Primera de Dos Partes
Escritor y periodista, Adán Medellín es Licenciado en Lengua y Literaturas Hispánicas por la UNAM. Ha ganado dos Premios Bellas Artes de Literatura en las categorías de Cuento (2017) y Ensayo Literario (2019). Ganó el Premio Nacional de Relato Sergio Pitol en 2007 y el Premio Nacional de Cuento Beatriz Espejo 2019.
Ha publicado los libros de cuentos Vértigos (IMC, 2010), Tiempos de Furia (Ediciones B, 2013), El canto circular (INBA/Instituto Literario de Veracruz, 2013) -ganador del Concurso Nacional de Cuento "Sueño de Asterión"- y Blues vagabundo (Lectorum/INBA, 2018-Premio Bellas Artes de Cuento San Luis Potosí 2017); además del ensayo El cielo trepanado 2019-Premio Bellas Artes de Ensayo Literario José Revueltas 2019).
-¿Quién es Adán Medellín?
Soy un escritor y periodista, nací en la Ciudad de México en 1982. Siempre me gustaron las palabras y las historias, además del deporte y la música. Me atraen el mar, las caminatas, los vagabundeos. Soy Licenciado en Lengua y Literaturas Hispánicas por la UNAM, donde también estudié Periodismo. He publicado cuatro libros de cuentos, una novela, un ensayo y una traducción de poesía, además de textos periodísticos y literarios. También he sido ganador de varios premios nacionales de literatura y uno de corte iberoamericano.
-¿Cómo surge tu vocación literaria?
Mi abuelo era profesor y amante de la literatura. Era veracruzano y le encantaba recitar y regalarnos poemas en las fiestas familiares. Don Felino tenía una biblioteca en su casa que cuidaba celosamente, pero me dejó entrar a mí desde pequeño, quizá porque yo era el más curioso, o el más silencioso, o algo adivinaba en mi carácter. Me leía los cuentos que escribía en su vieja máquina de escribir para saber mi opinión. Yo estaba apenas en la primaria, pero me sentía especial por su trato de iguales, genuino, sin condescendencia.
Recuerdo muy bien el día en que me leyó una historia basada en unas vacaciones juntos donde yo era el protagonista. Ahí me pareció mágico lo que podía hacerse con las palabras y con las experiencias de la vida. Siempre me gustó leer y empecé a escribir mucha poesía muy mala en la secundaria y la preparatoria, además de diarios personales. Con el fallecimiento de mi abuelo, a mis 18 años, me tocó mirarme de frente, tratando de encontrar un camino. Y sentí que todo lo que podía hacer era intentar escribir. Me sentía muy torpe en el resto de la vida, pero de ahí empecé a construir. Leí y escribí como loco a partir de entonces. Busqué más la vida, aprender, para darle solidez a lo narrado. Fui dejando la poesía y adentrándome en la narrativa, me fascinaba la posibilidad de contar historias, primero breves, y cada vez más amplias. Así sigo.
-¿Qué leías cuando eras niño?
Había muchos libros en casa: unos tomos azules con Enciclopedias de Reader´s Digest, El Principito, historietas como El pequeño Archie y folletos bíblicos. Leí mucho la Biblia de niño junto a mi mamá, que también era maestra de primaria, pero igualmente tuve vía libre al coctel casero de materiales didácticos, libros infantiles, de superación y desarrollo humano. En casa leí literatura como Los Tres Mosqueteros, Un capitán de quince años, y las Lecturas clásicas para niños, con fragmentos de las aventuras de Ulises en la Odisea, que me fascinaron. También me impresionaron unos grabados de El pozo y el péndulo, un cuento de Poe. Estaba eso, pero también los chistes de Condorito, las aventuras futboleras de Barrabases, las revistas de luchadores y las Vanidades de mi mamá.
-¿Qué función cumple la música en tus relatos, como los de Blues Vagabundo?
