Desde siempre he tenido la convicción de que la actividad más bella de la vida es la de pensar. Pensar es una maravilla; a veces se transforma el pensamiento en un milagro que llena de luz los túneles de los dramas diarios que nos fortalecen o nos destruyen en la vida diaria.
Cuántos nudos gordianos se han desatado por la brillantez de una idea bien pensada y decantada durante mucho tiempo. Del pensamiento se fortalecen y se alimentan múltiples mitos que están convertidos en los días que vivimos en los símbolos modernos que nos conducen y nos llevan curiosamente como si fueran una paradoja estética a reflexionar, para volver nuevamente a pensar.
El ser humano siempre está pensando, es como si cargara encima de sus hombros el peso de una obligación, desde que tiene la primera interrogación cuando se pregunta a sí mismo: ¿Qué somos? ¿De qué estamos hechos?, ¿De dónde venimos y a dónde vamos?
Sobre todo cuando ciertos sectores de la humanidad, hombres pues, se preguntan cuándo se les viene a la cabeza en forma de interrogación la realidad de nuestros días caracterizada por la desigualdad social. ¿Por qué razón estos hombres a lo largo de la humanidad llegan a pensar que Dios se esconde debajo del dolor de los indigentes y los miserables y se regodea en las clases poderosas?
Pensar es una actividad de moda en todo el mundo en que es posible establecer contacto por medio del internet con personas que están en el otro extremo del universo en que vivimos y que buscan a través de la computadora verbalizar su pensamiento para poder comunicarse y saber con precisión que su existencia es un hecho formal.
Este tipo de comunicación cibernética es quizá la forma más excelsa que el hombre puede ejercitar, porque tiene que hacerlo obligadamente con un perfil democrático, en virtud de que tiene que hablar con personas diferentes, con seres humanos que tienen otra formación y manera de vida. Aquí pienso en Borges, que odiaba la democracia, porque la consideraba una exageración de la estadística.
A través del internet existe la oportunidad de tratar con personas que no desean hablar más que de lo que les importa y forma parte de su mundo personal: sus angustias, soledades, amores fallidos, dificultades para pagar la renta, intención de encontrar en este mundo la pareja que no pudieron conservar y que está al alcance de su mano, renunciando a esa posibilidad para buscarla en la otra parte del mundo. Hace años cuando Bush hijo, ordenó que enviaran a Cuba inspectores para que informaran si se respetaban los derechos humanos.
Era claro que lo que Bush pretendía con este movimiento era escandalizar al mundo de la supuesta carnicería que él aseguraba existía en Cuba para invadirla. En esa época escribí un artículo que denominé "A Cuba la llevamos dentro" y lo envié a una comunidad en la que participan aficionados de la escritura pública, es un sitio lleno de poetas y de jóvenes que escriben cuentos breves, novelas y ensayos, la característica de esta página en la que participo consiste en que la mayoría son personas que no rebasan los 40 años. La reacción de la mayoría de ellos fue de una protesta desmesurada por mi osadía de defender a Fidel Castro.
Lo menos que me dijeron es que me fuera yo a vivir a Cuba, y me acusaron de la comodidad de opinar desde mi país en que lo tenía todo a diferencia de los cubanos que no tienen nada. Les expliqué que mi colaboración consistía en una interpretación de lo que la Revolución Cubana representaba para mi generación y que había servido para producir un fenómeno que terminó con todas las dictaduras que el imperio yanqui sostenía en América Latina. No lo aceptaron.
Me di cuenta que en el mundo existen formas de pensar diferentes, pero que no matizan la idea que en la modernidad de nuestros tiempos ser de izquierda o de derecha es exactamente lo mismo. No es posible que se repitan hoy que analizamos y pensamos todo y en todo, el ejercicio de una dictadura tipo Stalin o una locura del cliché de Adolfo Hitler.
La izquierda admiro con mucho respeto al Comandante Castro; pero no existe en mi pensamiento la idea de que se dé la posibilidad de que en el mundo o en mi país se establezca una dictadura. El mundo moderno decidió ser libre, ese es el destino que debemos alcanzar y consolidar.
Leí hace tiempo una serie de recomendaciones de Gaby Vargas, una mujer que pienso a veces patea la suerte que tiene por haber nacido en el mundo en que vive; entre las indicaciones a los jóvenes, en el caso, según ella, de que sean ejecutivos, competitivos, y que formen parte del grupo que toma las decisiones en el mundo, están: Que cuando se sientan abrumados por la carga de sus obligaciones, se desconecten, y que no escuchen a quien les habla de pobreza, de ignorancia, de falta de empleo, y de que no hay vivienda para todos.
Con claridad, les recomienda que siempre ha sido así el mundo, que los pobres siempre han existido, y que ellos no van a solucionar los problemas de todos. Vamos, que se vuelvan egoístas y que tan solo piensen en sí mismos. Es entonces cuando pienso que afortunadamente en este maravilloso mundo del pensamiento hubo una mujer que se fue a Calcuta a convivir con los más pobres de los pobres y le dijo al mundo de los que nada les falta, que tienen la obligación de dar hasta que les duela. Me refiero a la madre Teresa. Estos son tiempos, no de caer en la abnegación personal, lo que se trata es que cada día dejemos de pensar en nosotros mismos, para pensar un poco en todos los demás.
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