/ sábado 17 de octubre de 2020

"Mis lectores son los amos y señores de mis libros"

El escritor es un eterno maratonista literario que ve en los certámenes la oportunidad de ganar la medalla de oro, a veces a más de 400 competidores

A los 39 años Daniel Salinas Basave publicó su primer libro, lo que representó el arranque de una competición en la que ha ganado diez de las veces que ha participado.

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Salinas Basave es un eterno maratonista literario que ve en los certámenes la oportunidad de ganar la medalla de oro, superando, a veces, a más de 400 competidores.

-Define tu estilo literario con una frase

Una frontera narrativa en donde cruzo y retorno furtivamente como un migrante indocumentado. Es Metal-Core prosístico. Una botella de whisky arrojada al Pacífico en un día de tormenta.

-¿De los 14 libros que has publicado, cuál es tu preferido y por qué?

Lo políticamente correcto sería decirte que cada uno es especial y si te lo digo tampoco estaría mintiendo, pero creo que por su significado, Días de whisky malo y Juglares del Bordo encarnan la esencia de este camino de vida y son libros que marcaron un antes y después en esta ruta.

También podría decirte que el centro neurálgico de mis dilemas y obsesiones como lector está contenido en Bajo la luz de una estrella muerta. Me gustó el proceso de escritura de El lobo en su hora, pues fue una suerte de Blitzkrieg narrativo que empezó cuando Federico Campbell acababa de morir y en donde la relectura de su obra tuvo una dosis de embrujo. Fue de las pocas veces en que me sentí satisfecho al terminar un libro, sabiendo que tenía todas las posibilidades de ganar.

-¿Qué pueden encontrar los lectores en tus obras?

No sé. Ojalá encontraran algo que yo mismo no sabía que estaba ahí. Si eso ocurre, entonces creo que ha valido la pena emprender el arado marino. Tal vez encontrarán mucha calle tijuanera, personajes inmolándose en las trincheras del absurdo, abanderados de causas perdidas sonriendo en el desbarrancadero.

No soy quién para responder esa pregunta. Solo sé que cada lector es un milagro y cada lector es amo y señor del libro que está leyendo. Un lector, un solo lector, es el non plus ultra de lo improbable. Que alguien te preste su tiempo, sus ojos y sus pensamientos en esta era infestada por millones y millones de alternativas de evasión, es algo milagroso.

-¿Te consideras más lector que escritor?

Infinitamente y a mucho orgullo. Lector he sido todos los días de mi vida y todo hace indicar que lo seré hasta el día final. Escritor solo soy a veces y ello es una consecuencia lógica e inevitable de mi condición de lector.

Aún en los días de reporteada más intensa, siempre llevaba un libro conmigo. Leo en las circunstancias más adversas e improbables, pero aunque siempre llevo un cuaderno y una pluma conmigo, confieso que no siempre escribo. Me pueden pasar semanas sin escribir pero creo que nunca ha pasado un día en que no lea.

La escritura tiene punto final pero la lectura es eterna. El lector es el personaje principal de este juego, el que consuma y multiplica el acto de magia y lo hace posible. La lectura es el viaje que nunca termina. Soy un lector omnívoro, hedonista, promiscuo, capaz de mantener diez lecturas a la vez.

Puedo ser muy feliz con Cervantes, Montaigne o Shakespeare, pero no le hago ascos a un best seller de supermercado. Puedo releer una y otra vez a Borges sin cansarme, pero al mismo tiempo estoy leyendo a un irreverente morro veinteañero de taller.

-¿Qué se te da más, el cuento o la novela?

El cuento, por supuesto y el ensayo. El cuento es mi territorio natural, donde soy pez en el agua mientras que en la novela soy un impostor. Aunque bueno, muy a menudo hago cuentos con cara de novela corta.

El cuento es la semilla del arte narrativo, nuestra puerta de entrada en la literatura y el ensayo es mi diálogo interno, mis dudas y cavilaciones, una charla de café o cantina donde hay más dudas que certezas.

