/ miércoles 7 de octubre de 2020

La escritura me dio un lugar en el mundo: Claudia Masin

La poeta y psicoanalista argentina es autora de 10 libros y dos antologías

PRIMERA PARTE

Claudia Masin nació en Resistencia, Chaco, Argentina, en 1972. Es escritora y psicoanalista. Coordina talleres de escritura, vivió muchos años en Buenos Aires, y actualmente reside en Córdoba.

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La universalidad de su trabajo poético, la ha llevado a ser traducida al inglés, portugués, italiano, francés y sueco. Su libro La vista obtuvo por unanimidad el Premio Casa de América de España en 2002.

Un grupo de artistas teatrales encabezados por Santiago San Paulo y Cintia Viviana Morales, crearon La Cosacasa, obra basada en fragmentos de varios de sus libros entremezclados con textos de Sanpaulo y Morales, trabajo que ha sido reconocido por su calidad.

¿Quién se esconde detrás de la autora de Corazón Salvaje?

He escrito varios libros con el recurso de la “máscara”, es decir, adoptando la voz de otra persona (en el libro Abrigo fue la Katherine Mansfield de sus cartas y Diarios aquella que tomé, en La vista, Lo intacto y El cuerpo han sido personajes de películas las voces que me guiaron en cada texto). Yo pienso que la máscara, como recurso poético, revela mucho más de lo que esconde. Así que leyendo ese poema es posible saber de mi propia subjetividad. La sensación de inadecuación y de rareza en relación al mundo en el que me toca vivir, la necesidad de romper las reglas de lo dado y de construirme la vida que deseo en lugar de la vida que me ha sido asignada al principio según los mandatos sociales, familiares, de género, de clase; la búsqueda de vitalidad, de amor y de alegría, la intensidad con que experimento las emociones, todas esas cuestiones están presentes en la historia desaforada, exuberante que David Lynch les inventa a sus criaturas, y también estuvieron y seguirán estando en mi propia vida.

¿De qué forma compaginas tu vida personal con la escritura?

No hay para mí distancia entre mi vida personal y mi escritura, creo que la escritura nace, crece, se alimenta de las experiencias vitales, así que siento que en el momento de estar atravesando una experiencia que me impacta, que me produce una marca, sé que hay un texto ahí que algún día saldrá a la luz, hay un poema que ya se empezó a escribir y el momento en que aparezca “materializado” será nada más que el momento en el que tome forma, se recorte de las miles de experiencias vividas y constituya un mundo en sí mismo: el que crea cada poema.

En cuanto a los aspectos materiales de mi vida, tengo la buena fortuna de poder -si no vivir de la escritura, cosa imposible para cualquier poeta- trabajar en algo absolutamente ligado a la escritura: dar talleres. Con lo cual mi vida laboral no está escindida de mi pasión por la escritura, por el contrario, forma parte de ella. Hace ya muchos años que no ejerzo el psicoanálisis, que fue la carrera de grado en la que me formé, y es una decisión que me alegra enormemente haber podido tomar. Valoro muchísimo el psicoanálisis, solo que no me hacía feliz trabajar como psicoanalista. Es decir, como la mayoría de las personas, tenía dividida la zona de placer, de disfrute, de la del trabajo. Y pude salir de esa dicotomía que tanto enferma y aliena.

¿Cuál es el significado que tiene para ti la palabra y la escritura?

La escritura es lo que me dio un lugar en el mundo. No creía tenerlo. Antes hablé de un sentimiento de inadecuación y de rareza, de no poder encajar. La escritura me permitió transformar esa sensación en algo vital y hermoso: el origen de una creación artística. Seguramente para otros artistas de diferentes disciplinas no necesariamente es esta sensación de radical inadecuación la que los lleva al campo del arte, pero sí creo que en la génesis de todo arte al menos hay una sensación de incomodidad, de malestar con el mundo tal cual es, una necesidad de tramsformar el dolor en belleza, no en el sentido de “estetizar” el dolor, sino en el sentido de encontrar alguna forma de reparación.

¿Y tu palabra favorita, cuál es?

