/ miércoles 17 de agosto de 2016

Peluquería New York se Resiste a Morir Ante el Paso del Tiempo

Hace 80 años, en el Centro Histórico de la Ciudad de Méxicoresaltaban en las calles los postes iluminados en colores rojo,blanco y azul que anunciaban la existencia de una peluquería,aquella en la que el olor a lavanda y talco impregna las tijeras,la navaja, la peinilla y las brochas. Había barberías por doquiery era la época de mayor competencia que poco a poco se fue minandocon la llegada de las estéticas unisex y los centros de bellezaque ofrecen lo último en tendencias de corte y peinado parasofisticar el “look”. Hoy, los postes luminosos son casiinexistentes, pero la peluquería New York sobrevive al paso deltiempo y de las modas, se resiste a morir. Es la más antigua delbarrio, data de 1930 y la atiende don Julio López, originario dePachuca, Hidalgo, y que a sus 86 años trabaja su oficio con lamisma pasión de cuando hace más de 60 se inició en el arte “dehacer el pelo y la barba”. Durante 16 años trabajó como agentefiscal en el gobierno del estado de Chiapas, pero ya fastidiado,renunció en busca de su verdadera vocación y así fue como donFrancisco, el antiguo dueño de la New York o Nueva York, “paralos que no saben inglés”, le dio empleo al saber que ya teníaconocimientos en el oficio. Trabaja ahí desde 1972. Nadie leenseñó, “porque antes nadie te enseñaba, tú aprendías solohaciéndola de chícharo, nomás mirando. Me fijaba cómo lehacían los peluqueros mientras le boleaba a los clientes suszapatos o les limpiaba los cabellos del traje”. Sus primerosclientes fueron niños de la vecindad donde vivía y quienes seprestaban para que siguiera practicando sin cobrarles un solocentavo. “Los tuzaba y tuzaba hasta que dominé la técnica”,platica a Notimex mientras sonríe, pues sólo él recuerda laimagen final de cada uno. Don Julio se levanta todos los díasentre las 7:30 y las ocho de la mañana, pero comienza a recibir asus clientes en República de Cuba, número 73-D, como a eso de las13:00 horas, pues antes desayuna con calma, ve la televisión yrealiza el quehacer de su casa, en la que vive con dos de sus cincohijos, tras la muerte de su esposa. “Ahora me llevo la vida másdespacio, ya no debo preocuparme por andar corriendo, pues quizáme pase algún accidente. Tengo lastimada la columna y una piernaporque hace seis años todavía andaba corriendo en motocicleta; meatropelló una combi y me rompió la rótula en mil pedazos, asícomo el tendón. “En otra ocasión, me rompí el brazo y me loenyesaron hasta arriba, pero así venía a trabajar. La gente mepreguntaba por qué y yo les respondía: ‘vengo porque me gustatrabajar y estoy amolado’”. En la actualidad tiene dosasistentes por cualquier eventualidad y en las calles de Repúblicade Chile, Isabel La Católica y República de Cuba, todo el mundolo conoce aunque él no los recuerde. Le piden autógrafos y fotos.“Y a mí me gusta, siempre me ha gustado eso de la fama”,comenta entre carcajadas. “Ya me han entrevistado de otrosprogramas y vinieron a filmar una película americana, sólo unpedacito. Aún no se estrena, pero creo que se llamaba ‘Whitehorse’. Hasta me tomé foto con el actor, que es de los másfamosos, pero no me acuerdo cómo se llamaba”. En la peluqueríahace prácticamente cortes de todo tipo: “los de casquete corto,el alemán, el normal, el desvanecido o el sombreadito, según loque se vaya usando, yo me adapto. Aunque muchos hombres ya ni secortan el pelo, o aprenden a través de las revistas. Ahora ya lesvenden las herramientas y ellos solitos lo hacen, no importa quétan mal les quede”. Cortar el pelo tiene su ciencia, asegura.