La música me da un ritmo, una especie de tiempo y de fraseo que puedo sentir y me ayuda a encaminar ciertas historias o personajes. También me permite entrar en cierto trance o concentración, porque la mayoría de mis libros los escribí en redacciones o en medio del ruido. Así que ha sido una guía para no distraerse ni perderse en el camino. Blues Vagabundo es mi libro más directamente musical porque está completamente armado alrededor del blues y de una mezcla de músicos reales y existencias apócrifas, un juego de invención y realidad. El blues me dio los temas y los espacios de esos cuentos: el deseo de libertad, el desamor, la injusticia, la búsqueda, la tragedia del don del arte para algunos; junto a las carreteras, el alcohol, los bares, los cruces de caminos. Pero la música está presente y se filtra en mis textos, me deja conectar con los lectores porque es toda atmósfera y vehículo de memorias y emociones.
-¿Qué opinas de los cómics como el libro policiaco de bolsillo?
En realidad leí muy pocos. Sólo podía acceder a ellos a escondidas en las mesas de las viejas peluquerías. Mi primera educación de lo policial estuvo más en las portadas de revistas como Alarma, o en periódicos de nota roja en la Ciudad de México. También recuerdo leer clandestinamente y con asombro algunas secciones de policía o de historia sobre algunos de los criminales más famosos de la capital, como el tristemente célebre Goyo Cárdenas, la Tamalera de Portales, la Mataviejitas.
-¿La novela negra es la que predomina en la literatura actual?
Creo que hay una fuerza de autores y autoras que han elegido las posibilidades de la novela negra para narrar el país que vivimos. Esos libros crean y reflejan las contradicciones de muchas zonas de México en temas de justicia, seguridad, violencia, oportunidades de vida. Esa posibilidad de reconocernos al leer sus historias creó una camada de lectores fieles y cada vez más especializados, que también apuntala y permite un circuito editorial mayor para el género negro. Su mezcla de hondura existencial, intriga, cotidianidad, acción y crítica social toca fuerte a los lectores. Además otros géneros están siendo explorados y revalorados, gracias al trabajo de escritores y escritoras, colectivos, fandoms, y las dinámicas de Internet. Pienso en la ciencia ficción, el horror, la fantasía, el fan fiction. Estas comunidades crecen y se fortalecen incluso al margen del mercado editorial. Pero la gran oferta de títulos se inclina por la novela romántica, la novela juvenil, la crónica social, el libro de actualidad política y la superación personal; esos son los elegidos en la lista de bestsellers.
-¿Quién o quiénes son tus autores de cabecera?
Ricardo Piglia, Ross Macdonald, Antonio Tabucchi, Juan Carlos Onetti, John Steinbeck, Jack Kerouac, Lucia Berlin, John Cheever, Philip K. Dick, Adela Fernández, Haroldo Conti, Juan Vicente Melo, Pierre Michon, Héctor Viel Temperley, Horace McCoy, Giuseppe Ungaretti, Cesare Pavese y René Girard.
-¿Cómo es un día en la vida de un escritor en pandemia?
En mi caso, la pandemia coincidió con una mudanza desde la Ciudad de México primero a Tamaulipas y luego a San Luis Potosí para realizar con mi esposa un proyecto de cafebrería. Así que los primeros meses pandémicos fueron de arreglos, acomodos, clases de carpintería, tapicería, pintura, compras y surtido de insumos. Luego vino la operación de la cafebrería, que ha absorbido mucho de mi tiempo, porque también doy algunos talleres de literatura y clases de inglés intercalados en las horas de servicio. La transición ha sido muy desafiante, entre el desánimo general y el confinamiento, junto a la necesidad de trabajar y fortalecer el proyecto con la comunidad sin descuidar los protocolos sanitarios. Abrimos el espacio, atendemos comensales y lectores durante todo el día. Arrebato tiempos muertos o en los extremos del día para leer y escribir, pero lucho por balancear mis rutinas, mis energías y obligaciones para volver a mi antigua práctica, cuando solía escribir más o menos dos horas al día.