Mi palabra favorita no es una palabra con connotaciones “positivas”, es una palabra que uso mucho en mis poemas: es “daño”. Amo esa palabra por lo que conté recién: porque amo a las personas que han sido dañadas y han hecho algo con ese daño que no solo les ofreció a ellas una posibilidad de alivio, sino también a otros. Por supuesto que no amo lo que significa: sé muy bien de las consecuencias de haber padecido daños psíquicos, físicos, espirituales. No idealizo eso. Pero para mí esa palabra, como ocurre casi siempre en la poesía, contiene la posibilidad de su opuesto: la cura, que es sin duda aquello que busco en la literatura (en la que leo y en la que escribo.)

¿Cuál fue el primer libro que leíste?

No recuerdo cuál fue el primero. He leído muchísimo de chica, todo el tiempo, de una manera voraz y urgente. Sí recuerdo los primeros libros que me mostraron otro tipo de relación con el lenguaje que no sabía que existía. Ni siquiera sabía en ese momento que ese modo de relación con el lenguaje era lo que hoy llamaría “poético”, porque además lo encontré en dos libros de narrativa: La vida tranquila -uno de los primeros libros de Marguerite Duras- y una antología de relatos de Bruno Schulz. Esos son mis libros iniciáticos, si bien ya había leído muchísimos otros para ese momento (tenía unos 15 o 16 años cuando los encontré en la biblioteca familiar) en algún sentido los siento como los primeros que leí. Estoy segura de que fueron los motores del deseo de escribir de otra manera: yo para entonces ya escribía, solo que no sabía que se podía escribir así, con esa intensidad, con esa pasión y a su vez con ese cuidado extremo por encontrar la palabra justa, la única, esa precisión.

¿Quiénes son tus autores de cabecera?

Muchos de ellos son narradores y narradoras: dos de ellos ya los nombré: Duras y Schulz. También Marcel Proust, William Goyen, entre otros. Leo mucha poesía pero disfruto muchísimo, desde siempre, con la lectura de narrativa. Entre los y las poetas, el peruano José Watanabe, la argentina Susana Villalba, las norteamericanas Sharon Olds y Robin Myers (una poeta joven y talentosísima que nació en EEUU pero vive en México) y muchos y muchas más.

Cortesía | Claudia Masin

¿Cómo defines tu poesía?

ES muy complejo definir lo que una misma hace, pero diría que es una poesía lírica pero que trata de tener los pies bien plantados en la tierra. Me interesa muchísimo la experiencia material, corporal, y si bien en mi poesía hay mucho espacio para lo reflexivo, creo que también hay mucho lugar para las historias, para ese modo particular en que cada cual vive en el mundo de acuerdo a una corporalidad determinada: por eso la exploración de diferentes subjetividades a través del recurso del cine. Imaginar cómo sería ser otro/otra/otre está en el centro de mi búsqueda: cómo sería ser un hombre viejo, una niña trans, una mujer absolutamente diferente a mí, un adolescente, e incluso cómo sería ser un árbol o un objeto inanimado. La poesía ofrece, para mí, la posibilidad de un ejercicio extraordinario de empatía, ese intento de entrar en el mundo y en el cuerpo de otro, de convertirse por un rato en otro, ese deseo por quebrar los límites del yo. Ese yo que a veces se piensa como rígido, como impenetrable, y a mí, en cambio, me gusta imaginarlo como poroso, flexible, abierto a los demás, es más: constituido por los otros, las otras, por su palabra, su presencia, su marca en nosotros.

¿Cuándo llega el momento en que sabes si un poema está terminado?

Muchas veces, ese momento llega naturalmente: el poema alcanzó su culminación. No porque sea perfecto (la imperfección es para mí una parte fundamental del asunto, parte del encanto que encuentro en los libros que más amo tiene que ver con esa cierta “imperfección”, esa grieta por donde entra lo vulnerable, lo humano, lo falible.)

Otras veces, el poema sencillamente toca sus límites o, mejor dicho, los nuestros, y llegamos a esa versión final que no nos parece la mejor pero sí la mejor posible para nuestras herramientas y posibilidades (técnicas, emocionales, estéticas) en ese momento en particular de nuestras vidas. Me ha pasado (porque revisé mis textos para alguna reedición o una antología) poder alcanzar -vía corrección o reescritura- una mejor versión de algún poema para el que no había logrado una “resolución” que me convenciera plenamente en el momento en que fue escrito.

¿La poesía es hija de la inspiración o de la disciplina?

