Bona Sforza, la reina consorte de Polonia y gran duquesa de Lituania, no es un nombre que resuene en los libros de historia con la intensidad que merece. Su vida y legado, marcados por su ambición y su habilidad para desafiar las normas de una sociedad dominada por hombres, la convierten en una figura de fascinación y contradicción en la historia europea. Como una mujer nacida en el poder y educada para la política, su llegada a la corte polaca en el siglo XVI cambió profundamente el rumbo del reino. Pero la historia de Bona no es sólo la de una reina reformista y astuta, sino también la de una mujer condenada por su audacia en un mundo que le exigía silencio y sumisión.
Bona Sforza (1494-1557) fue una reina consorte de Polonia y gran duquesa de Lituania, miembro de la influyente familia italiana Sforza, que gobernó el ducado de Milán. Nació el 2 de febrero de 1494 en Vigevano, en el seno de una familia noble y poderosa. Su madre, Isabel de Aragón, era hija del rey de Nápoles, y su padre, Gian Galeazzo Sforza, fue duque de Milán. Bona fue educada en una corte refinada y próspera, donde recibió una formación integral en humanidades, idiomas y artes, así como en política y diplomacia, cualidades que la marcarían como una de las mujeres más destacadas de su tiempo.
En 1518, Bona se casó con Segismundo I Jagellón, rey de Polonia y gran duque de Lituania. Este matrimonio fue una decisión estratégica que fortaleció las relaciones entre el reino polaco-lituano y el ducado de Milán. A su llegada a Polonia, Bona se distinguió rápidamente por su carisma, inteligencia y ambición, y no tardó en ejercer una gran influencia en la corte, apoyando reformas políticas y sociales que la hicieron ganar tanto partidarios como detractores.
Bona Sforza impulsó una serie de reformas que modernizaron y mejoraron la administración del reino. Fue una firme defensora de la economía y promovió el crecimiento agrícola e industrial, alentando la colonización de tierras y fomentando la agricultura a través de la rotación de cultivos y el cultivo de nuevas especies. Introdujo alimentos como el brócoli, el tomate y las espinacas en Polonia, alimentos que en su honor fueron conocidos como “vegetales italianos”.
También era conocida por su participación en las finanzas del reino; logró centralizar el sistema fiscal, aumentando los ingresos de la corona y fortaleciendo el poder real frente a la nobleza polaca, que veía en ella a una amenaza. Estas acciones aumentaron su influencia, pero también su impopularidad entre ciertos sectores de la nobleza y el clero, que se oponían a sus reformas.
Bona tuvo varios hijos, pero su relación con su descendencia fue compleja. Su hijo mayor, Segismundo II Augusto, heredó el trono y fue el último monarca de la dinastía Jagellón. La relación entre Bona y Segismundo II fue tensa debido a sus diferencias políticas y personales, y las intrigas y rivalidades en la corte polaca complicaron aún más la relación madre-hijo.
Con el tiempo, Bona acumuló una considerable fortuna, lo que la hizo objeto de resentimiento y envidias. En sus últimos años, debido a las tensiones políticas y a la falta de apoyo en la corte polaca, decidió regresar a Italia en 1556, estableciéndose en Bari, donde contaba con propiedades heredadas de su madre.
Bona no solo trajo a Polonia un linaje italiano de poder, sino también una visión reformista que se reflejó en sus acciones como soberana. Fue una de las pocas monarcas de su tiempo en abogar por la modernización económica y agrícola. Introdujo cultivos nuevos, promovió la colonización de tierras y, sobre todo, puso en marcha reformas fiscales que fortalecieron el poder de la corona. En cualquier otra figura, sus medidas habrían sido vistas como un paso hacia la modernidad, pero en una mujer de origen extranjero, su astucia y determinación fueron percibidas con recelo y aversión por la nobleza polaca, quienes la acusaron de codiciosa e intrusa.
Bona fue también una de las primeras en reconocer la importancia de la autodependencia económica de la monarquía, lo cual le permitió crear una fuente de ingresos independiente y proteger el poder de la corona frente a la nobleza. Para la corte polaca, sin embargo, esta reina, que se negó a ser un simple adorno y que acumulaba riquezas y poder para la corona, fue vista como una amenaza a sus privilegios. Su rol político se interpretó como ambición desmedida, y el legado de su visión quedó empañado por acusaciones de codicia y manipulación.
A pesar de sus esfuerzos por establecer una base de poder sólido, los últimos años de Bona estuvieron marcados por intrigas y desconfianza. La misma independencia que la convirtió en una figura fascinante y progresista fue, en última instancia, lo que la aisló en la corte y la llevó a exiliarse en Bari, Italia
El 19 de noviembre de 1557, Bona Sforza murió envenenada en Bari, presuntamente por instigación de Fernando Álvarez de Toledo, el duque de Alba, quien buscaba hacerse con su fortuna y propiedades. Su muerte fue un trágico desenlace de una vida marcada por la ambición, la política y la intriga. La influencia de Bona perduró en Polonia y Lituania, especialmente en las reformas agrícolas y financieras que introdujo, y su figura ha sido recordada como la de una mujer adelantada a su tiempo: una política astuta, una reformista y una gobernante eficaz que enfrentó grandes desafíos y controversias en un mundo dominado por hombres.
Hoy, la figura de Bona Sforza merece un lugar de honor en la historia, no solo como reina consorte, sino como una de las mujeres más importantes del Renacimiento europeo. Su historia es una lección sobre el precio de la ambición femenina en tiempos en que el poder y la inteligencia eran considerados atributos masculinos. Bona Sforza es un recordatorio de que la historia, aunque esté escrita por los vencedores, siempre guarda un lugar para aquellos que, como ella, desafiaron las normas y dejaron una huella imborrable, aún si el mundo no estuvo listo para entender su grandeza.
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