-La Liturgia del Tigre Blanco, es, quizás, tu libro más polémico, ¿Te generó algún conflicto directo con el protagonista real, el empresario Jorge Hank?

No, Jorge Hank nunca me mandó una carta aclaratoria. Yo puse las reglas del juego, enseñé mis cartas y él lo respetó. El libro se apegó, a mi juicio demasiado, al código de ética periodístico que manejábamos en Frontera.

Como el libro no me dejó conforme, entonces publiqué su contraparte literaria que es la novela Vientos de Santa Ana. La Liturgia y Vientos son como las dos caras de Jano. La cara periodística y la cara literaria, la historia de lo que dicen que fue y la historia de lo que pudo haber sido.

-Élmer Mendoza, conocido por ser el creador del género de la narconovela, escribió hace un par de años, No Todos Los Besos Son Iguales, su versión de la Bella Durmiente. ¿Escribirías una novela o cuento de corte romántico?

La escribí, pero no la publiqué. Se llama 1991 y es la novela más larga que he escrito. Una irreverente y picaresca novela juvenil escrita toda en segunda persona sobre un repartidor de pizzas que toca en una banda de hard core y vive en el Monterrey de 1991 y está perdidamente enamorado de una chica. Un relato sobre lo que significaba ser adolescente a principios de los 90.

La escena final es el estereotipo más corny de lo corny que he escrito en mi vida, un largo beso en la boca bajo un cielo nublado en la Explanada de los Héroes después de una tocada hardcorera en Factores Mutuos. Por otra parte, relatos como Ella es nabokoviana, Días de whisky malo o Entreveros de Rendichica tratan sobre hombres enamorados aunque los tres bastante absurdos.

Eso sí, jamás leerás en un relato mío la expresión “hacer el amor” que me parece el colmo de lo cursi, payo y pretencioso. Se dice “coger”, punto. Pd- Quiero mucho a Élmer, quien tuvo la generosidad de prologar mi libro El lobo en su hora.

-¿Corriges con frecuencia?

No con la frecuencia que debería. Releo en voz alta, doy dos o tres lecturas a ojo de pájaro, pero te mentiría si te dijera que soy un obsesivo que se pasa dos años corrigiendo una y otra vez el mismo texto. Hay prosistas muy pulcros que sin duda revisan cada coma. Pienso en Álvaro Uribe o en Martín Solares, dos de los prosistas más limpios de la narrativa mexicana actual.

Pienso en mi tocayo Daniel Sada, el prosista más musical que ha dado nuestra literatura. Me encantaría ser como él, pero yo soy de una madera más corriente. En ese sentido yo trabajo más como un reportero de nota diaria, de primera intención.

-Tu primer libro de ficción lo publicaste a los 39 años, ¿No crees que comenzaste tarde?

Tardísimo. Con terrible retraso sin duda. Nunca pude vivir la vida del estereotípico “escritor joven” mexicano. Vaya, para mí no hubo debut en Tierra Adentro ni beca de jóvenes creadores. Nunca tuve un tutor ni fui a un encuentro de becarios.

Mientras los escritores de mi generación estaban con sus tutores revisando el borrador de su primera novela en Tierra Adentro, yo estaba reporteando en las calles de Tijuana sin tener muy claro si algún día publicaría un libro de ficción.

A mediados de los 90 yo estaba parado en el punto de partida donde estaban la mayoría de los narradores de mi generación, haciendo lo mismo que ellos hacían, es decir tallereando, publicando los primeros textos en las revistas o periódicos que nos daban espacio.

Después se me atravesó el periodismo y fue como si me hubiera hecho adicto a una droga durísima que me arrancó de la escritura de ficción por década y media, pero me dio herramientas de trabajo que tal vez no habría obtenido en una facultad de Letras. Leo la mayoría de los currículums de los narradores de mi generación y muchos parecen calcados.