No creo en el concepto de inspiración como una especie de “revelación” o “epifanía”. Me gusta más la idea de Helène Cixous en su libro La llegada a la escritura cuando habla del “soplo”, de esa exigencia física que nos impele a escribir, de eso “informe” que nos demanda que lo escribamos, que le demos una forma. Mi manera de escribir responde a ese soplo, solo puedo escribir si aparece, una especie de urgencia que se siente en el cuerpo y que es imposible eludir. Por supuesto hay una segunda instancia en la escritura de todo poema que sí implica “disciplina”; aunque tampoco usaría esa palabra, más bien hablaría de concentración y de atención, de volcarse por completo sobre un texto, y ese momento sí depende de la voluntad, aunque al menos en mi caso, no solamente de la voluntad sino también de la capacidad de acallar un poco -o mucho- los imperativos del ego. La disciplina por sí sola, en la poesía, para mi gusto engendra monstruos. Es necesario -y trabajo mucho en eso- releer y rever los textos, pero la imposición y los devaneos autoritarios del yo se llevan muy mal con la escritura poética, que generalmente los rechaza y nos deja con las manos vacías. Hace falta mucha humildad, creo yo, para acercarse a un poema. Hace falta paciencia, escucharlo, esperarlo, tratarlo con delicadeza. Y la disciplina suele ser impaciente y prepotente: quiere resultados, aunque sea a la fuerza.

PREMIOS Y RECONOCIMIENTOS:

  • Su libro La vista ha obtenido por unanimidad el Premio Casa de América de España en 2002.
  • Su libro Abrigo ha obtenido una mención del Fondo Nacional de las Artes de Argentina en 2004.
  • Su libro Lo intacto ha obtenido un premio del Fondo Nacional de las Artes de Argentina en 2017.
  • Su poema Tomboy del libro Lo intacto, en traducción al inglés de Robin Myers, ha ganado el premio 2019 de la revista Words Without Borders/Asociación de Poetas Norteamericanos de EEUU. La traducción al inglés de Tomboy fue elegida entre 717 poemas de 282 poetas de 87 países traducidos de 55 idiomas.
  • Poemas suyos han sido traducidos al inglés, portugués, italiano, francés y sueco.

PRIMERA PARTE

Claudia Masin nació en Resistencia, Chaco, Argentina, en 1972. Es escritora y psicoanalista. Coordina talleres de escritura, vivió muchos años en Buenos Aires, y actualmente reside en Córdoba.

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La universalidad de su trabajo poético, la ha llevado a ser traducida al inglés, portugués, italiano, francés y sueco. Su libro La vista obtuvo por unanimidad el Premio Casa de América de España en 2002.

Un grupo de artistas teatrales encabezados por Santiago San Paulo y Cintia Viviana Morales, crearon La Cosacasa, obra basada en fragmentos de varios de sus libros entremezclados con textos de Sanpaulo y Morales, trabajo que ha sido reconocido por su calidad.

¿Quién se esconde detrás de la autora de Corazón Salvaje?

He escrito varios libros con el recurso de la “máscara”, es decir, adoptando la voz de otra persona (en el libro Abrigo fue la Katherine Mansfield de sus cartas y Diarios aquella que tomé, en La vista, Lo intacto y El cuerpo han sido personajes de películas las voces que me guiaron en cada texto). Yo pienso que la máscara, como recurso poético, revela mucho más de lo que esconde. Así que leyendo ese poema es posible saber de mi propia subjetividad. La sensación de inadecuación y de rareza en relación al mundo en el que me toca vivir, la necesidad de romper las reglas de lo dado y de construirme la vida que deseo en lugar de la vida que me ha sido asignada al principio según los mandatos sociales, familiares, de género, de clase; la búsqueda de vitalidad, de amor y de alegría, la intensidad con que experimento las emociones, todas esas cuestiones están presentes en la historia desaforada, exuberante que David Lynch les inventa a sus criaturas, y también estuvieron y seguirán estando en mi propia vida.

¿De qué forma compaginas tu vida personal con la escritura?

