En estos tiempos tan convulsos, donde todo parece ser motivo de confrontación, donde la guerra entre países, entre connacionales, entre familias, parece ser la constante, es importante no olvidar lo que nos dé esperanza, fuerza o fe en la humanidad.
Por eso quise escribir sobre la bondad que caracteriza a muchos seres humanos, quizá muchos menos de los que requerimos, pero que ahí están o estuvieron para recordarnos que sí existen.
A las personas bondadosas se les reconoce cuando las vemos, son afables, sonríen a menudo pero sobre todo son empáticos. Tienen esa rara virtud de sentir lo que siente el otro, aunque no sea cercano a él.
Sus ojos tienen un brillo especial, yo por ejemplo cuando pienso en una persona bondadosa, me recreo en el recuerdo de los ojos de mi madre.
Quienes la conocieron no me dejarán mentir. Bondadosa con los suyos y bondadosa hasta con los que jamás había visto.
Ver o conocer a una persona bondadosa y ser consciente de eso nos hace recobrar la fe en la humanidad pero sobre todo a buscar la forma de serlo nosotros mismos.
Ayudar a los demás, ser empático, ser amable, no sólo nos hace buenos sino sabios.
Buenos y sabios, algo a lo que deberíamos aspirar todos. Ojalá no lo olvidemos a pesar de nuestras realidades.