“No es tan fácil como parece. A veces ni siquiera en las grandesacademias lo aprendes y es que, se debe observar la forma de lacabeza, de la cara del cliente y la dirección en la que crece elcabello o el vello de la barba. “Por lo regular me tardo como 15minutos, pero si quieren algo más elaborado, lo hago hasta en 25minutos y si van a las prisas, en 10, pero eso sí, todo bienhecho”, sostiene. Entrar a la peluquería New York es comotransportarse al pasado. Todo el mobiliario es el mismo desde 1930.Sus grandes espejos están manchados por el tiempo, las cajonerasse atoran al abrir y las sillas hidráulicas forradas de piel encolor rojo, a veces suben y en otras fallan, pero al final todosirve, no se ha perdido la identidad. “Los sillones son de 1905,se hicieron en Chicago y el patrón los compró después. Losadquirió para una peluquería de segunda, pero la Nueva Yorkparecía de primera porque todo su mobiliario era de lo mejorcitoque había en aquel tiempo, con sus espejos franceses biselados ysus asientos de porcelana con piel. “No todo es original porquese ha tenido que reparar, pero hay sillas hidráulicas que aúnconservan su placa. El costo de cada silla fue de 357.50 pesostalón oro (sic), o sea que fueron siete centenarios en aqueltiempo. Antes teníamos un lavabo de porcelana en medio de lapeluquería, pero me lo llevé a la casa de mi hija para adornar sujardín”. El piso es el original, aunque deformado con un hoyo deun metro por 40 centímetros de ancho, pues un día llegó un tallicenciado Lara con su detector de metales diciendo que había unentierro de oro. “Al patrón le entró la duda y la ambición. Medijo que trajera un pico y una pala, y nos pusimos a excavar, perono había nada más que huesitos de perro y de pollo.Decepcionados, lo tapamos con un poco de cemento y pintura”,recordó. Gracias a los clientes es que la peluquería New York sesostiene. Como en todo negocio, hay sus altas y sus bajas, peroayuda mucho el hecho de que sus precios siguen siendo los mismos dehace cuatro años. Por ejemplo, la barba cuesta 60 pesos, lo mismoque el corte de pelo moderno o tapa plana. “Tenemos clientesdesde hace 40 años y si algunos ya no vienen es porque murieron oestán enfermos, pero no porque ya no les guste nuestro servicio.Aquí han venido hasta diputados, senadores y gobernadores. Laverdad sí se llega a sentir afecto por toda la gente que pasa poraquí, pues te cuentan muchas anécdotas de su vida, nos tienenconfianza para desahogarse. “Rasuré durante mucho tiempo alactor Eduardo Alcaraz, al que le hacía de mayordomo en laspelículas de ‘Cantinflas’, pero nunca quiso que le cortara elpelo. Siempre llegaba y se sentaba a esperarme hasta que pudieraatenderlo”, contó el artista de la tijera. Don Julio recuerdacon nostalgia el México de antaño, la calle República de Cubacuando él llegó a trabajar y ahora, ningún local sobrevive. “Ala vuelta estaba una papelería que se llamaba El Globo y en laesquina estaba la panadería La Mundial. Más para acá estaba untaller de máquinas de escribir, era del señor Guillermo Trejo yahora es una imprenta. “Aquí junto hay una sedería, pero antesestaba el relojero Jesús. Más para allá estaban los baños delas accesorias y artículos eléctricos La Marquesita, las hierbasmedicinales y la Ciudad de Bagbad con ferretería, pero ya cambióel comercio. “Tampoco está la mueblería América ni Los TresMosqueteros. La arquitectura es casi la misma, quizá han abiertoun poco más las puertas, que antes eran angostas, pero quizápronto alteren las fachadas, todo va cambiando”. Antes teníacomo competencia a la peluquería Marlene en la calle Donceles; ala Capitolio, a la España, la de David, la de Eduardo, “perotodas ya volaron y no me alegro, porque eran fuentes de trabajo. Amí me dolería cerrar la New York, pero gracias a la clientela esque seguimos vivos”. Es gracias a que “mucha gente esconservadora, pero quizá mañana también me tenga que ir. En laactualidad recibo a 10 ó 12 personas por día, pero el día departir tendrá que llegar; mientras tanto, seguiré cortando pelosy afeitando barbas con el mismo entusiasmo de cuando yo erachamaco”, concluyó.