No hay para mí distancia entre mi vida personal y mi escritura, creo que la escritura nace, crece, se alimenta de las experiencias vitales, así que siento que en el momento de estar atravesando una experiencia que me impacta, que me produce una marca, sé que hay un texto ahí que algún día saldrá a la luz, hay un poema que ya se empezó a escribir y el momento en que aparezca “materializado” será nada más que el momento en el que tome forma, se recorte de las miles de experiencias vividas y constituya un mundo en sí mismo: el que crea cada poema.

En cuanto a los aspectos materiales de mi vida, tengo la buena fortuna de poder -si no vivir de la escritura, cosa imposible para cualquier poeta- trabajar en algo absolutamente ligado a la escritura: dar talleres. Con lo cual mi vida laboral no está escindida de mi pasión por la escritura, por el contrario, forma parte de ella. Hace ya muchos años que no ejerzo el psicoanálisis, que fue la carrera de grado en la que me formé, y es una decisión que me alegra enormemente haber podido tomar. Valoro muchísimo el psicoanálisis, solo que no me hacía feliz trabajar como psicoanalista. Es decir, como la mayoría de las personas, tenía dividida la zona de placer, de disfrute, de la del trabajo. Y pude salir de esa dicotomía que tanto enferma y aliena.

¿Cuál es el significado que tiene para ti la palabra y la escritura?

La escritura es lo que me dio un lugar en el mundo. No creía tenerlo. Antes hablé de un sentimiento de inadecuación y de rareza, de no poder encajar. La escritura me permitió transformar esa sensación en algo vital y hermoso: el origen de una creación artística. Seguramente para otros artistas de diferentes disciplinas no necesariamente es esta sensación de radical inadecuación la que los lleva al campo del arte, pero sí creo que en la génesis de todo arte al menos hay una sensación de incomodidad, de malestar con el mundo tal cual es, una necesidad de tramsformar el dolor en belleza, no en el sentido de “estetizar” el dolor, sino en el sentido de encontrar alguna forma de reparación.

¿Y tu palabra favorita, cuál es?

Mi palabra favorita no es una palabra con connotaciones “positivas”, es una palabra que uso mucho en mis poemas: es “daño”. Amo esa palabra por lo que conté recién: porque amo a las personas que han sido dañadas y han hecho algo con ese daño que no solo les ofreció a ellas una posibilidad de alivio, sino también a otros. Por supuesto que no amo lo que significa: sé muy bien de las consecuencias de haber padecido daños psíquicos, físicos, espirituales. No idealizo eso. Pero para mí esa palabra, como ocurre casi siempre en la poesía, contiene la posibilidad de su opuesto: la cura, que es sin duda aquello que busco en la literatura (en la que leo y en la que escribo.)

¿Cuál fue el primer libro que leíste?

No recuerdo cuál fue el primero. He leído muchísimo de chica, todo el tiempo, de una manera voraz y urgente. Sí recuerdo los primeros libros que me mostraron otro tipo de relación con el lenguaje que no sabía que existía. Ni siquiera sabía en ese momento que ese modo de relación con el lenguaje era lo que hoy llamaría “poético”, porque además lo encontré en dos libros de narrativa: La vida tranquila -uno de los primeros libros de Marguerite Duras- y una antología de relatos de Bruno Schulz. Esos son mis libros iniciáticos, si bien ya había leído muchísimos otros para ese momento (tenía unos 15 o 16 años cuando los encontré en la biblioteca familiar) en algún sentido los siento como los primeros que leí. Estoy segura de que fueron los motores del deseo de escribir de otra manera: yo para entonces ya escribía, solo que no sabía que se podía escribir así, con esa intensidad, con esa pasión y a su vez con ese cuidado extremo por encontrar la palabra justa, la única, esa precisión.

¿Quiénes son tus autores de cabecera?

Muchos de ellos son narradores y narradoras: dos de ellos ya los nombré: Duras y Schulz. También Marcel Proust, William Goyen, entre otros. Leo mucha poesía pero disfruto muchísimo, desde siempre, con la lectura de narrativa. Entre los y las poetas, el peruano José Watanabe, la argentina Susana Villalba, las norteamericanas Sharon Olds y Robin Myers (una poeta joven y talentosísima que nació en EEUU pero vive en México) y muchos y muchas más.

Cortesía | Claudia Masin

¿Cómo defines tu poesía?

