En la medida que los tiempos modernos avanzan la conducta de los seres humanos se ve amenazada frecuentemente por nuevos factores patológicos, es decir, surgen enfermedades inéditas, (sobre todo en los menores) ante las que nada o poco puede hacerse, por lo avanzado de los síntomas.
Una cosa queda claramente establecida: obedecen estos desequilibrios de la conducta a un trato equivocado e inmaduro de los adultos a los menores cuando están en la etapa de crecimiento de los primeros 6 años, que son los fundamentales para que en el futuro se desenvuelvan como una persona competitiva y eficiente, que rinda y produzca en el entorno que le toque vivir; lo que el psicoanalista mexicano Santiago Ramírez matizó quizá con mayor exactitud: "Infancia es destino".
Uno de los padecimientos que con mayor frecuencia están formando parte de las estadísticas es el del llamado "Síndrome del niño invisible", que consiste en una conducta en la que el inconsciente del menor percibe que nadie lo mira y que puede actuar incluso, delante de todos, sin que se percaten de su existencia. Este término, "síndrome del niño invisible" no existe como tal en las literaturas especializadas, sino que fue establecido espontáneamente gracias a la experiencia en consulta que han reportado la mayoría de los psicólogos en los Estados Unidos.
Como lo anoté antes, esto tiene que ver con la sensación que el niño no se siente tomado en cuenta dentro de su entorno familiar por las figuras significativas de quienes depende emocional, social y económicamente. Se percibe abandonado y trata entonces, por cualquier forma, de llamar la atención, casi siempre en la forma más inoportuna e incorrecta, sin importarle los demás e incluso sin sentir el daño que con su conducta llamativa a veces causa perjuicios.
Alejandro Jodorowsky, aquel chileno maravilloso que inició en los 70 en México el "Movimiento Pánico" (así llamó a su arte que lo tiene considerado como uno de los mejores dramaturgos de lo absurdo), define al niño invisible como un actor, y explica: "Si tus padres no te han visto cómo eres, acabas teniendo sed de público, acabas siendo un actor".
Independientemente que este fenómeno patológico moderno está surgiendo en la conducta de los menores, con la consecuencia de que serán adultos conflictivos e inmaduros que tratarán de llamar durante su existencia por cualquier forma la atención de la sociedad en la que se desenvuelven; como una especie de recompensación que ellos mismos se adjudican y piensan que no son vistos y analizados y mucho menos clasificados por toda la comunidad que tiene que tolerar a veces con paciencia, desgano e indolencia; sus excesos, por estar presente en el mundo de los demás. En cierta forma buscan lo que nunca recibieron (desde su perspectiva personal) y por ende le dan la razón al alumno más brillante de Freud, el psiquiatra Carl Jung, que dijo: "nuestras inconsciencias son las que señalan nuestros objetivos".
Algo muy similar, por no decir auténticamente calcado, está pasando con algunos personajes de la clase política del país, se consideran invisibles y desde su mundo interior tienen la loca idea de que los mexicanos, tamaulipecos y tampiqueños no sabemos exactamente la clase de personas que son. Están convertidos en personajes de la anécdota cotidiana por su comportamiento cambiante y a veces difícil de comprender en su afán desmedido de conservarse dentro del poder político y manejar los recursos públicos para poder conservar en su entorno a sus personas favoritas o familiares.
Los políticos con frecuencia incurren en el denominado "Síndrome del niño invisible", sienten que sus actos no son percibidos en la exacta dimensión en que van sus intereses que los llevan a comportarse de cierta forma que en la mayoría de los casos va en contra del imperio de la ética y de la moral que todo ser humano político o no debe observar. En una forma desmedida la clase política utiliza el principio mayor que Maquiavelo enseña en su obra cumbre "El Príncipe": el fin justifica los medios, dice el florentino. Este apotegma lo cumplen a pie juntillas los políticos de estos tiempos haciendo a un lado la lealtad, la ética, la moral, y sobre todo sentando un precedente absolutamente negativo para las generaciones de jóvenes que ven en la actividad política uno de los campos propicios para poner en práctica su vocación de servicio.
Se consideran invisibles algunos miembros de la clase política, pasan por alto que los ojos de los ciudadanos están pendientes absolutamente de todo y no permitirán que sean emboscados por las intenciones descarnadas de la búsqueda de un poder total que les permita conservar sus privilegios.
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