Hace 80 años, en el Centro Histórico de la Ciudad de Méxicoresaltaban en las calles los postes iluminados en colores rojo,blanco y azul que anunciaban la existencia de una peluquería,aquella en la que el olor a lavanda y talco impregna las tijeras,la navaja, la peinilla y las brochas. Había barberías por doquiery era la época de mayor competencia que poco a poco se fue minandocon la llegada de las estéticas unisex y los centros de bellezaque ofrecen lo último en tendencias de corte y peinado parasofisticar el “look”. Hoy, los postes luminosos son casiinexistentes, pero la peluquería New York sobrevive al paso deltiempo y de las modas, se resiste a morir. Es la más antigua delbarrio, data de 1930 y la atiende don Julio López, originario dePachuca, Hidalgo, y que a sus 86 años trabaja su oficio con lamisma pasión de cuando hace más de 60 se inició en el arte “dehacer el pelo y la barba”. Durante 16 años trabajó como agentefiscal en el gobierno del estado de Chiapas, pero ya fastidiado,renunció en busca de su verdadera vocación y así fue como donFrancisco, el antiguo dueño de la New York o Nueva York, “paralos que no saben inglés”, le dio empleo al saber que ya teníaconocimientos en el oficio. Trabaja ahí desde 1972. Nadie leenseñó, “porque antes nadie te enseñaba, tú aprendías solohaciéndola de chícharo, nomás mirando. Me fijaba cómo lehacían los peluqueros mientras le boleaba a los clientes suszapatos o les limpiaba los cabellos del traje”. Sus primerosclientes fueron niños de la vecindad donde vivía y quienes seprestaban para que siguiera practicando sin cobrarles un solocentavo. “Los tuzaba y tuzaba hasta que dominé la técnica”,platica a Notimex mientras sonríe, pues sólo él recuerda laimagen final de cada uno. Don Julio se levanta todos los díasentre las 7:30 y las ocho de la mañana, pero comienza a recibir asus clientes en República de Cuba, número 73-D, como a eso de las13:00 horas, pues antes desayuna con calma, ve la televisión yrealiza el quehacer de su casa, en la que vive con dos de sus cincohijos, tras la muerte de su esposa. “Ahora me llevo la vida másdespacio, ya no debo preocuparme por andar corriendo, pues quizáme pase algún accidente. Tengo lastimada la columna y una piernaporque hace seis años todavía andaba corriendo en motocicleta; meatropelló una combi y me rompió la rótula en mil pedazos, asícomo el tendón. “En otra ocasión, me rompí el brazo y me loenyesaron hasta arriba, pero así venía a trabajar. La gente mepreguntaba por qué y yo les respondía: ‘vengo porque me gustatrabajar y estoy amolado’”. En la actualidad tiene dosasistentes por cualquier eventualidad y en las calles de Repúblicade Chile, Isabel La Católica y República de Cuba, todo el mundolo conoce aunque él no los recuerde. Le piden autógrafos y fotos.“Y a mí me gusta, siempre me ha gustado eso de la fama”,comenta entre carcajadas. “Ya me han entrevistado de otrosprogramas y vinieron a filmar una película americana, sólo unpedacito. Aún no se estrena, pero creo que se llamaba ‘Whitehorse’. Hasta me tomé foto con el actor, que es de los másfamosos, pero no me acuerdo cómo se llamaba”. En la peluqueríahace prácticamente cortes de todo tipo: “los de casquete corto,el alemán, el normal, el desvanecido o el sombreadito, según loque se vaya usando, yo me adapto. Aunque muchos hombres ya ni secortan el pelo, o aprenden a través de las revistas. Ahora ya lesvenden las herramientas y ellos solitos lo hacen, no importa quétan mal les quede”. Cortar el pelo tiene su ciencia, asegura.