Son idénticos. Siguieron la misma escuelita, subiendo peldaños en la misma escalera, paso por paso. Debo ser de los pocos que llegaron al Sistema Nacional de Creadores sin haber tocado baranda en jóvenes creadores del Fonca. No sé cómo se habría sentido vivir esa vida. Simplemente no la viví. La reporteada me consumía por entero e hice mi propia ruta y a la fecha sostengo que ser reportero fue la mejor escuela posible, superior a cualquier taller o diplomado.

Caminito al costado del mundo, como La Renga. Te confieso que me habría encantado debutar diez o quince años antes, pero tan solo en 2016 publiqué seis libros (no lo vuelvo a hacer ni se lo deseo a nadie) así que creo haber recuperado en algo el tiempo perdido.

-Si pudieras revivir a un escritor, ¿A quién elegirías y por qué?

Te podría decir que a Borges, porque Georgie es mi tótem, pero sospecho que no nos llevaríamos muy bien. Era ideático, aburguesado. En general pocos escritores me caen bien. Me gustaría poder revivir sobre todo a tu paisano tampiqueño Rafael Ramírez Heredia que nunca alcanzó a leer un libro mío y poderle dar las gracias por todo lo que me enseñó y decirle que sigo aplicando todo lo aprendido en sus talleres.

Me gustaría revivir a Federico Campbell, platicar largo y tendido con él y enseñarle El lobo en su hora (a lo mejor no le gustaría nada la forma en que lo retraté, corro ese riesgo). Me gustaría mucho volver a platicar con Sergio González Rodríguez. Mi abuelo Agustín Basave tampoco alcanzó a leer ningún libro mío, pero asumo que no le gustarían nada.

Creo que Nacho Padilla se murió muy pronto, en plena efervescencia y es alguien que nos hubiera dado por lo menos dos décadas más de muy buenos libros porque no paraba de trabajar y ganar premios. Roberto Bolaño en cambio consumó el arte de morir a tiempo y su timing mortal casi perfecto es proporcional a su éxito desmedido.

-Supongamos que ves una biblioteca incendiándose, y tienes oportunidad de rescatar solamente el ejemplar de un libro, ¿Cuál salvarías?

Si fuera mi biblioteca, tal vez por valor sentimental salvaría un Quijote valenciano en estuche de cuero y unas obras completas de Dante en español e italiano, pues ambos son regalos de mi abuelo, los dos únicos ejemplares prófugos de su mítica biblioteca que ahora están en mi casa.

-¿Crees que la narrativa ya no tiene fronteras?

Cruzar la frontera narrativa es mi vicio confeso, la esencia de mi trabajo. Ir como un migrante indocumentado que transgrede la aduana que divide al periodismo de la literatura, a la crónica del ensayo y al ensayo de la novela. La realidad es que esto de transgredir fronteras narrativas no es ninguna novedad. Cervantes las transgredió todas en el Quijote con muy buena fortuna.

Las palabras son como la arena con la que construiremos un castillito. Las palabras están ahí, a nuestra disposición y al SAT no se le ha ocurrido cobrarnos impuesto por usarlas (no le den ideas). A mi disposición tengo el mismo arsenal de palabras, el mismo inventario que tenían a su disposición Daniel Sada o Alejandra Pizarnik, pero cada quien jugará con ellas de forma radicalmente distinta.

Su palabra favorita

Aleatoriedad sin duda es una de las que más utiliza. Podría hacer un glosario de palabras que siempre están presentes en sus textos: Furtividad, Prófugo, Pepena,

Desbarrancadero, Derrumbe, Duermevela, Desparramar, Irrumpir, Yacer, Cartografía o cartógrafo y Liturgia

-¿Cuál es tu palabra favorita?

