el personaje de tu novela Acéldama?
Compartimos una base de experiencias. Fuimos periodistas de una revista de estilo de vida en una gran ciudad, salimos de barrios en zonas difíciles en la capital, tuvimos algunas oportunidades, perdimos a nuestra madre en nuestra juventud. Nos gustan la música y el futbol. Nos sentimos en deuda porque no sabemos qué es la justicia en este país, no tenemos respuestas, solo preguntas y palabras. Pero creo que Ezequiel es más dramático, más huraño y más apartado de la gente que yo, él aún guarda una relación muy cercana con la poesía que yo no he podido restituir. Yo extraño más a la gente y como mejor que él en la novela.
¿La justicia existe en tu novela?
Más bien hay una serie de preguntas problemáticas sobre la justicia que nos alcanzan como ciudadanos e individuos. Tiempo antes de Acéldama, tenía esta idea alocada de que quería escribir algún día una novela sobre el bien y el mal, a lo Dostoievski. Pero el mundo me dio varios golpes de realidad, me arrebató el papel de juez y me situó frente al desfiladero de la justicia. En su naturaleza, posibilidad e imposibilidad estaban los mejores caminos narrativos. Todos vivimos este país donde los grandes crímenes no se gestan en callejones oscuros, sino en reuniones acomodadas en hoteles boutiques, dependencias, fincas y corporativos. La corrupción de las autoridades y las fuerzas del crimen es un hecho. La impunidad, la violencia y la inseguridad son grietas del Estado, pero también se alimentan de nuestras vidas rotas, de nuestra doble moral. Víctimas y victimarios nos damos la mano todo el tiempo. La novela podía ser fértil en esa brecha entre cómo interpretamos la justicia cuando no la tenemos. ¿Tenemos derecho a matar por propia mano si la autoridad no se ocupa y nos hace sentir abandonados? ¿Se vale librarnos de otra vida que consideramos de menor valor, y restaurar simbólicamente el orden aparente, con un chivo expiatorio? ¿Cómo creamos ese pacto social? ¿Eso detiene o genera más violencia? ¿Cómo balanceamos ese desfogue explosivo y comunal con el actuar institucional, procesal, lento al que nos sometemos como ciudadanos comunes? ¿Es justicia, es anarquía, es embriaguez de violencia?
¿La justicia es ciega?
La impartición de justicia tiene ojos y apetitos humanos. Mira cómo te apellidas, de dónde vienes, cómo te ves y estás vestido, cuánto vocabulario tienes, cuánto dinero traes en la cartera.
¿Escribes de día o de noche?
En la universidad, en los primeros años de escritura, lo hacía de noche o de madrugada. Me encantaba el silencio, la oscuridad, la concentración, la música que yo quería para trabajar, caminar en el cuarto o el pasillo y asomarme a la noche desde alguna ventana. Pero cuando comencé a trabajar en editorial, mudé a los horarios de oficina y escribía de día, llegando a la redacción, justo antes de todas las citas, entrevistas, comidas o compromisos. Ahora, en esta nueva rutina, parece que regreso a la noche, aunque en general me adapto a los tiempos libres.
¿Qué opinas de los libros de superación personal y de autoayuda?
Muchos lectores buscan respuestas a sus grandes y pequeños dramas íntimos, esos que todos vivimos: cómo lidiar con una pérdida, cómo estar más sano o en paz, cómo enfrentar la muerte, los problemas de pareja o de dinero. Ese nicho de sanidad del alma ha sido atendido por la industria editorial. El peligro para mí está en la producción de meras recetas optimistas. Los cambios por los que pasamos son reflejados por la literatura con su complejidad, con las dudas que nos crean, con los dolores y las contradicciones que atravesamos y se encarnan en los personajes. Son parte de un proceso de experiencia vital, implican un enfrentamiento y un ajuste con nosotros, un cuestionamiento y un conocimiento de nuestro misterio, nuestra violencia, nuestra fe y nuestras convicciones. Si los libros de superación personal olvidan eso, entonces pueden convertirse fácilmente en material de una ficción donde solo leamos lo que queremos que nos digan.
¿Cómo narrador, qué representan las redes sociales para ti?
Un canal para conectar y contactar con lectores y lectoras de todas partes del país o del extranjero. Una mirada a la conversación, información y referencias que tiene todo un mundo de conocidos y desconocidos. Una posibilidad de recoger y comprender lógicas de sentido y conflicto que en algún momento pueden hacer estallar un proceso literario. Pero también, son entretenimiento. Una risa con un meme, un video, un descanso que hay que moderar para que no nos devore.
¿Qué opinas de las editoriales independientes?
Son un esfuerzo de resistencia para cambiar la conversación y llevarla a temas y búsquedas necesarias. Nos descubren zonas, realidades, personas y personajes que salen de los reflectores de los grandes consorcios editoriales. Son casas para muchas voces de calidad que no tienen eco en los grandes escaparates, con catálogos que refrescan y están entre lo más interesante de la literatura del país. También son proyectos de vida muy arriesgados, alocados, admirables. Conozco héroes y heroínas que buscan conciliar la pasión por editar literatura, mantener el buen nivel de diálogo con sus lectores y pagar las cuentas cada mes.
¿Escribes ensayo, novela o cuento, consideras también teatro y poesía en un futuro?
Me siento más hecho en el cuento y de ahí parto a la novela. Soy un tremendo admirador del teatro, al que asistía regularmente antes de la pandemia, y tengo una obra corta guardada en un cajón. La poesía no me quiso tanto como yo a ella, así que le aplico un poco el desdén, pero no descarto que quizá un día hagamos las paces.
¿Los escritores de género policiaco como tú van al supermercado?
Vamos al súper, al baño, al banco, al estadio, a la tienda, al doctor. Quienes escribimos tenemos que pagar cuentas, crear afectos y hallar la manera de sobrevivir mientras algún personaje o una historia nos está creciendo en la cabeza o en las manos. En mi caso, ahora entro corriendo a comprar harina, vainilla, chocolate o café para la semana mientras soluciono un pasaje o un relato.
¿Consideras que los libros impresos cederán el paso a los libros en formato electrónico?
Creo que cada formato está encontrando a sus lectores. Yo tengo muchos libros en físico y otros electrónicos para sorprenderme o para compartir. Voy de uno a otro como si fueran amistades distintas.
El libro impreso me permite una interacción más emotiva y directa, como tomar un cafecito con un amigo querido al que siempre le confieso algo y me da una guía; el libro electrónico me ahorra espacio y me abre el universo de lecturas distintas a las habituales o ya inconseguibles, como salir a un bar en una ciudad desconocida sin otro compromiso que asombrarse o levantarse para ir a otra parte. Lo importante es que la convivencia continúe, que los libros se mantengan cerca de nosotros.
¿Cuál es tu palabra favorita?
En este último tiempo, melancolía.