Zenobia Camprubí ha sido recordada a menudo como la esposa de Juan Ramón Jiménez, el poeta laureado con el Premio Nobel de Literatura en 1956. Sin embargo, encasillarla únicamente en ese rol sería una gran injusticia. Zenobia fue una mujer de talento y determinación, cuya vida y obra merecen reconocimiento en su propio derecho.
Zenobia Camprubí nació el 31 de agosto de 1887 en Malgrat de Mar, Cataluña, en una familia acomodada. Su padre, Raimundo Camprubí, era ingeniero, y su madre, Isabel Aymar Lucca, tenía ascendencia puertorriqueña y estadounidense. Debido a esta herencia multicultural, Zenobia creció en un entorno bilingüe, dominando tanto el español como el inglés, lo que más tarde influiría en su trabajo como traductora.
Educada por su propia madre y su abuela, ambas mujeres cultas e instruidas, y otros tutores, Zenobia se distinguió por su gran inteligencia. En 1905, sus padres se divorciaron; Isabel y su hja se instalaron en Nueva York.
Pasó gran parte de su infancia y adolescencia en Estados Unidos y Europa, donde recibió una educación privilegiada y diversa. Estudió en París, Nueva York y otros lugares, lo que le permitió desarrollar un pensamiento crítico y una sensibilidad internacional.
En 1908 ingresó a la Escuela de Pedagogía de la Universidad de Columbia en donde estudió historia, literatura y otras disciplinas hasta que su madre decidió regresar a España sin que Zenobia pudiera culminar sus estudios. En Madrid, asistía a charlas y conferencias de intelectuales. En una de esas reuniones conoció al poeta Juan Ramón Jiménez.
Zenobia fue una mujer de letras desde joven, con una gran pasión por la literatura y la escritura. Comenzó su carrera literaria traduciendo al español, junto con Juan Ramón Jiménez, las obras de la escritora india Rabindranath Tagore, a quien admiraba profundamente. Su trabajo como traductora fue crucial para difundir la obra de Tagore en el mundo hispanohablante y fue una labor que llevó a cabo con rigor y dedicación.
Su primera obra publicada fue Luna Nueva, la cual alcanzó un gran éxito por parte de la crítica, lo que animó a la pareja a continuar con la traducción de grandes autores como Shakespeare y Edgar Allan Poe.
Además de su labor como traductora, Zenobia también escribió ensayos, artículos y diarios que reflejaban su preocupación por la situación de la mujer y otros temas sociales. Fue una activista comprometida con la defensa de los derechos de las mujeres y participó activamente en iniciativas que buscaban mejorar las condiciones de vida y de trabajo de las mujeres.
En 1916 contrajeron matrimonio en la catedral de San Esteban de Nueva York. Después regresaron a Madrid, España. Ahí pasaron una larga temporada. Juan Ramón escribía y Zenobia, además de ayudarlo en la edición de su obra, emprendía varios proyectos personales. Abrió una tienda de artesanías al mismo tiempo que ayudaba en la organización de diferentes instituciones de apoyo a los más necesitados. Sobresale también su colaboración con María de Maeztu en el Lyceum Club de Madrid, en donde ejerció como tesorera.
A pesar del éxito literario de Juan Ramón, éste nunca pudo evitar su actitud depresiva ante la vida. Zenobia se volcó de lleno en apoyar a su marido, no solamente ayudándolo en su faceta profesional, sino ante todo, buscando la manera de apaciguar su depresión.
Vale la pena recordar que en 1900, cuando Juan Ramón cumplía 18 años, se trasladó a Madrid, en donde entró en contacto con los círculos literarios de la época. Publicó sus primeros libros de poemas, Ninfeas y Almas de violeta, influidos por el modernismo, un movimiento literario caracterizado por la búsqueda de la belleza y el refinamiento estético. Sin embargo, el fallecimiento de su padre en 1901 y su propio estado de salud, marcado por una profunda depresión le llevaron a ingresar a un sanatorio en Francia. Esta etapa de crisis personal fue fundamental para el desarrollo de su estilo poético.
Durante su convalecencia, Jiménez comenzó a distanciarse del modernismo y desarrollar una poesía más introspectiva y espiritual. Su estilo evolucionó hacia lo que él mismo denominó “poesía pura”, un intento de destilar la esencia del mundo y del ser humano a través de un lenguaje cada vez más depurado. Su relación fue una profunda colaboración tanto personal como profesional. Zenobia no solo fue el apoyo emocional de Juan Ramón. Se ha dicho que sin Zenobia, muchas de las obras de Juan Ramón no habrían visto la luz o no habrían alcanzado la misma calidad literaria.
Con el estallido de la Guerra Civil Española en 1936 Zenobia y Juan Ramón se exiliaron, primero a Puerto Rico y luego a Estados Unidos y Cuba. En ese periodo, Zenobia continuó su labor como traductora y se dedicó a la enseñanza. Fue profesora de español en la Universidad de Maryland y también trabajó como conferenciante.
En 1951 se establecieron finalmente en Puerto Rico, donde Zenobia trabajó como profesora y siguió involucrada en actividades. Ahí buscó un lugar en el que el poeta se sintiera tranquilo y relativamente feliz. Ese mismo año fue operada en Boston de un cáncer de matriz. Los años de exilio fueron difíciles para Zenobia, tanto por las dificultades económicas como por el estado de salud de Juan Ramón, un hombre que, a pesar de su grandeza literaria, siempre fue frágil. A pesar de todas las adversidades, siguió siendo un pilar para él hasta su muerte.
En 1956 el cáncer volvió a aparecer. El 25 de octubre Juan Ramón Jiménez recibió el Premio Nobel de Literatura. Tres días después Zenobia Camprubí falleció.
La alegría por el premio se vio empañada por la muerte de Zenobia, lo que sumió al poeta en una gran tristeza de la que nunca se recuperó.
El legado de Zenobia Camprubí es complejo y multifacético. Fue una pionera en muchos aspectos: como traductora, abrió puertas entre culturas; como escritora y activista, defendió los derechos de las mujeres y promovió la educación y la cultura; y como compañera de Juan Ramón Jiménez, fue una influencia fundamental en la vida y obra del poeta.
A lo largo del tiempo, su figura ha sido reivindicada no solo como la "mujer detrás del gran hombre", sino como una intelectual y creadora de relevancia en su propio derecho. Su vida y su trabajo siguen siendo objeto de estudio y admiración, y su papel en la literatura y la cultura hispánicas continúa siendo reconocido y valorado.
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