Aleatoriedad sin duda es una de las que más utilizo. Podría hacer un glosario de palabras terquísimas que siempre están presentes en mis textos:

  • Furtividad
  • Prófugo
  • Pepena
  • Desbarrancadero
  • Derrumbe
  • Duermevela
  • Desparramar
  • Irrumpir
  • Yacer
  • Cartografía o cartógrafo
  • Liturgia

Recientemente ganó un premio en España | Archivo personal de Daniel Salinas



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Salinas Basave es un eterno maratonista literario que ve en los certámenes la oportunidad de ganar la medalla de oro, superando, a veces, a más de 400 competidores.

-Define tu estilo literario con una frase

Una frontera narrativa en donde cruzo y retorno furtivamente como un migrante indocumentado. Es Metal-Core prosístico. Una botella de whisky arrojada al Pacífico en un día de tormenta.

-¿De los 14 libros que has publicado, cuál es tu preferido y por qué?

Lo políticamente correcto sería decirte que cada uno es especial y si te lo digo tampoco estaría mintiendo, pero creo que por su significado, Días de whisky malo y Juglares del Bordo encarnan la esencia de este camino de vida y son libros que marcaron un antes y después en esta ruta.

También podría decirte que el centro neurálgico de mis dilemas y obsesiones como lector está contenido en Bajo la luz de una estrella muerta. Me gustó el proceso de escritura de El lobo en su hora, pues fue una suerte de Blitzkrieg narrativo que empezó cuando Federico Campbell acababa de morir y en donde la relectura de su obra tuvo una dosis de embrujo. Fue de las pocas veces en que me sentí satisfecho al terminar un libro, sabiendo que tenía todas las posibilidades de ganar.

-¿Qué pueden encontrar los lectores en tus obras?

No sé. Ojalá encontraran algo que yo mismo no sabía que estaba ahí. Si eso ocurre, entonces creo que ha valido la pena emprender el arado marino. Tal vez encontrarán mucha calle tijuanera, personajes inmolándose en las trincheras del absurdo, abanderados de causas perdidas sonriendo en el desbarrancadero.

No soy quién para responder esa pregunta. Solo sé que cada lector es un milagro y cada lector es amo y señor del libro que está leyendo. Un lector, un solo lector, es el non plus ultra de lo improbable. Que alguien te preste su tiempo, sus ojos y sus pensamientos en esta era infestada por millones y millones de alternativas de evasión, es algo milagroso.

-¿Te consideras más lector que escritor?

Infinitamente y a mucho orgullo. Lector he sido todos los días de mi vida y todo hace indicar que lo seré hasta el día final. Escritor solo soy a veces y ello es una consecuencia lógica e inevitable de mi condición de lector.

Aún en los días de reporteada más intensa, siempre llevaba un libro conmigo. Leo en las circunstancias más adversas e improbables, pero aunque siempre llevo un cuaderno y una pluma conmigo, confieso que no siempre escribo. Me pueden pasar semanas sin escribir pero creo que nunca ha pasado un día en que no lea.

La escritura tiene punto final pero la lectura es eterna. El lector es el personaje principal de este juego, el que consuma y multiplica el acto de magia y lo hace posible. La lectura es el viaje que nunca termina. Soy un lector omnívoro, hedonista, promiscuo, capaz de mantener diez lecturas a la vez.

Puedo ser muy feliz con Cervantes, Montaigne o Shakespeare, pero no le hago ascos a un best seller de supermercado. Puedo releer una y otra vez a Borges sin cansarme, pero al mismo tiempo estoy leyendo a un irreverente morro veinteañero de taller.

-¿Qué se te da más, el cuento o la novela?

El cuento, por supuesto y el ensayo. El cuento es mi territorio natural, donde soy pez en el agua mientras que en la novela soy un impostor. Aunque bueno, muy a menudo hago cuentos con cara de novela corta.

El cuento es la semilla del arte narrativo, nuestra puerta de entrada en la literatura y el ensayo es mi diálogo interno, mis dudas y cavilaciones, una charla de café o cantina donde hay más dudas que certezas.