ES muy complejo definir lo que una misma hace, pero diría que es una poesía lírica pero que trata de tener los pies bien plantados en la tierra. Me interesa muchísimo la experiencia material, corporal, y si bien en mi poesía hay mucho espacio para lo reflexivo, creo que también hay mucho lugar para las historias, para ese modo particular en que cada cual vive en el mundo de acuerdo a una corporalidad determinada: por eso la exploración de diferentes subjetividades a través del recurso del cine. Imaginar cómo sería ser otro/otra/otre está en el centro de mi búsqueda: cómo sería ser un hombre viejo, una niña trans, una mujer absolutamente diferente a mí, un adolescente, e incluso cómo sería ser un árbol o un objeto inanimado. La poesía ofrece, para mí, la posibilidad de un ejercicio extraordinario de empatía, ese intento de entrar en el mundo y en el cuerpo de otro, de convertirse por un rato en otro, ese deseo por quebrar los límites del yo. Ese yo que a veces se piensa como rígido, como impenetrable, y a mí, en cambio, me gusta imaginarlo como poroso, flexible, abierto a los demás, es más: constituido por los otros, las otras, por su palabra, su presencia, su marca en nosotros.

¿Cuándo llega el momento en que sabes si un poema está terminado?

Muchas veces, ese momento llega naturalmente: el poema alcanzó su culminación. No porque sea perfecto (la imperfección es para mí una parte fundamental del asunto, parte del encanto que encuentro en los libros que más amo tiene que ver con esa cierta “imperfección”, esa grieta por donde entra lo vulnerable, lo humano, lo falible.)

Otras veces, el poema sencillamente toca sus límites o, mejor dicho, los nuestros, y llegamos a esa versión final que no nos parece la mejor pero sí la mejor posible para nuestras herramientas y posibilidades (técnicas, emocionales, estéticas) en ese momento en particular de nuestras vidas. Me ha pasado (porque revisé mis textos para alguna reedición o una antología) poder alcanzar -vía corrección o reescritura- una mejor versión de algún poema para el que no había logrado una “resolución” que me convenciera plenamente en el momento en que fue escrito.

¿La poesía es hija de la inspiración o de la disciplina?

No creo en el concepto de inspiración como una especie de “revelación” o “epifanía”. Me gusta más la idea de Helène Cixous en su libro La llegada a la escritura cuando habla del “soplo”, de esa exigencia física que nos impele a escribir, de eso “informe” que nos demanda que lo escribamos, que le demos una forma. Mi manera de escribir responde a ese soplo, solo puedo escribir si aparece, una especie de urgencia que se siente en el cuerpo y que es imposible eludir. Por supuesto hay una segunda instancia en la escritura de todo poema que sí implica “disciplina”; aunque tampoco usaría esa palabra, más bien hablaría de concentración y de atención, de volcarse por completo sobre un texto, y ese momento sí depende de la voluntad, aunque al menos en mi caso, no solamente de la voluntad sino también de la capacidad de acallar un poco -o mucho- los imperativos del ego. La disciplina por sí sola, en la poesía, para mi gusto engendra monstruos. Es necesario -y trabajo mucho en eso- releer y rever los textos, pero la imposición y los devaneos autoritarios del yo se llevan muy mal con la escritura poética, que generalmente los rechaza y nos deja con las manos vacías. Hace falta mucha humildad, creo yo, para acercarse a un poema. Hace falta paciencia, escucharlo, esperarlo, tratarlo con delicadeza. Y la disciplina suele ser impaciente y prepotente: quiere resultados, aunque sea a la fuerza.

PREMIOS Y RECONOCIMIENTOS:

  • Su libro La vista ha obtenido por unanimidad el Premio Casa de América de España en 2002.
  • Su libro Abrigo ha obtenido una mención del Fondo Nacional de las Artes de Argentina en 2004.
  • Su libro Lo intacto ha obtenido un premio del Fondo Nacional de las Artes de Argentina en 2017.
  • Su poema Tomboy del libro Lo intacto, en traducción al inglés de Robin Myers, ha ganado el premio 2019 de la revista Words Without Borders/Asociación de Poetas Norteamericanos de EEUU. La traducción al inglés de Tomboy fue elegida entre 717 poemas de 282 poetas de 87 países traducidos de 55 idiomas.
  • Poemas suyos han sido traducidos al inglés, portugués, italiano, francés y sueco.

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