¿Recuerdan la casa donde crecieron? La llamamos aún, “la casa”. Donde nos formamos, donde convivimos, donde aprendimos... llena de risas, de gritos, de peleas, de alegrías, de tristezas, de pláticas interminables cuando apagaban las luces.
Y ahí siempre presente, una mesa, donde no sólo se comía, donde nos enterábamos de cosas que no sabíamos de la familia, llena de rumores, de risas, de comida... no importaba el tamaño que tuviera, siempre estaba llena de sillas, y siempre faltaba espacio. Pero la mesa ahí estaba, ahí está, en nuestra memoria y metida en el corazón.
Una mesa donde eras bienvenido, siempre. De niño, de joven, con pareja, con hijos, en mi caso con nietos, y siempre unida alrededor de una mujer, de mi madre, quien se encargaba de que ahí hubiera lo que nos gustaba, que sabía que nos gustaba y que odiábamos comer.
El pegamento en mi casa era mi mamá, y no sólo era la mesa, aunque la refiera aquí como un símbolo. Ella era la que nos acordaba de los cumpleaños, la que sabía de calificaciones, de juntas de la escuela, de regaños, de llevarnos a la escuela o de ver quién se iba con quién, la que ponía orden en los pleitos, la que nos llevaba al doctor y la que mataba moscos en la noche, aunque siempre sospechamos que era para checar si todos estábamos ahí.
Y sí, somos las mujeres las que normalmente mantenemos unida la familia, aunque todos ya se hayan ido y así es hasta que ellas parten y nos dejan huérfanos, por más edad que tengamos.
Y ahí sí, cada quien agarra camino y aunque nos hablemos, nos veamos o sepamos que hacemos, sabemos en el fondo de nuestro corazón que ya no tenemos el cordón que nos unía a todos. Y a seguir en la vida, formando la nuestra y en realizar ese milagro de mantenernos unidos.
Las madres unen hasta a las generaciones, a los abuelos, a los tíos, a los primos, a los papás con los hijos, unimos cuando nuestros hijos se disgustan y todo lo que sea necesario para mantener a la familia unida.
Yo siempre la siento conmigo, e intento hacer lo que ella me enseñó, como creo que la mayoría de nosotros, mantener unida la familia hilando tradiciones, recuerdos, que nos permita ser recordados cuando no estemos, pero, sobre todo, que sea nuestro ejemplo la más valiosa de las herencias.
Hacer de la necesidad de los demás nuestra prioridad, mucho ayudaría a sanar tantas heridas que llevamos muchos y que no podemos superar.
Yo agradezco a Dios por el pegamento invisible que nos dio, y espero estar haciendo la tarea que me toca ahora a mí. Mantener unida a mi familia. Que Dios nos ayude a todos a lograrlo.