“No es tan fácil como parece. A veces ni siquiera en las grandesacademias lo aprendes y es que, se debe observar la forma de lacabeza, de la cara del cliente y la dirección en la que crece elcabello o el vello de la barba. “Por lo regular me tardo como 15minutos, pero si quieren algo más elaborado, lo hago hasta en 25minutos y si van a las prisas, en 10, pero eso sí, todo bienhecho”, sostiene. Entrar a la peluquería New York es comotransportarse al pasado. Todo el mobiliario es el mismo desde 1930.Sus grandes espejos están manchados por el tiempo, las cajonerasse atoran al abrir y las sillas hidráulicas forradas de piel encolor rojo, a veces suben y en otras fallan, pero al final todosirve, no se ha perdido la identidad. “Los sillones son de 1905,se hicieron en Chicago y el patrón los compró después. Losadquirió para una peluquería de segunda, pero la Nueva Yorkparecía de primera porque todo su mobiliario era de lo mejorcitoque había en aquel tiempo, con sus espejos franceses biselados ysus asientos de porcelana con piel. “No todo es original porquese ha tenido que reparar, pero hay sillas hidráulicas que aúnconservan su placa. El costo de cada silla fue de 357.50 pesostalón oro (sic), o sea que fueron siete centenarios en aqueltiempo. Antes teníamos un lavabo de porcelana en medio de lapeluquería, pero me lo llevé a la casa de mi hija para adornar sujardín”. El piso es el original, aunque deformado con un hoyo deun metro por 40 centímetros de ancho, pues un día llegó un tallicenciado Lara con su detector de metales diciendo que había unentierro de oro. “Al patrón le entró la duda y la ambición. Medijo que trajera un pico y una pala, y nos pusimos a excavar, perono había nada más que huesitos de perro y de pollo.Decepcionados, lo tapamos con un poco de cemento y pintura”,recordó. Gracias a los clientes es que la peluquería New York sesostiene. Como en todo negocio, hay sus altas y sus bajas, peroayuda mucho el hecho de que sus precios siguen siendo los mismos dehace cuatro años. Por ejemplo, la barba cuesta 60 pesos, lo mismoque el corte de pelo moderno o tapa plana. “Tenemos clientesdesde hace 40 años y si algunos ya no vienen es porque murieron oestán enfermos, pero no porque ya no les guste nuestro servicio.Aquí han venido hasta diputados, senadores y gobernadores. Laverdad sí se llega a sentir afecto por toda la gente que pasa poraquí, pues te cuentan muchas anécdotas de su vida, nos tienenconfianza para desahogarse. “Rasuré durante mucho tiempo alactor Eduardo Alcaraz, al que le hacía de mayordomo en laspelículas de ‘Cantinflas’, pero nunca quiso que le cortara elpelo. Siempre llegaba y se sentaba a esperarme hasta que pudieraatenderlo”, contó el artista de la tijera. Don Julio recuerdacon nostalgia el México de antaño, la calle República de Cubacuando él llegó a trabajar y ahora, ningún local sobrevive. “Ala vuelta estaba una papelería que se llamaba El Globo y en laesquina estaba la panadería La Mundial. Más para acá estaba untaller de máquinas de escribir, era del señor Guillermo Trejo yahora es una imprenta. “Aquí junto hay una sedería, pero antesestaba el relojero Jesús. Más para allá estaban los baños delas accesorias y artículos eléctricos La Marquesita, las hierbasmedicinales y la Ciudad de Bagbad con ferretería, pero ya cambióel comercio. “Tampoco está la mueblería América ni Los TresMosqueteros. La arquitectura es casi la misma, quizá han abiertoun poco más las puertas, que antes eran angostas, pero quizápronto alteren las fachadas, todo va cambiando”. Antes teníacomo competencia a la peluquería Marlene en la calle Donceles; ala Capitolio, a la España, la de David, la de Eduardo, “perotodas ya volaron y no me alegro, porque eran fuentes de trabajo. Amí me dolería cerrar la New York, pero gracias a la clientela esque seguimos vivos”. Es gracias a que “mucha gente esconservadora, pero quizá mañana también me tenga que ir. En laactualidad recibo a 10 ó 12 personas por día, pero el día departir tendrá que llegar; mientras tanto, seguiré cortando pelosy afeitando barbas con el mismo entusiasmo de cuando yo erachamaco”, concluyó.

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