-La Liturgia del Tigre Blanco, es, quizás, tu libro más polémico, ¿Te generó algún conflicto directo con el protagonista real, el empresario Jorge Hank?

No, Jorge Hank nunca me mandó una carta aclaratoria. Yo puse las reglas del juego, enseñé mis cartas y él lo respetó. El libro se apegó, a mi juicio demasiado, al código de ética periodístico que manejábamos en Frontera.

Como el libro no me dejó conforme, entonces publiqué su contraparte literaria que es la novela Vientos de Santa Ana. La Liturgia y Vientos son como las dos caras de Jano. La cara periodística y la cara literaria, la historia de lo que dicen que fue y la historia de lo que pudo haber sido.

-Élmer Mendoza, conocido por ser el creador del género de la narconovela, escribió hace un par de años, No Todos Los Besos Son Iguales, su versión de la Bella Durmiente. ¿Escribirías una novela o cuento de corte romántico?

La escribí, pero no la publiqué. Se llama 1991 y es la novela más larga que he escrito. Una irreverente y picaresca novela juvenil escrita toda en segunda persona sobre un repartidor de pizzas que toca en una banda de hard core y vive en el Monterrey de 1991 y está perdidamente enamorado de una chica. Un relato sobre lo que significaba ser adolescente a principios de los 90.

La escena final es el estereotipo más corny de lo corny que he escrito en mi vida, un largo beso en la boca bajo un cielo nublado en la Explanada de los Héroes después de una tocada hardcorera en Factores Mutuos. Por otra parte, relatos como Ella es nabokoviana, Días de whisky malo o Entreveros de Rendichica tratan sobre hombres enamorados aunque los tres bastante absurdos.

Eso sí, jamás leerás en un relato mío la expresión “hacer el amor” que me parece el colmo de lo cursi, payo y pretencioso. Se dice “coger”, punto. Pd- Quiero mucho a Élmer, quien tuvo la generosidad de prologar mi libro El lobo en su hora.

-¿Corriges con frecuencia?

No con la frecuencia que debería. Releo en voz alta, doy dos o tres lecturas a ojo de pájaro, pero te mentiría si te dijera que soy un obsesivo que se pasa dos años corrigiendo una y otra vez el mismo texto. Hay prosistas muy pulcros que sin duda revisan cada coma. Pienso en Álvaro Uribe o en Martín Solares, dos de los prosistas más limpios de la narrativa mexicana actual.

Pienso en mi tocayo Daniel Sada, el prosista más musical que ha dado nuestra literatura. Me encantaría ser como él, pero yo soy de una madera más corriente. En ese sentido yo trabajo más como un reportero de nota diaria, de primera intención.

-Tu primer libro de ficción lo publicaste a los 39 años, ¿No crees que comenzaste tarde?

Tardísimo. Con terrible retraso sin duda. Nunca pude vivir la vida del estereotípico “escritor joven” mexicano. Vaya, para mí no hubo debut en Tierra Adentro ni beca de jóvenes creadores. Nunca tuve un tutor ni fui a un encuentro de becarios.

Mientras los escritores de mi generación estaban con sus tutores revisando el borrador de su primera novela en Tierra Adentro, yo estaba reporteando en las calles de Tijuana sin tener muy claro si algún día publicaría un libro de ficción.

A mediados de los 90 yo estaba parado en el punto de partida donde estaban la mayoría de los narradores de mi generación, haciendo lo mismo que ellos hacían, es decir tallereando, publicando los primeros textos en las revistas o periódicos que nos daban espacio.

Después se me atravesó el periodismo y fue como si me hubiera hecho adicto a una droga durísima que me arrancó de la escritura de ficción por década y media, pero me dio herramientas de trabajo que tal vez no habría obtenido en una facultad de Letras. Leo la mayoría de los currículums de los narradores de mi generación y muchos parecen calcados.

Son idénticos. Siguieron la misma escuelita, subiendo peldaños en la misma escalera, paso por paso. Debo ser de los pocos que llegaron al Sistema Nacional de Creadores sin haber tocado baranda en jóvenes creadores del Fonca. No sé cómo se habría sentido vivir esa vida. Simplemente no la viví. La reporteada me consumía por entero e hice mi propia ruta y a la fecha sostengo que ser reportero fue la mejor escuela posible, superior a cualquier taller o diplomado.

Caminito al costado del mundo, como La Renga. Te confieso que me habría encantado debutar diez o quince años antes, pero tan solo en 2016 publiqué seis libros (no lo vuelvo a hacer ni se lo deseo a nadie) así que creo haber recuperado en algo el tiempo perdido.

-Si pudieras revivir a un escritor, ¿A quién elegirías y por qué?

Te podría decir que a Borges, porque Georgie es mi tótem, pero sospecho que no nos llevaríamos muy bien. Era ideático, aburguesado. En general pocos escritores me caen bien. Me gustaría poder revivir sobre todo a tu paisano tampiqueño Rafael Ramírez Heredia que nunca alcanzó a leer un libro mío y poderle dar las gracias por todo lo que me enseñó y decirle que sigo aplicando todo lo aprendido en sus talleres.

Me gustaría revivir a Federico Campbell, platicar largo y tendido con él y enseñarle El lobo en su hora (a lo mejor no le gustaría nada la forma en que lo retraté, corro ese riesgo). Me gustaría mucho volver a platicar con Sergio González Rodríguez. Mi abuelo Agustín Basave tampoco alcanzó a leer ningún libro mío, pero asumo que no le gustarían nada.

Creo que Nacho Padilla se murió muy pronto, en plena efervescencia y es alguien que nos hubiera dado por lo menos dos décadas más de muy buenos libros porque no paraba de trabajar y ganar premios. Roberto Bolaño en cambio consumó el arte de morir a tiempo y su timing mortal casi perfecto es proporcional a su éxito desmedido.

-Supongamos que ves una biblioteca incendiándose, y tienes oportunidad de rescatar solamente el ejemplar de un libro, ¿Cuál salvarías?

Si fuera mi biblioteca, tal vez por valor sentimental salvaría un Quijote valenciano en estuche de cuero y unas obras completas de Dante en español e italiano, pues ambos son regalos de mi abuelo, los dos únicos ejemplares prófugos de su mítica biblioteca que ahora están en mi casa.

-¿Crees que la narrativa ya no tiene fronteras?

Cruzar la frontera narrativa es mi vicio confeso, la esencia de mi trabajo. Ir como un migrante indocumentado que transgrede la aduana que divide al periodismo de la literatura, a la crónica del ensayo y al ensayo de la novela. La realidad es que esto de transgredir fronteras narrativas no es ninguna novedad. Cervantes las transgredió todas en el Quijote con muy buena fortuna.

Las palabras son como la arena con la que construiremos un castillito. Las palabras están ahí, a nuestra disposición y al SAT no se le ha ocurrido cobrarnos impuesto por usarlas (no le den ideas). A mi disposición tengo el mismo arsenal de palabras, el mismo inventario que tenían a su disposición Daniel Sada o Alejandra Pizarnik, pero cada quien jugará con ellas de forma radicalmente distinta.

Su palabra favorita

Aleatoriedad sin duda es una de las que más utiliza. Podría hacer un glosario de palabras que siempre están presentes en sus textos: Furtividad, Prófugo, Pepena,

Desbarrancadero, Derrumbe, Duermevela, Desparramar, Irrumpir, Yacer, Cartografía o cartógrafo y Liturgia

-¿Cuál es tu palabra favorita?

Aleatoriedad sin duda es una de las que más utilizo. Podría hacer un glosario de palabras terquísimas que siempre están presentes en mis textos:

  • Furtividad
  • Prófugo
  • Pepena
  • Desbarrancadero
  • Derrumbe
  • Duermevela
  • Desparramar
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  • Cartografía o cartógrafo
  • Liturgia

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